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Cómo contar un oro
Marta San Miguel
Miércoles, 7 de agosto 2024, 19:48
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Marta San Miguel
Miércoles, 7 de agosto 2024, 19:48
En las tribunas de prensa no se aplaude. O no se debe. Claro que hay deportes en los que es más fácil disimular el gesto, pero hay en otros donde uno debe guardar cierto decoro. Mientras las gradas chillan sin medida, en el Philippe Chatrier, ... por ejemplo, tenías que contenerte cuando Nadal o Alcaraz metían un punto, o en el salto de trampolín te tenías que tragar el asombro cuando veías las piruetas de Ana Carvajal al lanzarse a 40 kilómetros por hora desde la plataforma de 10metros. En el fondo tiene su lógica guardar las formas en la tribuna de prensa; por un lado, estás compartiendo mesa, enchufes y ojeras con periodistas de otros países que compiten en esa misma prueba, y por otro, porque en esa mesura estética hay algo de distancia profesional.
Los que nos sentamos a mirar somos periodistas, solo eso, pero en los Juegos Olímpicos es difícil dejar fuera del pabellón las tripas y lo que sucede en ellas cuando sale uno de los nuestros. Sobre todo si eres periodista de deportes y llevas meses, años incluso, siguiendo la pista de esos atletas que empiezan de chavales, que van aupándose sobre sus propias marcas, y que, de pronto, los tienes ahí delante, corriendo con un dorsal que representa el lugar donde has nacido, donde llevas a tus hijos al colegio, donde pagas tus impuestos, donde comes y duermes, donde pasan cosas grandiosas que te hacen ponerte de pie y asistir a la historia al ver cómo ese país tuyo, imperfecto, ruidoso y gruñón, acaba de ganar una medalla de oro gracias a dos corredores en la modalidad de marcha mixta, María Pérez y Álvaro Martín.
¿Cómo no te vas a levantar y aplaudir y sonreír y abrazarte al que tienes al lado? ¿Cómo no vas a tragar fuerte varias veces para que esa presión que se te coloca en el gaznate no se transforme en un gemido, cuando ves que María se acerca corriendo a la meta y Rubí, el periodista de RTVE, lo está contando en directo, de pie, para todo el país en ese instante; mientras Sergio Heredia de La Vanguardia no sabe si sentarse o sonreír buscando con la mirada al resto de compañeros en la tribuna? ¿Cómo no tragar fuerte cuando ves que Igor Barcia, de este periódico, tiene los dedos a dos centímetros del teclado sin atreverse a poner el punto final a una crónica que tiene la palabra oro en su titular?
El periodismo deportivo no es aplaudir, es otra cosa. Y lo comprendo viendo trabajar a los redactores y los locutores que se saben de memoria cada normativa, específica y compleja como un juego de rol. Desde que llego a París, el equipo de Deportes de Vocento (Laura Marta, Javier Asprón, Pío García e Igor Barcia) me invita a su tablero, a esa sección que en todos los medios son una isla, y me enseñan a hablar el idioma propio de cada disciplina. Sin embargo, qué hacer cuando veo ganar por primera vez un oro lo tengo que aprender sola; y aquí estoy, escribiendo sobre ello y tragando fuerte seis horas después de la carrera, rodeada de periodistas extranjeros que me miran de reojo porque mi ordenador hace un ruido como a castañuelas al teclear.
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