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No se asuste ni escandalice por el titular de esta newsletter. No quiero ser soez ni faltar al respeto al nuevo presidente de Estados Unidos (nada más lejos de mi intención). Pero así es: a Trump le faltan huevos. Esta afirmación, sin embargo, hay que entenderla exclusivamente en el sentido literal de la frase, no en el figurado, que quizá sea el más comúnmente empleado.
Nadie, o muy pocos, se atreverían a poner en duda las agallas de Donald Trump. Desde que hace ya un mes volvió a ocupar la Casa Blanca, ha dado sobradas muestras de que no le va a temblar la voz, ni el pulso, para firmar todo tipo de órdenes para cumplir con su eslogan de campaña: Make America Great Again (Hacer a América grande de nuevo).
Osadía, desde luego, parece no faltarle. Pero huevos, en el sentido más físico, no tiene. O escasos. Estados Unidos, el país de los sueños, carece de algo tan sencillo, tan común y en principio tan barato y accesible como los huevos, el alimento básico. Es cierto que esta crisis no la ha desatado Trump, sino que venía de atrás y está ligada al brote de gripe aviar, que ha obligado a sacrificar a millones de gallinas. Sin embargo, el mandatario había prometido solucionarla y rebajar su precio y, un mes después de ser investido presidente, lejos de conseguirlo, se ha agravado.
La docena de huevos para los norteamericanos se ha disparado más de un 15% en el primer mes con Trump al frente de la Casa Blanca, el mayor incremento en prácticamente una década, y en el último año su precio se ha duplicado con creces. La docena de categoría A ronda ya los 5 dólares, según las estadísticas oficiales, pero en la mayor parte de establecimientos los venden por casi 8 dólares, el triple que en España.
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Ya no es solo que el precio sea disparatado para un producto de primera necesidad, sino que otro gran problema es su desabastecimiento. Las estanterías de muchos supermercados están vacías y muchos otros han racionado su venta y la han limitado a una docena por cabeza. Esto también ha sido clave para un nuevo repunte de la inflación estadounidense, que se aupó en enero al 3%, lo que la convierte en otro enemigo para Trump.
Aunque esta crisis del huevo se quedará, previsiblemente, en una mera anécdota, sí es un reflejo más de la presión inflacionista que aún existe en el país y que está en riesgo de aumentar aún más con las políticas comerciales y fiscales de Trump y de torpedear su objetivo de que Powell, el presidente de la Reserva Federal, vuelva a pensar en bajar los tipos de interés para estimular la economía.
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Lo que sí ha conseguido el nuevo presidente de EE UU es que la guerra se haya desplazado desde Ucrania y Gaza hasta los balances de las empresas y el bolsillo de los consumidores. Porque esta batalla comercial que ha desatado Trump, aunque aún de alcance e impacto incalculable, puede salirle cara a Europa (y por ende a España), que podría convertirse en la región más castigada si se aprobaran todas las tasas y aranceles anunciados por Washington. Pero también pone en riesgo las finanzas de Estados Unidos, que podría atravesar una etapa dolorosa que ya anticipó el propio Trump en el camino a alcanzar su objetivo: que América viva de América, que los americanos compren y consuman productos propios.
Los aranceles de Trump fueron primero contra China, México y Canadá. Pero el dardo envenenado llegó pronto a Europa con ese 25% de recargo a las importaciones de acero y aluminio (España se juega aquí 500 millones de euros), para subir un peldaño más contra los Veintisiete con la amenaza de aranceles recíprocos que, de materializarse, pueden caer como una bomba en la Unión Europea. Y la última bala –por el momento, porque habrá más– es ese arancel del 25% a los automóviles –y también a los medicamentos– a partir del 1 de abril, que pondrá contra las cuerdas a un sector clave para España y que podría agravar aún más la crisis que está atravesando (el año ha comenzado con un desplome de su producción de casi el 30%).
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Lo único que rema a nuestro favor es que España compra a las empresas estadounidenses más bienes de los que éstas importan de las firmas nacionales, lo que a priori reduce su vulnerabilidad a las nuevas tasas americanas. Este déficit negativo es el argumento que están utilizando las propias multinacionales estadounidenses establecidas en nuestro país para tratar de sortear estos impuestos.
El impacto económico es imprevisible. Pero las primeras estimaciones hablan de una factura extra de hasta 400 millones de euros al día solo en las importaciones que hace Estados Unidos de Europa (según Trade Partnership Worldwide), y aquí aún no se había incluido el último anuncio de gravamen a los automóviles. Además, dependerá, en gran parte, de la respuesta de Europa, una Europa que permanece achantada ante los delirios supremacistas de Trump y que, por el momento, no termina de plantarle cara: no se atreve a reaccionar con contundencia y prontitud ante el temor a las posibles represalias que le pueda acarrear.
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Pero, sin lugar a dudas, esta oleada de amenazas, si finalmente se convierten en realidad, lo que va a provocar es una subida de precios de todos los productos afectados, porque las empresas (cerca de 28.000 compañías españolas exportan a EE UU) terminarán repercutiendo el alza de sus costes ante la imposibilidad de absorberlos. En definitiva, querido lector, vaya preparando su bolsillo….
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