Los vocablos 'gourmet', 'delicatessen' o 'packaging' no se relacionaban hasta hace nada con la gastronomía extremeña. Si querías llevar unos productos típicos de la región a los parientes, solo encontrabas especialidades de una sola admiración, es decir, un queso, una patatera o un aceite que provocaran un solo «¡oh!», el que su consumidor exclamaba al probarlos. Y así era imposible competir en un mercado repleto de 'delicatessen' variadas de doble admiración: el «¡oh!» que se exclama al descubrir el paquete y asombrarse ente la gracia del envoltorio y el «¡oh!» que se escapa al degustar el contenido.
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Cerca están ya la feria Alimentaria de Barcelona y el Salón del Gourmet de Madrid y hacia allí partirán más empresas extremeñas que nunca con la seguridad de siempre en la calidad del producto extremeño, pero con el orgullo, ¡por fin!, de ofrecer, más que nunca un empaquetado atrayente y adecuado.
Ya les he contado que hace un siglo, cuando el aceite de Gata venció a los aceites de medio mundo en la feria de la alimentación de París, el jurado, junto con el premio, dio también una recomendación: convendría presentar el aceite de manera elegante y no en bruto, metido en una frasca y que sea lo que dios quiera.
Eso se acabó: el aceite extremeño viaja a la Sial de París y a la Anuga de Colonia envasado en ampollas de cristal tan bellas que parecen contener antes un perfume que una grasa. Sigue siendo la mejor y ahí están los premios para certificarlo, pero eso no bastaba para llegar a un consumidor que necesita asombrarse dos veces para comprar y disfrutar.
Productos gastronómicos extremeños que entran por el ojo y no defraudan en el paladar; la vista y el gusto como acicates sensoriales. En 'La Chinata', entendieron pronto las nuevas tendencias en la alimentación de alta gama y el resultado es que, hoy, vas a Gijón, Barcelona o Valencia y encuentras una boutique 'gourmet' de esta empresa placentina.
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El ejemplo chinato se ha extendido por toda la región y ha llegado a los productos más inesperados. La humilde patatera, por ejemplo, ya no se vende solo en ristras tan ancestrales que ya las ensartaban así nuestras tatarabuelas. Ahora, las patateras se empaquetan en papel de estraza tradicional, llevan un toque de miel y se llaman Patatera Power. Y triunfan, claro está, porque llaman la atención, despiertan la curiosidad y no fallan en lo que nunca fallaron: la calidad.
Con los quesos, más de lo mismo. Más allá de la gama Pascualete, presente en La Boquería, en los restaurantes más selectos y en las tiendas exclusivas, hay quesos de Castuera o de Zarza de Granadilla envueltos en delicados papeles de color blanco inmaculado, un empaquetado tan bello y elegante que el agasajado con uno de esos quesos de cabra, en el caso de Zarza de Granadilla, o de oveja, en el caso de Castuera, duda sobre si es un queso o una joya.
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El lomo ibérico se vende envasado al vacío, pero también encerrado en una bonita lata alargada. Los jamones ibéricos de bellota no se venden al desnudo, sino protegidos por un saco de coqueta rusticidad. En conservas, hemos saltado de la mermelada en tarro o el paté en lata, muy ricos, pero sin gracia, a envasarlos en tarrinas decoradas con una tela de cuadros, cerradas con una cuerda tradicional, entrando por los ojos antes de convencer en la boca.
Cestitas de frutos rojos, bellas botellas de licor de higo, bellota o cereza, latas elegantes de aceitunas, bombones de higo envueltos en papel de plata y empaquetados en cajas preciosas, estilizadas botellas de vino bueno... Sabores de Extremadura asombrando al verlos, asombrando al comerlos.
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