En Salsa | La crítica

Zalaque, lo más chic de Montijo

Montijo tiene una avenida con palmeras que parece más Miami que Vegas Bajas. Siguiendo por ella, se llega al campo de fútbol. Justo después del estadio, en una nueva barriada, se encuentra el restaurante más chic de la villa, Zalaque.

Una decoración moderna recibe al cliente. Las mesas son amplias y de madera. Las sillas, cómodas, combinando la madera y el metal. Bonitas lámparas de diseño singular, grandes ventanales y buena iluminación combinando la luz natural y la artificial.

Es sábado y el restaurante está lleno así que es complicado amortiguar el bullicio. El servicio es amable, aunque un poco lento: el ritmo de la comida es desigual y provoca alguna espera exasperante entre plato y plato. En la cocina, emplatan bien, con ceremonia y gusto. Cambian algunos platos, aunque no los cubiertos. Vajilla y cristalería de buen nivel, manteles individuales y pan corriente recién horneado.

En la carta de bebidas, nueve tipos de cerveza y 41 referencias de vinos, cavas y espumosos de 12 regiones vitivinícolas y DO. Buena selección de vinos extremeños, clasicismo en riojas y riberas con alguna incursión menos ortodoxa (Artuke, Matasnos, 10.12). En blancos, apuestas seguras en semidulces, verdejos, albariños y godellos. Afortunadamente, cuidan la oferta por copas (14 posibilidades), sobre todo en los vinos extremeños. En la carta, se apuntan a la nueva costumbre de cambiar el epígrafe entrantes por el de «Nada como compartir»: buenos embutidos, quesos, por cierto, ninguno extremeño (Sierra de la Culebra, Azores, Grana Padano, Payoyo e Idiazábal), ensaladas, croquetas, tartar, berenjenas y algunos preparados orientales (gyozas, wok, futomaki).

Empezamos con una ensalada de rulo crujiente «By Efra Calidade» (crema de rulo, vinagreta de arándanos, manzana, nueces y pistachos). Es una apoteosis de ensalada muy bien presentada con el queso de rulo embutido en unos canutillos de masa crujiente. Un plato original y convincente que refresca y reconforta el paladar.

Seguimos con un carpaccio de picaña de vaca con pecorino trufado, aceite manzanilla cacereña y sal en escamas. No es habitual tomar un carpaccio de picaña, de hecho, en los 170 restaurantes extremeños y portugueses que hemos visitado y comentado en el último lustro, nunca lo habíamos encontrado. La picaña, ya saben, es popular en Brasil y también la preparan habitualmente en el Alentejo. En Extremadura, se compra buena picaña de retinto en las carnicerías especializadas. El carpaccio del restaurante Zalaque es un plato elegante y de sabor delicado. Lo acaban en la mesa con el pecorino San Gimigniano y el aceite Lagar de Soto. Viene con pan crujiente y es un preparado interesante que merece la pena. Lástima que no cambien el plato tras la ensalada: han quedado restos de la vinagreta de arándanos y chocan los matices.

En la carta, aparecen a continuación las secciones Del Mar (sepia, lubina, gambas, bacalao, atún) y De la Tierra (codillo, solomillo, abanico, lomo de vaca, costillar de cordero). Optamos por una lubina en tempura con mayonesa de yuzu y hoja de banano. Se produce un brusco frenazo en el ritmo de platos. Llega, por fin, envuelta en un rebozado suave y bien logrado. Buen producto, pero marcado por esa cosa medieval de alegrar el paladar del cliente con salsas especiadas que regalan intensidad, pero hurtan detalles.

Las raciones son abundantes. Llegamos saciados al postre. Tienen tarta de queso, crumble de manzana y coco, tarta de limón, brownie de chocolate negro…

Pedimos un clásico de la casa: Black Coupage, que resulta ser una porción de tarta con mezcla de galleta, chocolate y nata: generosa explosión de dulce, goloseo extremo y final intenso para una comida de buen nivel medio y precios razonables.

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