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Hace meses que al Santa Teresa agoniza tras caer en un profundo estado vegetativo irreversible. Retirado todo soporte vital, permanece enchufado a un respirador burocrático ... que le arrebata una defunción inevitable que se posterga incomprensiblemente. La liquidación del club ejercería de eutanasia para un paciente maltratado y vejado que sigue oficialmente con vida pese a que ha sido desahuciado. Pero sus socios tiran balones fuera al respecto y no dan el paso.
Tras finalizar la pasada campaña, en la que el primer equipo descendió administrativamente y el filial compitió a duras penas gracias a los padres de las jugadoras, no existía viabilidad ninguna y todo apuntaba a que sería un trámite irremediable su desaparición. Pero la realidad es que la asamblea en la que debe aprobarse dicho desenlace sigue sin convocarse pese a las súplicas de las personas vinculadas a la entidad pacense que no entienden el mutismo ni la inacción. «Tenemos un grupo de Whatsapp con socios y abonados y estamos cansados de decirles que por favor disuelvan el club. Solo contestó uno para decirnos que lo hiciéramos nosotros».
Así lo narra Isabel Machuca, madre de la capitana del filial Andrea Tejada y quien ostentó el cargo de presidenta de una junta gestora que ni siquiera gozaba de validez legal, puesto que la normativa establece que solo pueden ocupar esos cargos socios con una determinada antigüedad, requisito que no cumplían ni ella ni Alfonso Cerrato ni Emilia González, progenitores que asumieron la responsabilidad de mantener con vida al Santa para que sus hijas no se quedaran sin jugar. Por tanto, tampoco están facultados para iniciar el proceso que liquide el club. «Han salido todos huyendo, nadie se ha ocupado de nada y todas las empresas nos han cerrado las puertas», se lamenta.
Desde octubre, han intentado dar los pasos necesarios para regularizar la situación y que se nombrara la nueva junta directiva, pero nadie con voz y voto se personó. «Tuvimos varias reuniones, pero íbamos siempre los mismos, ninguno se ha acercado a tratar nada». Isabel Machuca admite que ha sido un año duro, «imagina hacerte cargo de algo de lo que no tienes ni idea, yo solo iba a ver a mi hija jugar, pero no sé lo que se hace en un club. Estábamos completamente desamparados».
Varado en ese limbo administrativo, los daños colaterales lo están padeciendo algunas de las integrantes de la plantilla del curso pasado, que figuran aún dadas de alta por el Santa Teresa, lo cual está generando ciertas incompatibilidades laborales para las chicas. «Hay niñas que este verano han estado trabajando en temas que no están relacionados con el fútbol, han ido a pedir ayudas y paros y no han podido. Estamos hablando con un abogado para solventarlo».
Frustración, pena y desazón son algunos de los sentimientos que afloran entre quienes han pertenecido al Santa y echan la vista atrás. «Lo han destruido completamente, lo han desmantelado y cuando no ha habido nada más que sacar se han largado». E insiste en que el final no se corresponde con lo que la entidad extremeña ha significado para el fútbol femenino de la región durante más de una década. «Es una gran pena que con la historia que tiene desaparezca así, no se merece esta despedida».
Enrique Estévez, uno de los socios, también se ha pronunciado sobre esta situación, «es una zozobra absoluta, nadie se quiere involucrar porque la disolución es un engorro, porque se pueden pedir responsabilidades, nadie va a hacer nada y el club morirá solo».
Se generó cierta incomprensión cuando la Federación Española publicó la composición de los grupos de la Tercera RFEF femenina y figuraba el nombre del Santa en el 5, aunque ese listado era provisional a efectos de la distribución de los participantes y se publicó el 4 de julio, casi dos semanas antes de que venciera el plazo de inscripción (17 de julio) en el que, lógicamente, el ente federativo no ha recibido la documentación pertinente por parte del equipo rojiblanco.
Hace únicamente dos años el Santa militaba en la élite y tras el descenso de 2021 el declive ha sido imparable. Los síntomas de fragilidad institucional se agravaron con la salida del núcleo duro del vestuario, del cuerpo técnico y la directiva y el Santa perdió identidad y otra categoría tras un año muy irregular en Reto Iberdrola (segunda división).
Manuel Guerra, que ocupaba la presidencia desde 2021, dimitía en agosto de 2022 dejando en la junta gestora provisional a Mario Acedo (que al no ser socio tampoco podía integrarla legalmente), que prometió una cuantiosa inversión que nunca llegó. Los días pasaban y, pese a que se anunciaron algunos fichajes, el castillo de naipes se desvaneció, derivando en la expulsión del equipo de la competición liguera de Segunda RFEF y de la Copa de la Reina por las incomparecencias acumuladas. A partir de ahí reinó la anarquía, el desgobierno absoluto.
Pablo Ritoré, uno de los fundadores del Santa, presidente en la época dorada del equipo pacense y socio con gran peso en la entidad, critica la gestión de sus sucesores, pero pasa de puntillas a la hora de explicar por qué no se da el paso definitivo respecto al futuro del club. Además, estima en un millón de euros la deuda.
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