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MANUEL PECELLÍN
Sábado, 20 de enero 2024, 15:46
Hace dos años, Demetrio Meléndez Ruiz (seudónimo de Francisco M. Muñoz Méndez) nos sorprendió con 'Poesía elemental' (Barcelona, RIL editores). Saludamos dicha entrega (HOY, 19 ... febrero 2022), la segunda de un autor que se había dado a conocer solo entre los amigos con 'Versión original 5.G.', de la que se hicieron escasos ejemplares.
Nacido en Zafra (1968), donde estudió el bachillerato, y allí residente tras haberse jubilado como profesor de Historia en diversos institutos, reaparece a finales del año con una novela de 227 páginas (razón del título), también editada bajo el cuido y diseño del escritor F. José Najarro Lanchazo (Zafra, 1987), responsable para España de la editorial RIL
La obra, de muy estudiada sencillez, recoge en primera persona la autobiografía de un personaje ficticio, paradigma del antihéroe contemporáneo. Aunque estudió COU, no quiso ir a la Universidad y trabaja como vendedor, merced a recomendaciones familiares, en un concesionario de vehículos de segunda mano localizado en Colmenar Viejo (Madrid). Ya metido en los cuarenta, se relaciona bien con los escasos compañeros, sobre todo la admirable amiga (santa) Mónica y soporta como mejor puede al empresario, cuya verborrea barroca, casi gongorina, es uno de los aciertos del libro.
En esta tragicomedia costumbrista, al humilde Orellana, le ocurren las peripecias habituales a cualquier ciudadano de su condición: obsolescencia del teléfono móvil («Odiseo»); dudas sobre con cuál sustituirlo («Telémaco»), trabajo como canguro; soportar impertinencias de amigos; aprender a sobrevivir, luego de quedarse solo al morir la madre (viuda, extremeña); asistencia a la boda de dos amigos gays; atención a las compras cotidianas; estancias en hospitales; copas en bares más o menos cutres... Dos peripecias límites van a sobrevenirle: el robo de uno de los coches y el atropello del que será víctima una Nochebuena en la calle próxima a su domicilio. El relato de ambas y las consecuencias de una y otra constituyen puntos relevantes de la narración.
Orellana todo lo soporta resignadamente merced al apoyo de Mónica (el joven hijo de esta era el torpe conductor) y de Jotajota, un primo culto, profesor de instituto, helenista, que fue introduciéndolo en la lectura de 'La Ilíada' y 'La Odisea', tanto como para hacer que las adjetivaciones típicas de Homero aparezcan a menudo en relatos y diálogos del libro.
El lector comprende pronto la condición homosexual del personaje, desvelada al socaire de los recuerdos, admirablemente evocados, de las vivencias con los dos que más ha querido: el guapo compañero de estudios, un Tadzio atlético y bondadoso, frente a la antítesis, el tiburón de televisión, ahora irritantemente despectivo. La escena de sexo ocasional con otro hombre, a quien apenas conoce, confirma su opción.
Según transcurren los acontecimientos relatados, el escritor desliza, sin estridencias, a base de leves pinceladas, críticas contra las injusticias sociales, la intolerancia, el consumismo, los incendios forestales, el vacío rural, el abandono de los mayores, las cateturas so capa de esnobismo o la corrupción generalizada.
En el discurso narrativo, extraordinariamente ágil, impresiona la fluidez del lenguaje, que puede bascular entre expresiones del decir cotidiano a imágenes plenas de juegos de palabras, metáforas y alegorías. Baste recordar cómo se pueden clasificar las personas entre «cubiertas de libro», «álbumes de cromo» o «estrellas distantes», categorías fáciles de comprender en el contexto. Por lo demás, Muñoz, poeta que nunca dimite, altera sabiamente los ritmos de la prosa, según demanda la ocasión, desde pasajes de amplio aliento a oraciones cortas, incluso unimembres. Ni desentona cuando se permite algún guiño al terruño, por ejemplo la descripción del paisaje hurdano, con motivo de unas cortas vacaciones en la comarca.
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