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Vuelta al cole:solos ante el peligro

No se puede decir que se apuesta por la seguridad sanitaria y la presencialidad sin adoptar medidas que aseguren estas condiciones

Ramón Besonías Román

Martes, 28 de julio 2020, 00:26

DESDE que supimos que este escenario distópico no era eventual, sino que venía para quedarse, han surgido numerosas propuestas sobre cómo gestionar la vuelta a las aulas en septiembre con el fin de ofrecer seguridad sanitaria a toda la comunidad educativa y sus familias, sin por ello dejar de asegurar también la incorporación a la rutina escolar. La Consejería de Educación extremeña ha apostado por un modelo inicial basado en dos retos: que todos los alumnos entren el día 10 de septiembre en sus centros y lo hagan de forma presencial al 100%, un modelo sujeto a cambios en función de cuál sea el panorama en septiembre.

La vuelta a los centros bajo estas condiciones de plena presencialidad imponen la puesta en marcha de medidas y protocolos que limiten la posibilidad de contagios en las aulas. Estas medidas tienen como principal objetivo que en los centros exista el menor número de interacciones fuera del aula y se asegure dentro de éstas una distancia de seguridad de al menos 1,5 metros, además de las medidas de uso de mascarilla, gel hidroalcohólico y demás profilaxis.

Hasta aquí todo parece idílico si no fuera porque la situación real de una buena parte de los centros extremeños dificulta sobremanera la consecución de estas medidas, principalmente por una cuestión de espacio. Sobre todo en las ciudades, la ratio de alumnos por aula es numerosa y las aulas tienen un tamaño insuficiente, lo que a todas luces requiere desdoblar en dos los grupos y llevarlos a espacios que no existen, además de aumentar sí o sí la plantilla de docentes. Los hechos no engañan; es necesario dotar al sistema educativo extremeño de un presupuesto extra que asegure esas plantillas y espacios. La adaptación de espacios en los mismos centros es imposible, ya que estos están ya suficientemente saturados, y por mucho que se quieran usar espacios comunes, como bibliotecas o gimnasios, esto no soluciona el problema. Estamos hablando de decenas de grupos desdoblados en cada dentro. Solo queda buscar espacios ajenos al centro, cedidos por instituciones del barrio o la localidad, pero esto plantea problemas de logística, dotación, y aún así son tantos los que habría que habilitar. A esto hay que sumar que los centros, bajo este escenario, deben rediseñar horarios, entradas y salidas, recreos, movimientos dentro del centro...

A poco que hablemos con equipos directivos de Primaria o Secundaria de la región descubriremos que la gran mayoría reconoce no poder asegurar la distancia de 1,5 metros en la mayoría de sus aulas, lo que le lleva a dos escenarios: o dotan de más espacios (que no existen) y una plantilla de docentes que atienda el desdoble de aulas (de esto nadie sabe nada), o deben por necesidad transgredir las normas sanitarias y meter a más alumnos en el mismo espacio, haciendo imposible la distancia exigida por Sanidad. El algodón no engaña. Es necesario que en un centro educativo no convivan un gran número de alumnos y docentes, limitando las opciones de contagio. A no ser que quieran que nos contagiemos y acabemos formando parte de un grupo-control contagiado, en proceso de inmunidad. Una verdadera barbaridad, sin duda.

Cabe otra opción, que es la que no pocos docentes y familias llevan meses exigiendo: Reconocer la imposibilidad de dotar a los centros de espacios y plantillas que aseguren su salud y adoptar un modelo semipresencial. Establecer franjas horarias semanales, dividiendo los grupos-aula en dos. Las horas lectivas presenciales se reducirían, estableciendo un día para la enseñanza online. Ahora bien, este modelo semipresencial requeriría adoptar medidas de conciliación familiar en el ámbito laboral, formar a los docentes en un modelo serio de enseñanza semipresencial, así como asegurar los medios tecnológicos necesarios para su implantación. Sin embargo, ofrecería a la comunidad educativa una seguridad sanitaria que a día de hoy es inexistente y no tiene visos de que vaya a mejorar.

No se puede decir por un lado que se apuesta por la seguridad sanitaria y la presencialidad, sin adoptar medidas que aseguren esas condiciones. No es admisible un modelo que pretenda que esto salga bien, pero 'low cost', dejando en manos de la voluntad de las comunidades educativas el marrón de las múltiples casuísticas y sus graves implicaciones sobre la salud, sin invertir en docentes y espacios, arbitrar infraestructuras y trabajar en red todas las instituciones públicas.

Los equipos directivos coinciden en la amarga sensación de estar solos ante el peligro. Tan solo han recibido instrucciones por escrito y previsiones de ratios-aula aconsejables en su centro, pero sin decirles cómo harán posible eso sin medios, sin espacios, sin docentes. Sin nada. Van a septiembre ciegos, a tientas, con el miedo y la incertidumbre que da sentirse responsables de tus alumnos y compañeros de trabajo. Y no solo eso, con miedo de contagiarse y llevar el virus a sus casas. Si se hicieran encuestas de satisfacción de la comunidad educativa con sus gestores, no duden que los niveles serían muy bajos. La sensación de abandono, incluso falta de sensibilidad hacia la profesión, sumado a un deshoje constante de margaritas, una profusión de comunicados contradictorios y la adopción de medidas insuficientes a trasmano, sobre la marcha, dejando en manos del docente la carga de la responsabilidad, bajo un escenario impredecible y aún altamente peligroso, justifican esta sensación.

Se ha echado en falta haber asumido desde el principio la realidad de un escenario sin vacuna y sin inmunidad, apostando primero por la seguridad sanitaria y por un modelo lo menos lesivo posible para el proceso de enseñanza y aprendizaje de los alumnos. Muchos docentes ya avisamos en abril de las consecuencias de esta pusilanimidad y falta de liderazgo. Hoy, crónica de una situación anunciada, solo queda asumir los errores y enmendarlos. Necesitamos gestores valientes y creativos, que superen el cortoplacismo y sepan escuchar a la hierba crecer.

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