Algunos se echan las manos a la cabeza. ¿Cómo puede una botella que cuesta menos de 10 euros en el súper triplicar su precio en la carta de un restaurante? «Si lo único que ha hecho el hostelero es almacenarlo», claman indignados, olvidando de manera ... selectiva la larga lista de requisitos que hacen que podamos disfrutar de una copa de vino sentados cómodamente en un comedor o una terraza.
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No solo el espacio, la mesa y la silla tienen un coste que –como en cualquier negocio– habrá que amortizar. El mantel, la servilleta, la copa de cristal, el aire acondicionado, la música de ambiente, la iluminación del local... Eso sin entrar en el coste de la materia prima, el salario de la plantilla o la larga ristra de impuestos a la que tiene que hacer frente el sector.
Muchos de los que critican alegremente se sorprenderían de lo exiguos que pueden llegar a ser los márgenes en la hostelería, teniendo en cuenta el esfuerzo que se hace necesario para arañar beneficios. Acodados a la barra del bar, ven en el tabernero a una especie de avaricioso Leviatán cuyo único objetivo es rasgarle el fondo de los bolsillos, en lugar de a un profesional de confianza que quiere que salgan de su casa contentos.
Está también quien parece añorar los tiempos del vino peleón a granel, despreciando el camino recorrido por el sector vitivinícola de este país durante las últimas dos o tres décadas. Mientras muchas bodegas se matan por ganar prestigio en el mercado internacional, dando valor a la selección de uvas, la recuperación de variedades o las elaboraciones artesanales, algunos –incluso dentro del gremio– parecen suspirar todavía por vinos sin carácter ni personalidad, con tal de que salgan a unos céntimos menos el trago.
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Para evitar suspicacias, también conviene a los restaurantes hacer un ejercicio de mesura, especialmente en etiquetas tan populares que todo el mundo tiene una idea de su precio original. Una cosa es cargarle el doble o el triple de su coste a una referencia difícil de encontrar que el sumiller lleva años atesorando y otra cobrar la copa de criancita en un bar a lo que vale la botella entera. El vino, mejor con moderación.
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