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Enrique García Fuentes
Sábado, 16 de noviembre 2024, 08:43
Conocimos a Carmen Clara Balmaseda (Badajoz, 1995) como miembro integrante de la estupenda selección de Pilar Galán para esa visionaria apuesta que fue ‘La materia ... cambiante’ –en la que se incluía una nómina de la narrativa ultimísima de nuestra región– y que, como se viene viendo, está empezando a dar más que notables frutos. Balmaseda ya había publicado una novela, ‘La crisálida’, que no he tenido ocasión de ver, y recibimos ahora esta ‘Donde se queman los hombres’ (título que proviene de parte de una cita del poeta alemán Heinrich Heine que más o menos decía/advertía: «Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres»). La novela se integra en uno de los géneros preferidos por el público actual, el detectivesco, buena prueba del convencimiento que demuestra la novel autora.
La trama se sitúa en su propia ciudad natal, Badajoz, una buena baza por parte de la autora que, además, tiene el valor de arrancar la novela con una vibrante acción que sucede durante la toma de la ciudad extremeña durante la Guerra Civil por los militares sublevados al mando del pérfido teniente coronel Yagüe y que dio lugar a una matanza atroz durante la toma y después de la rendición. Balmaseda, sin demasiado énfasis, sigue los ya clásicos testimonios de Neves o Allen e inserta durante estos hechos verídicos a dos personajes de ficción (un modo claramente galdosiano) Eusebio Vegas y José Antonio Expósito, dos legionarios que participan en la acción bélica. Compañeros desde hace tiempo, su participación en la sangrienta batalla determina una amistad incondicional entre ellos que se extiende a sus familias posteriormente. Los hijos respectivos serán uña y carne durante la infancia, pero una serie de hechos (que vamos descubriendo en sucesivos saltos temporales) provocarán un radical cambio en las relaciones entre ellos mismos y con sus progenitores.
De hecho la acción salta a casi cincuenta años después de la guerra cuando Miguel Expósito, hijo de José Antonio, abogado pacense que lleva muchos años residiendo en Madrid y cuyo hermano, Julián, fue asesinado en extrañas circunstancias diez años antes, recibe la propuesta de su bufete de volver a Badajoz porque han aparecido nuevas evidencias que implican a Gonzalo Vegas, el hijo de Eusebio, amigo desde la infancia de los dos hermanos, como presunto homicida. Lo más curioso es que Gonzalo ha insistido en que sea Miguel quien lo defienda en el juicio al que habrá de enfrentarse. Únase el hecho de que, además, Miguel siempre había creído que Gonzalo había sido el asesino, pero nunca se había podido demostrar tal aserto. Incapaz de resistir la curiosidad Miguel accede a hablar con Gonzalo. Tras la entrevista se confiesa no tener ya tan clara la culpabilidad del ahora comandante del ejército. Para complicar más el asunto otra antigua amiga de la infancia, Melania, una mujer ya en su momento adelantada a su tiempo y con quien nunca se llevó bien, será quien ejerza de fiscal contra Gonzalo y, de manera poco clara, lo confieso, trata precisamente de convencerla para que la ayude a buscar pruebas que certifiquen (o no) de manera definitiva la culpabilidad del militar. Como hemos visto desde el comienzo, la novela transcurre dando saltos temporales durante prácticamente todo el periodo de posguerra; gracias a ello vamos reconstruyendo la complicada (casi tormentosa) relación que mantuvieron Julián, declaradamente homosexual, y Gonzalo Vegas, sus encuentros y encontronazos tanto en el ejército donde coinciden como más tarde en Madrid, a donde Julián huirá rechazado por toda la familia y la sociedad biempensante del provinciano Badajoz de la época y, curiosamente, solo defendido (hasta donde se puede, claro) por el temible teniente coronel Eusebio Vargas, un personaje que hace y deshace a su gusto en la pacata ciudad pacense de aquel momento.
Balmaseda, obviamente, pretende ir más allá del mero descubrimiento de un asesinato y tiñe el relato de una obvia (pero necesaria) denuncia social que alcanza y pone de relieve las carencias de un momento social (la posguerra) donde la escasez de justicia acrecienta el conflicto con la propia culpa y, por ello, la necesidad de redención. Indudablemente esto consigue engrandecer la narración. Por poner un ‘pero’ diría que la autora juega (pero bien) con cartas marcadas, pues cuenta con que, obviamente, nadie en su sano juicio se opondría a la contundencia con la que denuncia la homofobia que existía en la sociedad de la época, sin embargo (a mi modo de ver) falla en el dibujo general de los personajes que sostienen la trama; demasiado histriones los ‘malos’ (el capitán Varela y, sobre todo, el teniente coronel Eusebio Vargas), demasiado sobrecargados de indefensión Julián o el acusado de su crimen, Gonzalo; poco perfilados los personajes femeninos como Melania, su hermana (a su vez exesposa de Gonzalo) o doña Concha, la madre del acusado y hasta el mismo Miguel, cuya tibieza e indolencia contrasta excesivamente con los momentos en que se deja llevar por la violencia. Lamento también lo desdibujado que queda el interesante personaje de José Antonio Expósito. Peccata minuta, sin embargo, frente a la briosa capacidad narradora que la autora demuestra y que nos hace concebir serias esperanzas de tratar con un nombre de pronta consolidación definitiva.
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