Secciones
Servicios
Destacamos
En las comidas oficiales, tengo una ventaja sobre los demás comensales: siempre sé cuál es el bollo de pan que me corresponde y a partir de ahí, todo es sencillo. En las comidas de cierto nivel protocolario, sé que mi bollo de pan es el que puedo coger más fácilmente con mi única mano, la izquierda. El resto es coser y cantar.
En esas comidas, empiezo a manejarme con cierta soltura, pero no siempre fue así. La primera vez que acudí a una, fue en el Gran Hotel de la Toja, con Ana Pastor como primera invitada. Me tocó en la mesa con el escritor Carlos Casares (Ourense, 1941; Nigrán, 2002), que era presidente del Consello da Cultura Galega y hombre de mucho mundo y autoridad. Yo no sabía muy bien qué hacer, así que me fijé en cómo se desenvolvía Casares, que llegó, saludó a los demás miembros de la mesa presentándose y dándoles un efusivo apretón de manos. Después, nos sentamos todos y me percaté de que, quien más quien menos, todos titubeaban a la hora de coger el pan. Ahí recuperé la seguridad: alargué mi mano, cogí el bollo de mi izquierda y ya todo el mundo supo qué hacer.
Estas cosas del protocolo no son tan sencillas como parece. ¿Cuchara y cuchillo a la derecha, tenedor a la izquierda, cucharilla de postre delante? ¿Pero dónde coloco la servilleta? En casa no tengo problema porque mi mujer estudió interna en el colegio menor Luisa de Carvajal de Cáceres y le tocaba servir a los mandos (como era de la Sección Femenina, no había dirección, sino mandos), así que aprendió a no cometer ni un error a la hora de colocar cubertería, cristalería y mantelería.
Lo peor fue cuando, dominado el protocolo, se relajó y, en cierta ocasión, sirviendo esa mesa principal, le quitó, sin querer dice ella, la peluca a la directora con el cazo de servir la sopa del cocido. El escándalo fue mayúsculo, las risas duraron semanas y el recuerdo de aquel instante no se ha borrado de las mentes de sus compañeras de promoción. Pero eso sí, la servilleta estaba en su sitio, el pan a la izquierda y la cucharilla de postre, delante y en posición horizontal. Solo estaba descolocada la peluca.
Quienes hemos estudiado en un internado en alguna época de nuestras vidas, tenemos muchas anécdotas de comedor. La más socorrida es la del extraño sabor del café, que todos los internos achacábamos al bromuro, pero que yo creo que se trataba, simplemente, de la mala calidad del torrefacto.
En mi mesa del comedor de la Universidad Laboral de Zamora, aprendí rápidamente los estragos del nacionalismo y, no sé si por ser extremeño, nunca participé en las discusiones sobre los encantos de cada región, que eran empleados como arma arrojadiza contra otras regiones.
En mi mesa, comíamos un manchego, un leonés, un gallego, un catalán, un aragonés y, lógicamente, un extremeño. Durante casi todas las comidas, unos se metían con otros riéndose de su tacañería, cerrazón, indecisión o paletería consustanciales. Yo no soportaba aquello ni entendía el interés de creerse mejor o peor por ser de una región. Es más, cuando me zaherían con el socorrido tema de los cerdos y las bellotas, no entendía nada pues lo de criar cerdos con bellotas me parecía un privilegio. En fin, siempre he sostenido que los extremeños nacemos vacunados contra los nacionalismos. Y que dure.
De allí pasé al comedor del colegio mayor Hernán Cortés de Salamanca, donde la ensaladilla rusa se llamaba ensaladilla nacional y los filetes rusos eran filetes españoles. En aquel ambiente, vivimos la muerte de Franco, el tránsito de la dictadura a la democracia, alguna protesta de bocas cerradas en el comedor y mucho tintineo revolucionario de cucharillas contra los vasos de cristal. Eran algaradas burguesas sin peligro, pero nos expulsaron a 50 de una tacada. Ahí acabó mi experiencia de comedor colectivo. Ahora, solo de vez en cuando como en grupo y me reciben con agrado, a mí y, sobre todo, a mi mano infalible.
Publicidad
Iker Elduayen y Amaia Oficialdegui
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.