Casa Vicente: mesa camilla y judías con conejo al sur de Badajoz

Quien se acerque hasta Cabeza la Vaca para comer en el restaurante Casa Vicente, justo en la plaza y frente a la iglesia, y espere ser atendido por un maître encopetado, se llevará un chasco porque le atenderá Vicente, que es cualquier cosa menos sofisticado. Vicente es como su restaurante: campechano, sanote, sencillo y ocurrente. Su alter ego es Lucía, la camarera, una señora amable, con clase, que sabe estar y sabe atender. Lo que sabe Vicente es cocinar.

En Casa Vicente se trabaja a otro ritmo. Hemos reservado para las 13.45, llegamos a la hora y el jefe nos dice que somos demasiado puntuales, que es temprano, que ayer hubo jaleo y tiene que montar las mesas, que demos una vuelta por el pueblo. Así que damos una vuelta y a las dos nos acomodan en una mesa camilla con faldilla y hueco para el brasero, junto a un ventana que da a un patio con naranjo y con una separación entre mesas anticovid que debe de ser la mayor de Extremadura. Vicente no será puntual, pero es prudente y vela por la salud de una clientela que llena el primer piso de su restaurante familiar.

Por lo demás, un jamón dispuesto para comérselo recibe al cliente al final de la escalera y en la mesa, copas correctas, que cambian a mejor si pides vino, cubiertos de diseño Stainless Steel y vajilla original.

Al pedir la bebida, más que traer la carta de vinos, Lucía trae las botellas, te las muestra, te las explica, te dice el precio. ¿Hay algún sumiller en Extremadura que supere tanta diligencia y claridad? De cortesía, aceitunas «machacás» de primera con barquito para los pipos.

Y llega Vicente y te da la carta, por protocolo, porque nos ve forasteros y aún no sabe a qué atenerse. Pero nos ponemos en sus manos, nos explica lo que tiene y así todo es más fácil. Nos habla de su famoso cuba libre de foie y lo pedimos: es una tarrina llena de mousse de foie con una gelatina por encima hecha a base de ron Barceló y CocaCola. Estamos ante lo que Vicente presenta como el plato estrella de la casa. «Un plato Michelin que aprendí con Quique Dacosta», informa el chef.

Es refrescante y entra bien, pero entendemos que si acabamos el foie, no podremos comer más y pasamos a unos rebozuelos con gambas. Están muy ricos y si no fuera por el exceso de ajo frito sería un plato perfecto, cuestión de gustos.

Cuenta Vicente que trae las setas del norte de Cáceres. 300 kilos de boletus ha comprado y los sirve con huevos fritos y jamón. En la carta oral, que Vicente recita, hay ensalada de perdiz escabechada, ciervo con boletus, codornices escabechadas con níscalos, bacalao, presa, chuletón... Nos debe de ver flojos porque nos dice que lo del chuletón no va con nosotros. A cambio, nos pone unas judías con conejo y morcilla mantecosas, deliciosas, esencia de lo casero y lo tradicional.

El último plato va a ser, decisión lógica, cerdo ibérico. Tomamos un solomillo con patatas fritas que es solo eso, nada más, pero nada menos, que carne a la plancha con sal y buenas patatas fritas, sabor ibérico auténtico, sin salsas de fresa ni crocantis de pacotilla. Un placer que rematamos con una tarta de galleta de la abuela demasiado festiva: que si siropes, que si confetis. Hasta Vicente ha sucumbido a los postres en technicolor. En lo demás, sigue siendo auténtico, Vicente en estado puro.

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