Chocolate con pan

Mi suegra merienda cada tarde una pastilla de chocolate con pan. Es una merienda castiza, antigua, tradicional. Los más jóvenes quizás no lo entiendan, pero sus padres y sus abuelos merendábamos habitualmente chocolate con pan. Era la merienda nacional, me la daba mi madre en Cáceres y los salesianos en Zamora.

En aquel tiempo, o sea, hace nada, el chocolate no nos parecía un producto sofisticado lleno de propiedades, nadie hablaba de su poder euforizante ni lo tomábamos para animarnos en las tardes depresivas. Todo era más sencillo: partíamos una pastilla y un currusco de pan, nos lo merendábamos y nos íbamos a la calle a jugar.

Hoy, el chocolate se ha llenado de novelería y le pasa como a casi todo: más que comerte una pastilla, parece que estás comiendo un afrodisiaco, un alimento lleno de connotaciones eróticas. Es lo moderno: crear una historia para cada producto. No meriendas queso, sino una equivocación de unos pastores que echaron un cardo en la leche y crearon una delicatessen; no bebes vino, sino el néctar de unas uvas recogidas en la madrugada, cuando las gotas de rocío refrescan y poetizan; no comes carne, sino entrecots de vacas felices madurados durante un mes por carniceros conscientes.

Con el chocolate pasa lo mismo: no meriendas una pastilla, sino una mezcla de peli porno y thriller con asesinato incluido. En los restaurantes ya no sirven mousses de cholate ni tartas de moka, sino unos postres con nombres que ponen mucho. Por ejemplo, hace nada pedí uno que se llamaba Locura Pasión Equis. Con ese nombre, hace 30 años, hacían una saga erótica tipo Emmanuelle, te pedían el carné antes de servirte el postre y el obispado lo calificaba 3R. Pero no se asusten, nada de eso, el escándalo solo está en el nombre. Al final no era más que una sobremesa muy elaborada con diferentes chocolates.

En las cartas de los restaurantes se ha puesto de moda un postre llamado 'Muerte por chocolate'. Realmente no es más que mucho chocolate elaborado, mezclado y presentado con ingenio. Pero está de muerte y el nombre lo evidencia. También están los 'Tres chocolates y un suspiro', el 'Jadear con chocolate' y otros preparados semejantes en los que importa tanto el nombre como la esencia del postre. Ya digo, no comes un dulce, comes una historia, un suspiro, un jadeo, una locura apasionada.

En Castelo de Vide, Laura Marques ha abierto su 'Toca do Chocolate', donde se puede tomar una taza de chocolate de Santo Tomé, un capuccino de chocolate, un chocolate blanco con caramelo a la sal o bombones de queso de Nisa, de castaña, de cardamomo y aceite o de vino de Madeira...

En Cáceres, Diego Bautista me explicó la semana pasada la diferencia entre el cacao (7,20 euros el kilo) y la cobertura de cacao (hasta 20 euros), que no está solo en el precio, sino, lógicamente, en la calidad. Diego elabora en su horno La Tradición trufas de chocolate con cobertura para sus Massini de nata, yema tostada y trufa y para sus Selva Negra con nata, trufa, bizcocho y cereza amarena.

Un buen día, un repostero español probó un pastel de nata y trufa en la veneciana plaza de San Marcos. Le gustó tanto que empezó a elaborarlo en su obrador y como no recordaba el nombre, le puso el de la plaza donde lo comió: San Marcos. ¿Ven? De nuevo un pastel de chocolate con historia (el San Marcos en Cáceres se hace con yema y nata, pero sin trufa).

Aunque la mejor historia es la de la merienda de mi suegra: la posguerra, el desarrollismo, la transición y la nueva política resumidas en una pastilla de chocolate con pan.