Hoy es el Día del Padre y también es mi santo. Mi hijo me iba a preparar por sorpresa mi comida favorita, pero no va a poder ser porque tengo que comer fuera a la fuerza. Mi hijo es cocinero, pero creo que nunca me ha preparado una comida completa salvo dar un toque final a algún plato. En Navidad, cocina alguna delicadeza culinaria, pero lo hace para comidas familiares colectivas y eso no cuenta. Lo importante era que cocinara para mí y que preparara mi plato favorito.
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Cuando me enteré de la «sorpresa» y de que no iba a poder disfrutarla, se me saltaron las lágrimas. No es solo que ya vaya siendo mayor, es que siempre fui así de llorón y sentimental. Aunque no sé si la emoción lacrimógena venía provocada por la ilusión de que mi hijo me cocine o por la pena que me produce quedarme sin mi plato favorito.
Cuando éramos niños, el día de nuestro santo o de nuestro cumpleaños, mi madre nos cocinaba lo que más nos gustaba. En ese punto, yo soy un clásico y mi comida favorita era y es la ensaladilla rusa y los filetes rusos. Después, a corta distancia, la tortilla de patatas con cebolla.
Esto me lleva a una fijación malsana consistente en que cuando entro en un bar y me ofrecen una tapa o cuando voy a un restaurante y como el menú del día, si hay ensaladilla, tortilla o filetes rusos, los pido sin dudar. Lo que me conduce a la decepción impepinable: nunca he comido fuera de casa unos filetes rusos, una tortilla ni una ensaladilla como la de mi madre. En eso, no soy nada original: creo que nos pasa a todos.
Mi padre, en este día señalado (también se llama José), opta por el arroz, cualquier receta de arroz. En casa de mi suegra, el Día del Padre siempre se comía paella. Era el único día del año en que mi suegro entraba en la cocina porque presumía de que él había enseñado a mi suegra el secreto de la paella, que había traído de Valencia, donde pasó un año estudiando enología y, se supone, especializándose en paellas.
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La comida sorpresa que mi hijo me tenía preparada para hoy era, pues, un ejercicio muy delicado: debía igualar o superar los filetes rusos y la ensaladilla de mi madre y dar un vuelco a la tradición heredando la maestría de la mejor cocinera del mundo, que como todos ustedes saben, siempre es nuestra madre. Mi hijo debería haber recogido hoy el testigo. Pero va a ser que no.
La ensaladilla rusa y los filetes rusos son platos con gentilicios falsos pues, como es notorio, los filetes de carne picada, ni son rusos ni son filetes, y la ensalada de patatas cocidas, pimientos morrones, bonito, aceitunas y mayonesa (así la prepara mi madre, con los detalles de que las conservas de bonito y de pimientos las hace ella) no tiene nada de rusa.
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En mi colegio mayor de Salamanca, regentado por un catedrático que había ostentado altos cargos con Franco, se llamaba ensaladilla nacional. Un dato curioso: la ensalada rusa aparece por primera vez en España en un menú propuesto por el cocinero de los condes del Campo de Alange, grandes de España que ostentaban ese condado porque en Alange estaba su propiedad más importante. En fin, solo faltaba que, tras «inventar» la tortilla de patata en Villanueva de la Serena, hubiéramos «descubierto» la ensaladilla en Alange.
Pero dejando a un lado la historia y las curiosidades de la gastronomía popular, lo cierto es que hoy me quedaré sin mi plato favorito cocinado por mi hijo y mi comida de San José y del Día del Padre será un menú del día. Eso sí, el mejor menú del día que conozco, el que sirve Felisa en su «Paladar». A ver si tengo suerte y hoy toca ensaladilla.
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