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El apellido Pinna es sinónimo de boxeo en Badajoz. Borja, campeón de España y plata en el Europeo en los 90, se consagró como una ... de las figuras más reconocibles de este deporte en la región. Un legado que no quedó varado en la orilla de la efímera competición, que extingue la llama de los éxitos conforme los años golpean pertinazmente a la memoria. En 2015 dio un paso más en su afán de que su aportación fuera imperecedera. Por ello fundó su escuela en la capital pacense y allí, entre decenas de alumnos que se inician en esa disciplina tan estigmatizada, se halla un pupilo que continúa con la estirpe familiar. Se trata de su sobrino Humberto Rivera, de 21 años, campeón de Extremadura en categoría de superligero (63,5 kilos) y que este lunes pone rumbo a Cartagena para debutar en su primer Nacional.
Hace unos cuatro años, Humberto decidió calzarse los guantes tomando las primeras nociones y, dos años después, ya se apuntó al grupo de avanzado, donde probó con contacto. Quedó embelesado, naciendo el germen de un idilio que, reconoce, ya es eterno. «Aunque no me dedique a ello, sé que nunca voy a dejar de entrenarlo, te enseña una disciplina increíble», relata. No era ni mucho menos algo nuevo para él, siempre ha convivido con el olor a linimento y el tacto de la lona. «Su padre, mi primo hermano, empezó a entrenar conmigo y su hijo, desde chico, ha estado mamando el boxeo», comenta Borja Pinna. Hace cuatro meses decidieron que era el momento de cotas más altas, lo cual es sinónimo de sacrificio, bajar de peso, dieta estricta, entrenar diariamente e ir a correr. «Es duro, a veces salgo con mis amigos y me voy a las diez porque no aguanto la tentación, pero la recompensa está ahí con esa medalla», resalta con una sonrisa tímida Humberto.
Antes de que se pusiera en sus manos, Borja Pinna fue rotundo y no se anduvo por las ramas: «Si se comprometía, se comprometía, me da igual quién fuese, sería uno más. Le dije que si faltaba solo un día en el proceso de preparación, ya no iba a venir ni a participar. Quería que se diera cuenta de que aquí no hay familia, hay objetivos», relata, al tiempo que su sobrino, casi hierático, asiente como el alumno que presencia la cátedra de un reputado profesor.
No ha sido un camino de rosas, y muchas espinas le deparan aún hasta que sus manos encallecidas soporten su punzante insistencia, toda una metáfora de la vida. «No, no he bajado los brazos nunca», responde con el ímpetu de su edad, pero su tío le corrige con paternalismo. «Claro que ha habido momentos así». Humberto rectifica: «Quizás alguna vez, sí». Y Borja apostilla: «Tengo que tirar del carro, además, siendo quien es, le exijo más que a cualquier otro. Con otros no me hubiera preocupado tanto, pero a él no le permitiría que tirara la toalla». La exigencia es implacable, pero es que el boxeo no da tregua. Por ello, la figura del mentor es primordial, especialmente en la etapa más primigenia. «Es importante tener a alguien al lado que sepa guiarte», resalta Borja. Y gracias a ello rompió todos los pronósticos en Valencia de Alcántara para doblegar a un rival treintañero y con más de 50 combates a sus espaldas. «El adversario le quería dejar KO en el primer asalto. 'Ni te va a tocar', le dije. Pega y que no te dé, era la estrategia. Me hizo caso y salió muy bien». Sublimó una frase célebre de un clásico del cine, 'Million dollar baby': «A veces, la mejor manera de dar un puñetazo es retrocediendo».
En las reuniones familiares son monotemáticos y, entre ellos, el boxeo siempre está presente en la conversación, «bueno, también hablamos un poco de motos», comenta entre risas Borja Pinna. Su sobrino conoce sus hazañas a través de fotos y recortes de periódicos, como un reportaje del HOY que exhibe con orgullo en la pared de la recepción. El joven aspirante se conoce al dedillo las batallitas que una y otra vez le han narrado sobre su instructor. «Hay mucha leyenda urbana en Badajoz sobre mí», desliza su tío. Pero no sueltan prenda, «no, no, yo no cuento nada», zanja el asunto ruborizado el prudente discípulo.
Contar con un referente en la familia es un privilegio, aunque también puede convertirse en una fuente de presión, «pero cada uno lleva su camino y yo tengo el mío», reflexiona con madurez. Borja asume su papel con «compromiso. Es un orgullo. Pero que nunca se piense que porque forma parte de mi familia va a conseguir cosas. Aquí no se regala nada». Destaca de él la agilidad, la rapidez, su desplazamiento y su meteórica adaptación. «Al iniciarte, cuando te van a golpear tenemos el instinto de apartarnos, eso hay personas que no lo superan, gente que es profesional de sombra y de saco, pero con otro púgil delante no saben. Ese cambio Humberto lo hizo pronto». Por contra, le falta competir para foguearse y con ese propósito acude al Nacional.
En breve se alistará en el ejército, «para empezar a trabajar lo antes posible y tener contentos a mis padres», explica con hilaridad. Una dedicación que complementará, en cuestiones de físico y disciplina, su rutina habitual específica para el boxeo.
En casa, su padre sigue muy de cerca su evolución, aunque con su madre el proceso de asimilación ha sido más complicado: «Ella no me paraba de decir que me quitara, que me iban a dejar tonto. Al Campeonato de Extremadura no quería ir porque se pone nerviosa, pero al final se presentó». Fue una sorpresa y supuso un chute anímico para él cuando la localizó en la grada. «Nada más ponerme la medalla subí y se la colgué a ella».
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