Se ha convertido en un ritual ineludible en los restaurantes. El camarero trae un plato a la mesa, desenfundamos el móvil y nos lanzamos a retratarlo antes de darle el primer bocado. Hasta que todos y cada uno de los comensales no se muestran satisfechos ... con la imagen obtenida, nadie osa destruir la composición para servirse. No importa que la comida pierda temperatura, que la presentación se desmorone o que el ritmo del servicio se ralentice, sin foto no se puede empezar a comer.
Publicidad
No se trata de ridiculizar aquí un gesto que ha pasado a ser casi involuntario; el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Lo hemos interiorizado de tal manera que muchos restaurantes ya lo tienen en cuenta a la hora de elegir la vajilla, plantear la presentación del plato o iluminar el comedor. Una luz mala o un emplatado ramplón pueden arruinar su reputación en las redes sociales, mientras que un envoltorio espectacular asegura etiquetados constantes. No en vano, 'Instagrameable' es un adjetivo cada vez más común a la hora de hablar de –cierta– hostelería.
No importa que su sabor sea impresionante –recuerdo una desastrada ensalada de tomate, patata y bonito en el Piper de Mutriku que vive para siempre en mi paladar–: si el plato es feo, nunca será una estrella en las redes. Por esa misma regla de tres, un camarero entrado en años, calvo y con barriga, se puede quedar fuera de la plantilla de un neobistró que quiere transmitir una imagen canallita, aunque le de mil vueltas en experiencia y savoir faire al chaval de brazos tatuados que te recibe con un «hola chicos». Otro día hablamos de eso.
Al final este fetichismo de la imagen responde a una concepción de la gastronomía más aspiracional que puramente hedonista. No se trata de disfrutar paladeando las viandas o de embriagarse con el vino, sino de mostrar al mundo lo que comemos y las etiquetas que descorchamos. Si no nos retratamos en la taberna de moda o en ese estrella Michelin del que todo el mundo habla, es como si jamás lo hubiéramos visitado.
Publicidad
La paradoja es que rara vez revisamos los miles de fotos que atesoramos en la nube para evocar recuerdos gastronómicos. Si los platos fueron realmente memorables, no hará falta sacar el móvil para volver a saborearlos.
Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.