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Así hemos narrado la manita del Barça al Valencia

Tres y pico de la tarde en un comedor hasta la bandera, el camarero sale de la cocina con dos platos en la mano, escucha con terror la campanilla de la puerta y se queda petrificado en el umbral. Su cabeza seguramente piensa 'más gente ... no, por favor', pero su boca no es capaz de articular palabra. Emito un tímido 'hola' y él pregunta inquisitivo: «¿Tienes reserva?». Por suerte, la tengo. Resopla y me acomoda a regañadientes en un rincón cerca de los baños. Se olvida de darme la carta y corre de nuevo hacia el office; me armo de paciencia. El menú resultó ser fantástico, pero hizo falta buena voluntad para darle la vuelta a una entrada tan descorazonadora.

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