Hace escasamente siete años la ilustradora Dorota Pankowska dibujó trece animales diferentes a base de la intersección de múltiples circunferencias.
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Si se observan sus líneas ocultas, se puede apreciar cómo el resultado de esas intersecciones traza perfectamente el perfil de un murciélago o de una ... morsa –que, dejando a un lado la coincidencia de ser mamíferos y con colmillos, no poseen demasiado en común–.
Las circunferencias de Pankowska me han retrotraído a aquel 7 de julio de 2011 en que Pedro Escobar coordinaba la federación extremeña de Izquierda Unida.
Su Consejo Político había votado que sus tres diputados autonómicos se abstuvieran en la sesión de investidura del nuevo Presidente de la Junta. Y, como en la segunda votación solo se necesita una mayoría simple, esas tres abstenciones facilitaron que José Antonio Monago –candidato por el Partido Popular– lograra acceder al cargo.
Entonces no existían en la Asamblea extremeña opciones ideológicas más antitéticas que las de ambos partidos. Y, sin embargo, la posibilidad de unir los dos polos opuestos del arco parlamentario me pareció más productiva que tensarlos, aunque el esfuerzo para lograrlo –imagino– fuera mayor.
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Pero se ve que Friedrich Hegel, el padre de la dialéctica, amaba denodadamente eso de escribir recto con renglones torcidos.
Si alguna vez extienden una cuerda sobre una superficie lisa y juntan sus extremos, comprobarán que –con algo de voluntad– la línea recta de la soga puede transformarse en una circunferencia.
Incluso si, como yo, aplican la llama corta de un mechero sobre ambas puntas, observarán cómo se funden y el espacio que las separa..., desaparece.
La perfección geométrica de la circunferencia se sustenta –Pankowska y sus animalitos aparte– en que todos los puntos que la conforman se encuentran a la misma distancia del centro, sin que ninguno destaque sobre los demás.
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Quizá, por eso, un año después de aquella abstención, Pedro Escobar declaró –sobre sus apoyos puntuales al gobierno de Monago– que no se trataba de coincidir en lo ideológico, sino de ofrecer sentido común y sensatez. Algo que, como lo del mechero, requiere más esfuerzo que ofrecer discordia. ¡Qué le vamos a hacer!
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