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Clientes importantes
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El maestro de camareros Custodio Zamarra, sumiller del madrileño Zalacaín cuando era el primer tres estrellas Michelin del país, ha atendido a lo largo de su carrera a reyes, altos dignatarios, premios Nobel o estrellas de cine. En una entrevista reciente confesaba sin embargo que ... cuando más disfrutaba era cuando venían clientes de los pueblos cercanos, «como yo, que también soy de pueblo». Los reconocía al entrar, expectantes y azorados, «a veces se notaba que habían ahorrado para venir a Zalacaín» a celebrar una ocasión especial.
Zamarra valoraba la humildad con la que se ponían en sus manos, «era un placer recomendarles». Nunca vinos carísimos, su prioridad era que disfrutaran sin preocuparse por la cuenta. El agradecimiento sincero con el que se despedían le emocionaba más que las visitas célebres. Sabio ejemplo de una leyenda de la sala, cuya sensibilidad contrasta con la altivez que gastan a veces algunos recién llegados al oficio.
Ese cliente que hace un esfuerzo por sentarse a su mesa es el bien más preciado de un restaurante, mucho más que el voluble público de élite, que no tardará en mudarse caprichosamente al próximo 'place to be' cuando la casa deje de estar de moda. Merece por tanto un trato de favor y abandonar cualquier actitud condescendiente. ¡Qué más da si utilizan el cubierto que no es o se confunden al nombrar un plato! Lo importante es que en ningún momento se sientan fuera de lugar, pues se irían con la sensación de haber tirado el dinero y pocas ganas de volver.
La pompa de un gran restaurante a veces impone, muchos evitarán importunar al equipo con peticiones especiales o cambios de última hora, conviene ponérselo fácil con una presencia constante, pero no abrumadora. Los detalles como elegir una mesa romántica si se trata de un aniversario o sacar una velita de cumpleaños contribuyen a hacer que la gente se sienta en casa. Quién sabe, quizá se decidan a iniciar una tradición familiar.
Y si a la hora de pagar la cuenta, vemos que la suma podría considerarse algo abultada, una invitación al café o a un licorcito no va a ningún lado y sienta como un bálsamo. La merecen más que el famoso de turno, que no valorará del mismo modo un trato de favor al que está demasiado acostumbrado.
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