![Gastronomía artificial](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/07/09/comand-kCQE-U220669170661XbF-1200x840@Hoy.jpg)
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El otro día hice una prueba que resultó tan reveladora como inquietante. Le pedí a un chat de inteligencia artificial que me diera un ejemplo de carta de un restaurante con solo dos claves: informal y urbano. En apenas tres segundos el 'bot' había pergeñado ... un repertorio completo de entrantes, platos principales, postres y bebidas, que se parecía sospechosamente al que cabe encontrar ya en casi cualquier bistró del planeta.
Ahí estaban los omnipresentes nachos –la IA se atrevía incluso a llamarlos «caseros»–, unas guiozas con salsa de soja y jengibre, una ensalada César con pollo «a la parrilla», tataki de atún rojo, phad thai con gambas y tofu, poke bowl de salmón marinado, una selección de sushi, ceviche de langostinos, pizza «napolitana», la irrenunciable hamburguesa de la casa con su propia «salsa secreta» y de postre, tarta de queso horneada y brownie.
Suena familiar, ¿verdad? De un tiempo a esta parte parece como si cientos, miles de establecimientos de hostelería de todo el mundo se hubieran puesto de acuerdo para servir exactamente lo mismo. Las variaciones –esos toques que algunos osan calificar como 'de autor'– se quedan generalmente en lo superficial, una salsa distinta, un queso de la zona, un leve guiño al recetario local. Pero la base de la partitura es casi siempre la misma. Como si ya no fuéramos capaces de enfrentarnos a un plato que no encajara en la docena de variantes a la que ha quedado reducido el recetario globalizado.
Para más inri, muchas de esas propuestas se presentan a sí mismas con un lenguaje que les atribuye cualidades «rompedoras», «originales» o incluso «revolucionarias», cuando es evidente que a estas alturas hasta una máquina es capaz de componer un menú así de «innovador». Redondea el cuadro una caterva de influencers de lo 'foodie', que aplaude cada supuesta novedad desde las redes con un entusiasmo tan cuestionable como su criterio.
El asunto daría para echarse unas risas de no ser porque esconde una realidad desoladora, que empobrece no solo nuestra gastronomía, sino cualquier manifestación cultural de nuestro tiempo. Al parecer vivimos dominados por algoritmos, que se limitan a ofrecernos lo que creen que nos va a gustar. No hay nada menos 'revolucionario'.
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