Barbarossa: «De la majestuosa alcachofa a la confusa tortilla»

Nos sentamos en la plaza de España de Mérida, en una terraza agradable, bajo un toldo con vapor de agua nebulizado, en un restaurante llamado Barbarossa, que es moda y tendencia, y enseguida empezamos a descender por una montaña rusa gastronómica que ora nos entusiasma, ora nos decepciona.

Empecemos: mesas amplias y cómodas, platos informales Made in India, una Cruzcampo fresquita y una tapa de cortesía anodina: aceitunas. El servicio es eficiente, amable, de sonrisa limpia y creíble y nos gana cuando pedimos cuatro platos y nos aconsejan solo tres si no tenemos mucha hambre. A lo largo de la comida, no cambiarán los platos ni los cubiertos y los manteles son individuales. Y un detalle importante: si están vacunados o son menos hipocondriacos que nosotros, aconsejamos comer en el interior, donde se suceden los espacios sorprendentes y el diseño cuidado.

Consultamos las cartas. Capítulo de vinos: interesante selección con 90 referencias, 15 denominaciones de origen y siete opciones para beberlos por copa. Un pelín subidos de precio: en los que comparamos, cargan de media el 100%. La carta de platos es amplia, variada y hace dudar ante tanta tentación estimulante: ¿ensaladilla rusa de atún rojo o con gambas, tartar de salmón o steak tartar de ternera extremeña, corvina macerada o salmón en costra de frutos secos, risotto de boletus, bacalao al pil pil, merluza rellena, pluma, carrillera, solomillo, paletilla, cochinillo, tomahawks?

Empezamos con un carpaccio de presa ibérica, tartar de tomate, dátiles, pistachos y helado de menta. Vaya por delante que miman el emplatado con desigual suerte: a veces caen en lo acumulativo (el carpaccio o la tortilla) y a veces aciertan en la contención (alcachofas y tarta de queso). Pero ya tenemos ante nosotros una generosa bandeja de carpaccio de presa y el camarero nos aconseja dejar la bola de helado de menta para el final, que nos limpie la boca.

Obedecemos y le damos la razón: hubiera sido pecado mezclar la menta con la presa y es verdad, limpia la boca, pero tras el logrado carpaccio, el helado resulta extemporáneo, un poco estridente y si se trata de limpiar el paladar, ¿por qué solo tras la presa?

Pero nos reconciliamos con la sutileza y el equilibrio gracias al salteado de alcachofas y calamar nacional en su tinta con americana dulce. Puestos a poner pegas, la tinta es demasiado sabrosa, pero no seamos tiquis miquis porque es un plato glorioso con un calamar delicado y sugerente y unas alcachofas en su punto de textura y sabor.

Acabamos los platos principales con la tortilla de calabaza, patata violeta, granapadano y atún rojo y nos sumergimos en un plato confuso y tremendo que nos recuerda a las tortillas cántabras y astures de los bares, que pueden pasar como pincho de barra con cañita, pero no como plato de restaurante selecto. El interior es una masa deshecha en la que no distingues ni patata ni calabaza y por encima han colocado unas lonchas de atún rojo y espolvoreado grana padano rallado. No es cuestión de acumular por acumular, sino de ensamblar sabores.

Afortunadamente, una antológica tarta de queso nos saca de la perplejidad y nos deja buen sabor de boca tras tanto vaivén y tanta montaña rusa en la animada plaza de España de Mérida.

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