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Puede que a Donald Trump le haya valido con la amenaza de imponer aranceles para lograr que México y Canadá se plieguen a sus deseos. Les ha otorgado por ello un mes de gracia. Pero más difícil lo va a tener con China, la segunda ... potencia mundial y la mayor en terminos comerciales. De momento, Trump ha cumplido parcialmente su promesa y ha impuesto un gravamen del 10% a los productos chinos. Es un porcentaje alejado del 60% que prometió en campaña, pero suficiente para calentar la gran guerra comercial entre las dos principales potencias mundiales.
China estaba preparada y tenía previsto el contraataque. Después de considerar que la medida del presidente estadounidense es «vil» y denunciarla ante la Organización Mundial del Comercio, Pekín ha impuesto aranceles en represalia. Y lo ha hecho de forma quirúgica, gravando con el 10% y el 15% productos como el petróleo, la maquinaria agrícola, o los vehículos de combustion.
279.400 millones de dólares
es el déficit de Estados Unidos con China. Por cada dólar que vende al gigante asiático, le compra tres.
Pero basta echar un vistazo a las estadísticas comerciales para comprobar que -como sucede con la Unión Europea, México y Canada- Washington tiene la sartén por el mango a este respecto, porque China le vende a Estados Unidos mucho más de lo que le compra. Concretamente, 279.400 millones de dólares más. Trump sostiene que este desequilibrio se debe a que el Partido Comunista subsidia la industria y permite así que las empresas chinas bajen sus precios, ganen cuota de mercado rápidamente y pongan en peligro a las compañías patrias.
Sobre el papel, este superávit comercial, que a nivel global en 2024 rozó el billón de dólares, indica que el gigante asiático depende más del mercado americano que viceversa. Y, también en teoría, los aranceles encarecerán los productos chinos reduciendo su atractivo en favor de los locales. El 'reshoring' –el regreso a casa de producción que se deslocalizó– es el objetivo final de Trump, aunque es posible que tenga que conformarse con el 'nearshoring' –acercar esa producción a países amigos–.
Pero China puede jugar muchas otras cartas: puede vetar a empresas estadounidenses que tienen grandes intereses en la segunda potencia mundial o imponer restricciones a la exportación de materias primas clave para las nuevas tecnologías. En ese último frente, el Ministerio de Comercio ya ha disparado la primera bala: el mes pasado anunció la prohibición de vender galio, germanio, antimonio y grafito a Estados Unidos, tanto para aplicaciones civiles como militares.
Y si el impacto de la guerra comercial se agudiza, el Gobierno chino podría optar por devaluar su moneda, el yuan, un arma que ya utilizó durante el primer mandato de Trump, cuando perdió en torno al 20% del valor para compensar aranceles del 25%. No obstante, la situación económica de China no es la de antes de la pandemia, y los analistas descartan esta estrategia por el impacto negativo que podría tener en la ya preocupante tendencia deflacionista del país.
Trump también debería andar con cuidado por otra razón, ya que China es el segundo mayor tenedor de deuda estadounidense, por detrás únicamente de Japón. Nadie espera que la venda, pero ese as nadie se lo quita de la manga.
Por su parte, en el tablero geopolítico, el comercial no es el único frente en el que China puede contraatacar. Ante la previsible política de aislacionismo de Trump, el Gran Dragón avanza con paso firme en el tablero geopolítico. Sobre todo en el Sur Global, allí donde sus rivales dejan un vacío. «Occidente está en declive y eso provoca turbulencias. China puede aprovechar para aparecer como un actor serio y fiable en el mundo, con iniciativas globales para el desarrollo o la seguridad colectiva», explica Claudio Feijóo, catedrático Jean Monnet en diplomacia tecnológica y soberanía digital en la Universidad Politécnica de Madrid.
Es una estrategia sencilla: frente a la beligerancia de Estados Unidos y de la Unión Europea, China busca mercados alternativos en el resto del mundo, donde muchos la reciben con los brazos abiertos. «A diferencia de lo que sucedió durante el primer mandato de Trump, China ahora está menos expuesta al comercio con Estados Unidos, ha diversificado gracias a su mayor presencia en países como México o Vietnam, y ha ganado peso en el Sur Global», añade Inés Arco, investigadora de CIDOB especializada en Asia Oriental y política china.
