El Palancar, paisaje de ensueño y carnes a la brasa

San Pedro de Alcántara fundó el «conventino» de El Palancar en 1557 en Pedroso de Acim. Situado en la falda de una colina, desde su jardín se disfruta en estos días de la inmensidad: el valle del Alagón alfombrando el horizonte y los colores de finales de otoño regalando belleza y quietud. Descendiendo unos metros, nos encontramos el restaurante El Palancar.

La primera impresión al entrar en el comedor es de asombro. Dos de las cuatro paredes son cristaleras inmensas que se abren al valle del Alagón. Las mesas, amplias y separadas (cuidan mucho las medidas anti covid), y las sillas de madera se disponen a lo largo del salón. Los manteles individuales son de papel, al igual que las servilletas. Cristalería, vajilla y cubertería de nivel, música de piano, servicio uniformado con toque informal y jovialidad y eficiencia en el trato.

Vamos a ponerle un pero a la decoración: el salón tiene un ligero aire de albergue juvenil mezclado con un toque rústico (llaves antiguas, rodillas bordadas) un tanto 'demodé'. Unas mesas y unas sillas más vestidas y una decoración más actual proporcionarían un salto de calidad ambiental. Pero es esta una cuestión muy personal del hostelero: a veces es mejor mantener lo que funciona que dar saltos al vacío.

Pero comamos y bebamos. Con un estupendo Protos Verdejo en copa, repasamos la correcta carta de vinos (54 referencias, 16 extremeñas sin fallo y algunas apuestas interesantes: Ossian, Polvorete, Pomar de Burgos). Nos sirven como aperitivo de cortesía unas croquetas de cabrito con reducción al Pedro Ximénez que superan con nota alta la difícil prueba de la croqueta, especialidad culinaria en la que todos somos expertos y puntuamos según se parezca o no a la de nuestras madres.

En la carta, dos secciones. La primera se titula 'Para compartir' y no faltan en ella buenos ibéricos, magníficos quesos extremeños ni la modernidad del carpaccio, el tartar o la tempura.

De esa sección, probamos la ensalada de perdiz con pimientos asados y lechugas, la lasaña de boletus gratinada con queso de cabra y unos saquitos de pasta filo con patatera, orejones y pasas con reducción de oporto. La perdiz la escabechan en el restaurante, nada de lata, y los pimientos asados saben a la tradición de las conservas caseras tradicionales de estos pueblos (Torrejoncillo, Coria, Ceclavín). Delicadeza en la lasaña de boletus deconstruida, con toque de queso de cabra que no mata al boletus, y sabor a pueblo extremeño en los saquitos con patatera, nuestro embutido más racial y patriótico.

Como la oferta de vino por copas es buena, cambiamos a un tinto extremeño La Zarcita de nivel y pasamos a la esencia de El Palancar: solomillos, chuletones, chuletillas, bacalao… Todo a la brasa de carbón de encina. Tomamos un cordero recental con salsa de miel y menta que agota los adjetivos: apoteósico, inolvidable, sublime y una presa ibérica con salsa de frutos rojos y puré de patatas con equilibrio de sabores. Las raciones son abundantes.

De postre, un digestivo biscuit de higos con salsa de nueces. Con un café, tostado por Zeri's en Cáceres, de categoría finalizamos esta comida en El Palancar marcada por las vistas, la calidad del producto y el hábil manejo de las brasas.

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