Los cinco campus universitarios de Extremadura vuelven a bullir llenos de estudiantes. Cáceres, Badajoz, Plasencia, Mérida y Almendralejo cobran vida y los novatos, sobre todo los novatos, llegan con unas ganas extraordinarias de comerse el mundo y el primer plato es comerse las novatadas, que todos entendemos que son humillantes y deplorables menos muchos de ellos, que las entienden como otra forma de diversión. Después se comen la noche y salen desde sus pisos cuanto pueden para sentir una libertad distinta a la que ya tenían. Llenan los pubs para reír y bailar, los cafés para hablar y las explanadas de las fiestas para echar fuera todas sus ganas, todas sus ansias, todas sus ilusiones...
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Pasadas las dos primeras semanas de ebullición máxima, poco a poco se recupera la normalidad y las ganas de comerse el mundo se atemperan para sustanciarse en una rutina de aula y autobús. En Cáceres, la nueva estrella invitada es el autobús de la línea 3, que va al hospital, pero que en realidad recoge a los estudiantes universitarios y ha convertido la línea hospitalaria en un problema: a determinadas horas, es imposible que los pacientes que precisan ir al nuevo centro sanitario quepan en el bus.
Pero retornamos a la ebullición estudiantil, que explora las ciudades universitarias y se va acomodando en sus pisos y en su nueva forma de vida. No parece que, por ahora, nuestros campus sean capaces de atrapar a los estudiantes el fin de semana como sucedía hace años. En estas primeras semanas, la emoción de las fiestas del jueves, aún los agarra, pero el viernes comienza un éxodo multitudinario que llena las estaciones de autobuses de estudiantes que vuelven a sus casas. El retorno dominical vuelve a llenar las carreteras de buses y de coches de padres y las neveras de los pisos de estudiantes de tarteras con albóndigas para congelar.
Y aquí llegamos a un elemento fundamental de la vida universitaria: los pisos de estudiantes. Una de las grandes ventajas de los campus extremeños es que los pisos, en general, son baratos. En la región, se puede vivir en un piso con tres compañeros por 150 euros al mes más gastos. Por un poco más, los alquileres incluyen wifi. Los pisos ya no son aquellos cuchitriles terribles de los 80, cuando había pocos pisos en alquiler y buscar uno se convertía en una humillación. No es que lo de hoy sea para tirar cohetes, pero se alquilan muchos inmuebles dignos.
El problema real en estos primeros meses es encontrar un alquiler para una familia. Lo cómodo para el arrendador es tener a estudiantes: se alquila seguro, pagan bien y se van al llegar el verano. En general, aunque no lo dejen al marcharse como los chorros del oro, no destrozan ni estropean. Si acaso, pueden dar quebraderos de cabeza con las fiestas y los vecinos se quejarán al dueño, pero eso se sobrelleva (por el dueño, no por los vecinos). Así que entre los pisos para estudiantes y los pisos para turistas, las familias sufren para encontrar un alquiler que les convenga.
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En estos días del primer otoño, quedan pocos estudiantes rezagados sin hogar, pero aún se encuentran habitaciones sueltas y las paradas de autobús, los paneles de las facultades y los escaparates de las multitiendas se llenan de ofertas y solicitudes de plazas libres en pisos. Para llamar la atención de futuros compañeros, los estudiantes recurren al ingenio y se ven ofertas como la de la foto, que atrapan al viandante, provocan la sonrisa y agitan los recuerdos: ¡quién fuera estudiante para tener en el piso a una compañera simpática, ordenada, limpia, con buen rollo, que sabe hacer empanadillas y compra unas croquetas muuuy buenas!
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