«China está aumentando las exportaciones de productos no acabados para terminar de montarlos en otros países y dar esquinazo a los aranceles. Los chinos llevan tiempo anticipando la victoria de Trump y preparando el espacio», coincide Feijóo. Es un golpe maestro: montando fábricas en el extranjero, China aumenta su presencia en países ávidos de inversiones, logra más influencia política y afianza una diversificación sana.
Hace una década, cuando se asentó en la presidencia de China, Xi presentó un gran plan para vertebrar el mundo desarrollado de forma diferente a la ideada por las potencias colonialistas tradicionales. Ideó una resurrección de la antigua Ruta de la Seda, a la que sumó también otra marítima. El objetivo era extender el modelo que había hecho posible el milagro económico del entonces país más poblado del mundo para lograr un bienestar compartido. Pekín prometió aportar todo lo necesario para construir las infraestructuras que el comercio requiere: desde la financiación de los proyectos, hasta su construcción y gestión.
Pese a que el proyecto de 'la franja y la ruta' tiene luces y sombras, es evidente que ha disparado la influencia de China en regiones que se sentían abandonadas –o explotadas– por Occidente. El último ejemplo de ello es el puerto de aguas profundas que ha construído en Chancay, Perú, que ahora sueña con convertirse en el Singapur de Latinoamérica.
Pero quizá la iniciativa de mayor peso para afianzar la alternativa del Sur Global haya sido eliminar, desde el pasado mes de diciembre, todos los aranceles a los 43 países menos desarrollados que tienen relaciones diplomáticas con China. Resultan así más competitivos en sus ventas al gigante asiático –sobre todo alimentos y materias primas– y no es poca cosa, porque es el destino de una cuarta parte de sus exportaciones, cuyo volumen ronda los 60.000 millones de dólares.
La segunda potencia mundial se ha propuesto llenar un vacío muy goloso con más zanahoria y menos palo. «Ahí está montando su área de influencia. En eso sigue y en eso seguirá», avanza Luis Galán, fundador de la consultoría especializada en comercio electrónico chino 2Open.
«Pero China siempre actúa de forma reactiva. No ha tomado una posición de liderazgo todavía a nivel mundial, y seguramente ni la busca ni la quiere. Eso sí, reaccionará a los medidas que vaya adoptando Trump, que será quien establezca el nivel de tensión. A pesar de todo, estoy convencido de que no llegará a un punto de ruptura», añade. Tampoco a Occidente le interesa llegar a ese extremo. Lo resumió bien la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen: «Desacoplamiento no, reducir el riesgo sí».
La pelea va a salpicar a una Unión Europea, que, como apunta Arco, «aún no tiene una postura bien definida y sufre una fragmentación peligrosa». De hecho, Feijóo está convencido de que una UE unida es algo que ni China y Estados Unidos quieren. Y, por eso, ambas potencias abrir grietas en su seno. Pekín lo quiere hacer con sus inversiones en el Viejo Continente.
Según publicó la agencia Reuters, el gobierno chino ya ha pedido a los fabricantes de automóviles que suspendan, al menos temporalmente, sus planes en los 10 países que apoyan los aranceles, entre los que se encuentran Francia, Italia o Polonia.
España forma parte de la docena de miembros que se abstuvieron en la última votación –después de que China anunciase mil millones de dólares para una planta de hidrógeno verde en una localidad aún sin determinar–, mientras que Alemania es el único estado de Europa Occidental que votó en contra de los aranceles, preocupado por el impacto que puede tener en su industria automovilística, muy dependiente de China. De momento, Pekín ha solicitado a sus marcas que dirijan esas inversiones al último grupo, en el que también están Hungría, Eslovaquia, Eslovenia y Malta. Los dirigentes chinos tienen claro que no quieren la guerra, pero también que no la van a rehuír.
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