Marco A. Rodríguez
Sábado, 21 de enero 2017, 08:25
Esperanza María Mendoza (Cáceres, 33 años) es una de esas mujeres que pisan tierra de hombres -en este caso parqué- abriendo camino a las que están por venir, siempre hasta que llegue el día en que la normalidad no haga reseñable cada meta que cruza. Sólo hay una árbitro en la ACB, Anna Cardús, y tres en la siguiente competición, la LEB Oro. Tres de 50. La colegiada cacereña es una de ellas y acaba de ser designada para pitar la Copa Princesa de 2017 en Oviedo, primera fémina a la que la FEB reclama para el equivalente en Oro de la Copa del Rey. Pese a las trabas de convivir en un coto privado para hombres, Mendoza es toda una pionera pues también fue la primera mujer en dirigir una final de la misma Liga, el año pasado. De la conversación con ella se desprende que cada pica que pone en Flandes no ha sido un camino de rosas, por eso subraya que no se fija un sueño como podría ser la ACB, sino que prefiere disfrutar del momento. Y el actual es muy dulce.
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«Cuando me enteré no me lo podía creer. Es un gran premio porque estoy teniendo una muy buena temporada y entrando como árbitro principal de LEB Oro», comenta. Como cualquier carrera profesional, en el arbitraje hay que cubrir etapas para llegar a la elite y ella está a un paso del escalafón más alto, pero es cauta por motivos obvios. «Me preguntan mucho si pitar en la ACB es mi sueño, pero yo prefiero disfrutar del baloncesto y del arbitraje. Me da igual que sea en ACB, LEB, EBA o incluso en mi barrio. Disfruto cada día de lo que hago. Estoy más cerca, sí, pero es muy complicado llegar. Sólo hay una mujer en ACB. Ese pasito parece sólo un pasito, pero es un paso muy grande. Claro que es un sueño, pero si no lo alcanzo no será una decepción», añade el orgullo de la Federación Extremeña de Baloncesto.
Un mundo de hombres en el que ella se ha ganado un puesto por derecho propio, derribando barreras y permitiendo que otras tengan más allanado ese tránsito, que las jóvenes comprueben en su espejo que se puede alcanzar lo que antes parecía inalcanzable. «Ojalá algún día no sea una novedad que una mujer pueda pitar cualquier cosa», recalca. Una actividad en la que el machismo es omnipresente. En una sociedad muy avanzada en la que la mujer hace tiempo que inundó el mercado laboral, este gremio es uno de esos reductos en los que el reloj continúa detenido. «Ser árbitro, en general, es bastante complicado. Si encima le pones la condición se ser mujer en un mundo de hombres, el doble de difícil, sobre todo en los inicios. Cuesta hacerse un hueco o un nombre en las competiciones pese a que la federación potencia el arbitraje femenino».
Preguntada sobre cuántas veces se ha tenido que morder la lengua, 'Espe' contesta que ya está acostumbrada al ruido de los pabellones y resalta que lo que más le molesta es que una mujer ataque a otra mujer, como le sucedió el año pasado en un partido de LEB Oro cuando salía del vestuario en el descanso. «Que un hombre te diga esas cosas es incultura, pero que una mujer te diga un tópico como el 'vete a fregar' me quema por dentro. Te entran ganas de decirle, 'pero señora, que lo que hacemos es algo bueno para nosotras'. Además, no era muy mayor».
Un balón bajo el brazo
Nacer en el cacereño barrio de San Blas y pertenecer al baloncestístico colegio San Antonio significa, como ella apunta, «hacerlo que un balón bajo el brazo». Era la mayor de tres hermanas y las tres muy vinculadas al deporte de la canasta. El baloncesto le apasionó y fue jugadora hasta el segundo año de juveniles. Como no había equipos senior femeninos en la ciudad y lo de ser entrenadora lo veía como algo muy estático optó por hacerse árbitro con 17 años y el gusanillo fue creciendo hasta hoy. No abandonó sus estudios para hacerse diplomada en Educación Social, lo que le condujo a trabajar en la cárcel de Cáceres dando cursos de inserción laboral. No es el único trabajo que ha realizado ya que aquello terminó y, como ser árbitro obliga a tener otra profesión, fue teleoperadora antes del master que hoy cursa en Salamanca. «Mi madre siempre me dice que parece que me gusta que me den caña porque vaya profesiones que tengo, árbitro y teleoperadora», bromea.
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El amor por el baloncesto le colgó el silbato y el amor de pareja la hizo emigrar a la localidad castellana. Allí reside desde hace cuatro años con su pareja, también árbitro de baloncesto EBA al que conoció en Cáceres. Un gran apoyo y, aunque sea desde el sexo opuesto, nadie mejor que él para comprenderla, según valora. «Es peor cuando se meten con él que cuando se meten conmigo. Lo paso fatal cuando voy a verle y él conmigo igual».
Afirma que el arbitraje es un modo de vida que le ha inculcado valores y responsabilidad, además de formarla como persona, ponerla ante situación difíciles y permitirle viajar. Educarla en definitiva. Educación que no siempre ha encontrado cuando sale a la pista. Tal vez un día.
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