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En su corta trayectoria en los banquillos, Bea Galán ha soportado cómo compañeros de profesión la llamaban 'feminazi'. '¿Mira, ahí está la masajista. Hola, ¿tú ... quién eres, la delegada?', le han llegado a espetar en alguna ocasión cuando se dirigía al área técnica. Y en el tramo final de esta temporada, en la que ha logrado el ascenso a Primera Extremeña al frente del CF San Jorge, hay quien ha puesto su labor bajo sospecha deslizando el foco hacia aspectos extradeportivos argumentando «que mi hermana es árbitra o que estoy muy bien vista por la Federación». Esas insinuaciones sibilinas impregnan un tufo rancio a naftalina a un fútbol cuya trastienda sigue sin ventilarse del aroma añejo.
Todo ello pese a que los números de Bea Galán no admiten discusión y componen el relato más fidedigno de su desempeño: Quince triunfos y una sola derrota en la temporada regular y una fase de ascenso impecable, sumando doce goles a favor y uno en contra en dos eliminatorias a ida y vuelta contra el Segureña y el Atlético Vivero a los que barrieron. Pero si tozudos son los números, lo es aún más el obtuso y monocromo rastro del machismo, que se resiste a extinguirse. «Hay gente que insiste en que lo hemos conseguido porque teníamos un equipazo. ¡Claro, porque hemos trabajado para serlo!», explica la preparadora oliventina.
Y usa como comparativa al Quintana, que ha ganado los 22 partidos que ha disputado este curso en la misma categoría, «pero no veo a ningún jugador yendo a decirle al entrenador que han ganado solo por tener un equipazo. Ese tipo de cosas son las que nos cuesta cambiar».
Es una pionera abriendo camino en un ecosistema aún restrictivo y receloso respecto a la mujer. No en vano es la única entrenadora de un club senior masculino en todo el balompié extremeño. «Es un orgullo para mí. No hay referentes. Si puedo ayudar a alguien en ese sentido, encantada. No solo lo hago por mí, sino por quien pueda venir detrás».
Alejada de un enfoque idealista, aunque con la ambición por bandera, mira de reojo, sin soslayar, un entorno con vestigios discriminatorios, centrándose en el esfuerzo diario como antídoto para una ponzoña de la que logra abstraerse pese a que sus efluvios rezuman con intensidad. «No me afecta ni me influye, trabajo igual cada día. Hay gente que debería meterse en la cueva. No sé si es cuestión de educación o de amplitud de mente».
Bea Galán asegura que en el fútbol ha encontrado una vía para tratar de cambiar las cosas, «aportando mi granito de arena, porque si no me dedicara a esto lo haría de otra manera. Tengo voz que otras mujeres no tienen, gracias a entrevistas y a las redes sociales». Se define como una curranta nata, le gusta analizar cada detalle de los rivales y preparar todo, «cuantas más facetas dominemos, mejor lo tendremos». La exigencia es la regla número uno innegociable de su librillo, hasta el punto de que en algunas sesiones «he tenido que aflojar y pedirles perdón a los futbolistas porque aprieto muchísimo».
Ella conoce de primera mano las dos caras de la moneda. En una etapa anterior logró el ascenso a Primera Extremeña con el San Jorge, al mismo tiempo que subía al Badajoz Femenino a Primera Nacional con una plantilla construida desde sus cimientos. Se decantó por el conjunto blanquinegro, con el que se quedó en dos ocasiones a las puertas de acceder a la categoría de plata. Tras ello, la escuadra de la pedanía de Olivenza volvió a llamar a su puerta: «a día de hoy me gusta más entrenar a hombres por el tipo de fútbol». Además, recalca alguna diferencia en cuanto a caracteres muy palpable en las entrañas de cada grupo. «Nosotras somos muy rencorosas. Si dejas a una jugadora fuera de la convocatoria o lleva varios partidos sin jugar, el lunes llega a entrenar y le cuesta aún hablarte normal, mirarte a la cara y está aún dolida. Ellos tienen ese pronto de enfadarse, pero al día siguiente se les ha pasado».
Bea Galán narra que la polémica es una pertinaz sombra que algunos deslizan para eclipsar y desestabilizar a través de tergiversaciones. «Recuerdo que en el Valle de La Serena Marga –su ayudante entonces– arengó a sus futbolistas: '¡vamos a salir a muerte en la segunda parte y a darlo todo!', y otras mujeres que había por allí empezaron a comentar que nosotras habíamos dicho que íbamos a matar a los rivales».
La exjugadora oliventina cree que a corto plazo es improbable ver a una entrenadora dirigiendo un equipo masculino en la élite, a pesar de que «hay gente preparada para llegar. Son cosas que están ahí pero no se termina de dar el salto, lo máximo creo que ha sido Laura del Río en Tercera y no estuvo ni media temporada». ¿Por qué esa reticencia? «Los clubes tienen miedo a hacer esa apuesta porque si sale mal les caen muchos palos». Pese a los obstáculos, no se pone límites. «Esa ilusión no me la va a quitar nadie».
Respecto a los impagos y el abandono que sufren las integrantes del otro equipo en el que dejó su impronta como técnica, el Badajoz Femenino, asegura que «me da muchísima pena, se han quedado bastantes jugadoras con las que estaba el año pasado y muchas son amigas mías. Han ido sobreviviendo con el dinero que le han dado las peñas porque no tenían ni para comer».
Desconoce si continuará la próxima campaña en el San Jorge, dependerá de varios factores laborales, pero seguirá remando por una carrera en los banquillos indisociable de su lucha por la equidad.
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