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Cerezas de Berzocana

Cerezas de Berzocana

Las picotas más gordas también se venden en Extremadura

Sábado, 20 de junio 2015, 16:08

Las cerezas más ricas que he tomado las comí en Nuñomoral. Aunque tenían truco: las cogí directamente del árbol de Vilasio Rubio, un alfarero de las Hurdes que creyó llamarse Augurio hasta el día que fue a sacarse el DNI y el funcionario le demostró que su verdadero nombre era Vilasio, que lo de Augurio era un invento. Pero sus cerezas eran de verdad y comidas del árbol sabían distinto.

Los padres de Augurio-Vilasio sobrevivieron regentando una de las cuatro tascas de Aceitunilla y cultivando olivos y huertos chicos por los bancales. Vilasio emigró a Suiza, trabajó de albañil, tuvo un accidente, aprendió alfarería en el hospital y regresó a Nuñomoral, donde puso casa, taller alfarero, sala de exposiciones y un par de cerezos en el jardín.

«La mujer me dice que soy un avinagrado, de limón», me contó Augurio-Vilasio la tarde que probé sus cerezas, pero yo estaba tan narcotizado por el dulzor que no era capaz de atender a la hipotética acidez de aquel hombre que, me confesaba, prefería ir en burro a vivir mal para tener coche. Solo me fijaba en las cerezas más gordas y en las figuras que Vilasio había moldeado en su taller: un Bin Laden, una chica fotógrafa que enseñaba su linda ropa interior mientras retrataba, un político corrupto. Augurio-Vilasio hacía y hace una cerámica tan inesperada como sus cerezas.

Que haya alfarería en Hurdes es raro porque en esa comarca no hay talleres de cerámica. Que haya cerezas es de lo más normal. La moda y la fama nos llevan a creer que las únicas cerezas extremeñas son las del Valle del Jerte, pero abundan en las Hurdes, en el Ambroz y también en las Villuercas. Es más, el miércoles pasado compré una caja de dos kilos de cerezas de Berzocana y eran gordas, duras, negras y dulces. Me las vendió Fátima, mi frutera de cabecera: 22 años en el negocio, hija y esposa de fruteros, con tres tiendas y un almacén en Cáceres y, sobre todo, con mucha pedagogía.

Fátima me explica las diferencias entre la rica cereza lapins, que es la que hemos estado tomando hasta ahora, y la picota, que es la que viene a partir de ahora. También me quita de la cabeza los lugares comunes como esa creencia de que las cerezas gordas son las que se llevan a Madrid y las pequeñas las que se venden en Extremadura. «No es verdad, las picotas de calibre 28-30 que traigo yo son las mismitas que se llevan a Mercamadrid, la diferencia es que allí se venderán a 10 euros y en Cáceres, a 2.99», aclara.

A la cereza extremeña le falta un poco de novelería, pero ha sabido venderse bien y hasta las empresas de mensajería hacen ofertas para enviar desde Extremadura cajas de cerezas a los parientes y a los amigos. En Madrid, está de moda acercarse el fin de semana al Jerte y llevarse cajas de cerezas hermosas. Pero ya digo que no solo de cerezas jerteñas están llenas nuestras fruterías. Las de Berzocana empiezan a comercializarse bien y Fátima me vendió por 5.50 euros una caja de dos kilos de la finca La Cancha, donde las variedades ambrunés, california y burlat penden de árboles hermosos.

Podemos presumir de tener las mejores cerezas del mundo como otros se vanaglorian de su foie, su caviar o su atún de almadraba. Solo nos falta un poco de literatura. Porque de la cereza se habla mucho, pero se escribe poco. Cunqueiro, que escribía de todo y lo bordaba cuando tocaba la gastronomía, contaba que fue Lúculo quien trajo los cerezos desde Asia Menor a Occidente y que fue la orden de Cluny la culpable de la popularidad de este árbol en toda Europa. También contaba que Fragonard pintaba a aristócratas subidas a los árboles recogiendo guindas con las que hacer kirsch, una bebida que entusiasmaba a Stendhal y a Balzac.

Pero una cosa son las guindas, que están ricas, pero saben ácidas y dan mejor en licor que en postre, y otra muy distinta las cerezas, que solo alcanzan la categoría de fruta sublime en los huertos hurdanos, en las fincas de Berzocana, en las laderas de los valles del Ambroz y del Jerte.

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