¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?
Los antidisturbios junto a aficionados del Mérida que se quejan de su actuación. :: Pardo

Los emeritenses sufrieron el infierno de Ganzábal

El gol del Langreo desató una batalla campal que se saldó con heridos y destrozos en los autocares emeritenses

RODRIGO MORÁN

Lunes, 23 de junio 2014, 07:24

El Mérida nunca imaginó que el Nuevo Ganzábal fuera a parecerse tanto a un auténtico infierno futbolístico como el vivido ayer. Las denuncias previas sobre el altísimo riesgo que conllevaba el encuentro apenas fueron atendidas por las fuerzas de seguridad del estadio. Pudo ser peor. Y no se lamentaron más hechos casi de milagro. Los aficionados romanos evitaron un primer encontronazo con los radicales ultras del Langreo al desviarse primero hasta Oviedo horas previas al encuentro. Más tarde, coparon la tribuna izquierda del Nuevo Ganzábal. Y una hora antes del encuentro, el primer aviso. Algunos aficionados emeritenses fueron recibidos con bengalas, lanzamiento de botellas y todo un escenario esperpéntico en los aledaños del estadio. El resultado, dos heridos y un detenido antes del envite. La hoguera se acababa de encender.

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Los insultos, gritos racistas y xenófobos y el caldeado ambiente no cesaron durante todo el partido, pero realmente explotó con el gol de Pablo Acebal de penalti. Los seguidores más radicales del Langreo invadieron el campo y provocaron a los aficionados emeritenses. Los antidisturbios calmaron provisionalmente una situación ya bochornosa de por sí. El pitido final desencadenó el esperpento. No hubo celebración. La invasión asturiana se dirigió al sector extremeño para mofarse y repetir provocaciones y la guerra estalló. Asientos volando, bengalas impactando contra seguidores, innumerables cargas policiales, peleas entre aficionados y un sinfín de encontronazos que acabaron con numerosos heridos leves.

Las fuerzas de seguridad, muy pasiva ante los hechos, estaban desbordadas. Escoltó a la afición camino de los autocares, pero ya era tarde. La luna del autobús número siete ya estaba rota y un puñado de objetos voladores era el paisaje habitual, con niños de por medio. La afición del Mérida salió casi como un cohete de Langreo, sin ascenso y con la bochornosa sensación de haber estado más en una guerra que en un estadio de fútbol. Nunca el hecho de un tonto, el que rompió la luna del autocar del Langreo en el Romano hace ocho días, había desencadenado tanta violencia. Vergonzoso todo.

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