La verdadera historia de la saga familiar de El Figón de Eustaquio
Crónica de 83 años ·
Detrás de este restaurante emblemático de Cáceres hay toda una familia de personas trabajadoras, con cuatro hermanos al frente y cuatro hermanas en la retaguardia, respondiendo en los momentos de crisis
Se dice del restaurante El Figón de Eustaquio que es un gran conservador del recetario tradicional, que en él aún se pueden comer sesos, que los dueños de Atrio van a cenar calamares los domingos... Y todo es cierto. Pero hoy les queremos adentrar en lo más profundo de esta historia familiar, con sus entresijos, luces y sombras. Esta narración, además, tiene voz de mujer, ya que hemos hablado con Guadalupe Blanco Rosado, una de las ocho hijas del matrimonio formado por Eustaquio Blanco González y Francisca Rosado Espadero, de Cáceres.
Eustaquio Blanco era ebanista de profesión, pero en la guerra no se vendían muebles, así que en pleno 1939, su mujer, azuzada por sacar adelante a los siete hijos que tenían en aquel momento, tomó las riendas de la economía familiar en un arrebato de emprendimiento. «¿Qué sé hacer yo?», se preguntó. «Guisar» fue la respuesta. Francisca Rosado hacía matanzas, dulces, pinchos, platos de cazuela... Era una trabajadora incansable y una persona muy práctica, así que, valiente, le dijo a su marido: «Yo hago la comida y tú te encargas de venderla». Así fue como montaron el primer bar en el Arco de la Estrella. Era diminuto, con una barra y apenas dos mesas. Allí se bebían chatos de vino y se comían pajaritos y boquerones. Tiempo después, se mudaron a la calle Roso de Luna, donde ya se constituyeron como casa de comidas y pasaron a ofrecer elaboraciones con más enjundia, como patatas con carne, arroz y otros platos de cuchara.
La familia
Finalmente, el matrimonio tuvo ocho hijos: Pepe, Juana, Aquilino, Josefa, Eustaquio y Félix (mellizos), Francisca y Guadalupe. Los dos primeros empezaron a tener mayor relevancia. Pepe solía acompañar a su madre, formándose y aprendiendo las entretelas del negocio, y Juana pasó a desempeñar la labor de cuidadora, tarea socialmente invisibilizada y asociada al género femenino, pero que fue de vital importancia para que el engranaje de la familia siguiera ensamblado. Y es que para que Francisca pudiera trabajar en la hostelería, Juana, que tenía tan solo quince años, se convirtió en ama de casa. Tuvo que autoeducarse y cuidar de sus hermanos. «Juana, ahora tú eres mis pies y mis manos», recuerda que le dijo su madre.
En el año 1947, el matrimonio se mudó a la plaza de San Juan, donde compraron una parte de lo que actualmente es El Figón de Eustaquio. Le pusieron ese nombre porque era la matrícula más barata que se pagaba al registrar un establecimiento. Mientras Eustaquio atendía con su sensibilidad y delicadeza, Francisca cocinaba en una cocina que no tenía más de un metro.Usaba bolas de carbón y atizaba el fuego con un soplillo de esparto y un palo de madera. Su hija pequeña, Guadalupe, la recuerda siempre con las manos llenas de rebozado.
Fue entonces cuando se empezaron a cocinar riñones, callos, morros, frite de cordero, patatas con conejo... «Lo más importante para hacer unas patatas con conejo es que sepan a conejo, pero que no lleven conejo», rememora Guadalupe que cantaba su madre. Precisamente fue a ella, a Francisca, a quien se le ocurrió montar una pensión. «Así, la gente que coma en El Figón pernocta, y los clientes que descansan en la pensión, pueden almorzar en el restaurante», planteó. Los comensales habituales eran comerciales y viajantes, ya que en aquel momento no había mucho turismo, pues la Ciudad Monumental no estaba tan valorada. Los cacereños solían acudir, pero en ocasiones especiales, solo para alguna celebración importante.
Este hito fue clave, ya que los varones empezaron a hacerse cargo de El Figón, aportando cada uno lo mejor de sí: Pepe, su carácter afable y diplomático; Aquilino, su inteligencia, ya que era la cabeza pensante; y los gemelos, savia nueva. Además, Eustaquio estudió durante tres años en la escuela de hostelería de Madrid . Mientras, las hijas fueron encomendadas a realizar a las tareas rudimentarias de la pensión: limpiar, planchar...
Todos y todas han trabajado mucho y, fruto de ese sacrificio, empezaron a crecer. A finales de la década de los 50, compraron una casa en la calle Hornos y empezaron a dar bodas en un local al que bautizaron como El Patio. Eran bodas populares, en las que siempre había ensaladilla y fiambre de entrante y carne a la jardinera de principal. De postre, la mítica tarta, la cual cortaba Aquilino con gran destreza mientras amenizaba la orquesta Mambo. «Era un espectáculo verlo», cuenta su hermana.
Este fue un negocio muy próspero y, años más tarde, en 1962, los cuatro hermanos se hacen cargo de un chalé en Cánovas de los banqueros Sánchez de la Rosa, para dar bodas de postín. Había salones interiores para el invierno y jardín con parrilla para el verano. Se llegaban a dar hasta dos bodas al mediodía y otras dos por la noche.
Incluso cerraron la pensión para dedicarse a los eventos y al restaurante, que había aumentado y mejorado su carta con los conocimientos de Eustaquio, convertido ya en un excelente cocinero. Y cuando mejor iban las cosas, empezaron a sucederse las desgracias. Pepe se jubiló y murió enseguida, Aquilino sufrió un ictus, quedó con algunas secuelas y no las encajó demasiado bien, por lo que se deprimió y perdió toda ilusión por el proyecto. Asimismo, Eustaquio decidió montar su propio restaurante –Eustaquio Blanco–, por lo que, en cuestión de poco tiempo, El Figón quedó como una ciudad tras un huracán, con todo revuelto y los cimientos temblando.
Primeras mujeres
«Las mujeres siempre habíamos estado en un segundo plano, a pesar de que fue mi madre la que puso todo en pie», revela Guadalupe Blanco. Pero, en estos momentos, con el restaurante descorazonado, las primeras féminas hicieron aparición en el terreno de juego. Fueron las hijas de Pepe: Pilar en primer lugar y Cristina algo más tarde. Hubo reticencias e incluso quien pensó que «durarían dos días», por lo que tuvieron que demostrar que eran perfectamente válidas para regentar un negocio que ya era un estandarte en Cáceres, y por donde pasaban personalidades tan importantes como Di Stéfano, Robe Iniesta, Mingote...
Pilar y Cristina contaban con el total apoyo de sus cuatro tías, pero nunca antes había habido mujeres al cargo en El Figón y sobre ellas reinaba la sombra de la desconfianza. Sin embargo, tomaron el control rápidamente, haciendo una limpieza en profundidad, aligerando la decoración y manteniendo la esencia: buena materia prima y servicio cercano y familiar. Y consiguieron con creces mantener a este restaurante en lo más alto de la hostelería cacereña.
Cuarta generación
Precisamente, siguiendo con esta tradición, cada una introdujo en este trabajo a sus vástagos: un hijo de Cristina en la cocina y la hija de Pilar de encargada de sala. Esta, desgraciadamente, está transitando un momento emocional delicado tras la muerte de su madre hace varios meses. Sus tías, que viven las cuatro, desean fervientemente que se recupere y pueda seguir engrosando la historia de este emblemático establecimiento. A partir de ahora, por fin, con voz y también voto, de mujer.
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.