Pablo Martínez Zarracina
Viernes, 11 de octubre 2024, 23:11
Casi veinte años después de 'Las benévolas' Jonathan Littell regresa a Babi Yar, el lugar de Kiev en el que en 1941 los nazis asesinaron ... en dos días a más de treinta mil judíos: el mayor asesinato en masa de la campaña rusa. Lo hace con el fotógrafo Antoine d'Agata y la pareja no parece saber muy bien qué busca, más allá de «recorrer, inventariar, fotografiar, describir» uno de esos lugares en los que la historia se encarnó de un modo dramático. Hoy Babi Yar es una extensión suburbana aparentemente anodina. Hay en ella dos parques, un barranco, varias iglesias, una sinagoga, dos instituciones psiquiátricas, varios cementerios, edificios residenciales, una parada de metro y unos estudios de la televisión ucraniana. Littell actúa en ese escenario como un reportero que observa, pregunta y se documenta. A través de entradas numeradas de no mucha extensión realiza una suerte de inventario. La mirada es profunda y la escritura es despojada. El documento se ve a veces interrumpido y a veces orientado por las imágenes que obtiene su compañero. Son fotos poderosas, muy expresivas, de ambición pictórica. Mientras que el escritor intenta ver más allá e identificar el rastro del pasado, el fotógrafo solo parece interesado en lo existente.
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Jonathan Littell
Traducción: Robert Juan-Cantavella.
Editorial: Galaxia Gutenberg.
340 páginas.
23 euros.
La invasión rusa de Ucrania altera el proyecto, otorgándole un significado más urgente y mayor. Quince días después de la invasión, Antoine d'Agata regresa a Babi Yar, que vuelve a ser un paisaje lleno de ruinas humeantes. Littell viaja a continuación para ir con su compañero a Bucha, otro suburbio de Kiev, «otro lugar alejado de las miradas que cuentan», transformado en escenario de un asesinato masivo. A finales de febrero de 2022, los rusos mataron allí, en cuatro días, a más de 600 personas. Trasladado al presente, el inventario mantiene su minuciosidad pero la sangre está fresca y las víctimas hablan. Littell reconstruye la matanza de Bucha en unas páginas impresionantes. Es curioso comprobar cómo la cercanía del crimen redobla la precisión de su escritura mientras la mirada del fotógrafo se vuelve más indirecta y sutil. Lo que queda es relacionar Babi Yar con la invasión de Ucrania y este libro lo hace sin concesiones, acumulando datos y testimonios, pisando el terreno de un modo intenso y circular, buscando respuestas en la historia y en la realidad imparable, frente a la tumba improvisada y al gran monumento, tratando de desactivar el modo parcial e insuficiente en que la memoria funciona como cicatriz del horror. Tras esa búsqueda por momentos obsesiva hay una ambición que consiste en entender la naturaleza de la violencia, ese núcleo incómodo de la condición humana al que los tiempos de guerra transforman en un esfuerzo industrial.
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