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Pablo Martínez Zarracina
Sábado, 20 de julio 2024, 12:52
Un hombre conduce una autocaravana hacia el monte Rushmore en vísperas de San Valentín. Tiene setenta y cuatro años y viaja con su hijo de ... cuarenta y siete enfermo de ELA. Su viaje es al tiempo una mala idea y una forma de conexión. Padre e hijo tienen un carácter esquivo y muestran un interés perverso por la extravagancia de la vida estadounidense. Su conversación es elusiva e irónica, repleta de desafíos y chistes privados. El hombre es Frank Bascombe, lo conocimos hace cuarenta años, cuando escribía sobre deportes como un científico de la voluntad ajena, y hemos asistido a su vida desde el mirador privilegiado de su propia conciencia a través de tres novelas –'El periodista deportivo', 'El día de la independencia' y 'Acción de gracias'– y un libro de relatos: 'Francamente, Frank' (todos en Anagrama). Junto al del 'Conejo' Armstrong de Updike y el de Nathan Zuckerman de Philip Roth, el suyo es uno de los grandes ciclos biográficos de la narrativa estadounidense de nuestra época.
'Sé mía' es una probable despedida y el reverso simbólico de 'El día de la independencia'. En aquella novela de los expansivos noventa, el protagonista recién divorciado viajaba con su hijo, entonces adolescente y con problemas de comportamiento, a templos del béisbol. Ahora estamos en 2020, vísperas de la pandemia, y la figura de Trump sobrevuela el país. Bascombe, que todavía trabaja vendiendo casas y mantiene abiertas algunas opciones románticas, reflexiona paradójicamente sobre la felicidad mientras cuida a un hijo condenado y lee a Heidegger por las noches: «En cuanto vislumbramos los límites de nuestra existencia, se desvanece el sueño, que nos llevó a creer que disponíamos de infinitas posibilidades».
Más breve que sus antecesoras, orientada de un modo muy particular hacia la comedia (abundan las escenas en las que el protagonista se emplea a fondo para meter y sacar a su hijo de coches, para ayudarlo a entrar y salir de hoteles y centros comerciales) y brillante por momentos, la novela sustituye de nuevo la trama por la observación. Ford utiliza a su criatura como una lente a través de la que analizarlo todo: el mercado inmobiliario, la clínica Mayo, los coches, la existencia. Bascombe se despide como comenzó: siendo un moralista apático que apuesta por seguir en movimiento. No hay en el texto el más leve exceso sentimental. «No he tenido una gran vida, ¿verdad?», le pregunta al protagonista su hijo mientras aparcan frente a un motel poco prometedor. «No, pero has estado bien», le responde Bascombe, que no tarda en definir para sí mismo –él lo define todo– el material del que se compone esta novela valiosa y crepuscular: «cosas que no decimos de camino a un lugar más importante».
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