La Terraza de Carmen: «Zamburiñas con sabor a mar junto al Tajo»

Al llegar desde la N-630 a Garrovillas de Alconétar, el primer edificio del pueblo es La Terraza de Carmen, un restaurante que en menos de dos años se ha convertido en uno de los puntales de la gastronomía rural extremeña. Asistimos en la región a una revolución gastronómica liderada por jóvenes «chefs de pueblo» formados en grandes fogones, pero que han acabado volviendo a su tierra para aplicar aquí sus conocimientos. Carmen Rodríguez Mendo se formó en la escuela de Karlos Arguiñano, colaboró con Sergi Arola, fue jefa de cocina en el Asador San Martín de Orio (Gipuzkoa) y ahora está al frente de su propio negocio.

La Terraza de Carmen tiene dos espacios para comer: la terraza exterior cubierta y con estufas y la sala interior. En ambos casos, se comparte el comedor con la zona de bar y esto resta tranquilidad y suma ruido a la ceremonia de comer fuera de casa. En las mesas, manteles verdes de buen papel y vajilla de la India. Los camareros: campechanos, amables, sin uniformar y atentos a solucionar cualquier detalle o necesidad como traer más pan, encender la estufa…

La carta es corta, pero sugerente y apostando por el producto: chuletones de ternera con 30 días de maduración, jamones, embutidos y carnes ibéricas de Álvaro Parra. Tienen un pulpo asado con cremoso de patata al pimentón que gusta a la clientela y entre las sugerencias del día, destacaban los mejillones en salsa picante o gratinados y la hamburguesa de cebón de blanca cacereña.

No sirven aperitivo elaborado, sino unas aceitunas bien guisadas. Como se trataba de poner a prueba a la cocinera, al fin y al cabo ese es el primer mandamiento de un crítico, optamos como entrante por unas zamburiñas. Comer este molusco en Garrovillas no deja de tener su toque exótico y la prueba no era fácil, pero en La Terraza de Carmen se supera con sobresaliente. A la mesa llegaron ocho zamburiñas sin truco (la carne estaba pegada a la concha, nada de piezas congeladas sobre concha almacenada), su sabor yodado resplandecía sin engaños y la salsa de aceite, perejil y limón era tenue, sin exageraciones, realzando matices y pidiendo mojar en ella el bollo de pan crujiente.

Retiran los platos, no los cubiertos y pasamos a juzgar un bacalao a la plancha sobre panaderas. Bien presentado, guarnición adecuada y una generosa posta de bacalao en su punto de sal, textura y sabor, aderezado con un salsa verde similar a la de las zamburiñas, habilidad de la casa para realzar sabores sin esconderlos.

¿Qué nos deparará la presa ibérica con boletus confitados? ¿La acompañará alguna virguería que impida saborear el ibérico? Tranquilos: Carmen prepara la presa como debe ser. Grandes trozos de boletus impregnan cada bocado de matices camperos, la carne jugosa se disfruta sin afeites y el parmentier de patata acompaña con elegancia.

De postre, una tarta de queso horneada de categoría y una panchineta de hojaldre con crema pastelera menos sublime. Postres bien presentados con fresas, resbalando sobre una tabla de plástico imitación madera. Mejor, un plato. Traían la compañía de una bola de helado que no aportaba nada a la tarta de queso salvo dar sensación de generosidad.

Precios correctos, sabores auténticos, guarniciones adecuadas… Un placer, algo ruidoso, pero placer al fin y al cabo.