Los Templarios: «Un cachopo insuperable en Monesterio»

En Monesterio se come muy bien. Es un pueblo lleno de lo que los franceses llaman «Resto Etap»: media docena de restaurantes donde parar a comer en los viajes por la Autovía de la Plata. Entre ellos, Los Templarios, que abrió hace 40 años como taberna y hace siete se convirtió en restaurante.

El local está diseñado con buen gusto y sin ninguna estridencia: pared de color gris a la entrada y de color madera más al interior con una bonita selección de platos decorándola, espejos, estudiada iluminación, cómodas sillas que imitan el mimbre, vajilla alegre de origen turco, mesas amplias, aunque algo pegadas (escuchas la conversación vecina como si fuera la tuya), cubertería de la casa Comas, en acero inoxidable con baño de color bronce, cristalería pertinente y manteles individuales en los que se puede leer: «Tripa vacía, corazón sin alegría».

Así que alegramos el corazón con unas Cruzcampo Especial bien tiradas y una tapa de bienvenida: patatas aliñadas. El pan, curiosamente presentado en un pequeño escurridor, es bueno y se complementa con bolsita de picos y regañás. El servicio, eficaz sin aspavientos, vestido con moderno delantal marrón, resuelve enseguida problemas y peticiones: más pan, más cubiertos… La carta, de alegres colores, se divide en cinco secciones heterodoxamente organizadas: Entrantes y Revueltos, Carnes, Pescados y Cuchareo, Entrepanes y Postres. Es amplia y se apunta a la tendencia de ofrecer tapas o raciones: se pueden pedir tapas en 44 de los platos ofertados y las raciones son generosas. En los vinos, 38 referencias de 8 regiones vitivinícolas y precios ajustados. 16 son extremeños con especial atención a bodegas de Trujillo, Matanegra y Oliva de la Frontera.

Empezamos con una ensalada que es la estrella de la casa. Se llama ibérica y lleva lechuga, tomate, jamón ibérico, salmón, queso fresco, pimiento y cebolla (no lo especificaba en la carta, pero también había piña). Se presenta bien emplatada, fotogénica, atractiva. Es una opción perfecta para refrescar el paladar y la mezcla combina sin estridencias. En los entrantes, ya asoman los ibéricos con pruebas de salchichón y chorizo, bandejas de chacinas, huevos fritos con chorizo y jamón de Monesterio…

El cuchareo llega a la mesa en soperas muy aparentes. Los platos de sopa de ajo y de picadillo, de lentejas y alubias con chorizo e incluso el cocido guiñan un ojo al viajero, que ha de hacer gran esfuerzo para no sucumbir a una tentación que exige siesta ineludible. Mero, atún, bacalao, pulpo, sepia, chocos o chipirones animan la oferta de pescados. Pero es en las carnes donde la carta de Los Templarios resplandece: retinto, angus, ibérico, cordero, guarrito, rabos de toro y cerdo, manitas, carrillera, lengua…

Pedimos unos medallones de solomillo con rulo de cabra y cebolla caramelizada. Maridan bien complementos y solomillo, aunque no es un plato de alta escuela, más bien una clásica oferta de tapería con aspiraciones. Pero falta el culmen de la comida: un cachopo de solomillo ibérico y queso fuera de carta que pide a voces ser incorporado a la oferta cotidiana. Tiene forma de hamburguesa gigante rebozada y seduce al paladar en un juego de sabores y texturas delicioso. Acabamos con una algo rutinaria torrija con crema de arroz y helado, la cuenta no nos dolió nada y seguimos viaje con buen sabor de boca.

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