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Se jubiló a los 67 años. Ahora, con 71 y una mente muy lúcida, repasa algunos de los aspectos más relevantes de su trayectoria profesional. JOSÉ VICENTE ARNELAS
Manuel Campañón: El legado de un hostelero querido en Badajoz

Manuel Campañón: El legado de un hostelero querido en Badajoz

Este hostelero septuagenario es uno de los nombres propios de la gastronomía pacense. Trabajador, innovador y honesto, para contar su vida haría falta un documental completo

Viernes, 28 de junio 2024

Manuel Campañón no es solo un nombre y un apellido, sino que estas dos palabras identifican a toda una leyenda viva en Badajoz. Su historia es la de un hombre que empezó a forjarse a sí mismo con una determinación inquebrantable y un potente afán por agradar a sus clientes. Manuel creó un legado en la capital pacense que ha perdurado durante décadas y que está siendo mantenido a día de hoy por su tres hijos en el restaurante Degusta Campañón.

Durante casi 60 años, hasta su jubilación a los 67, Manuel Antonio Campañón Rodríguez –más conocido por Manolo– no solo ha abierto numerosos establecimientos que se convirtieron en puntos de encuentro y celebración para los pacenses, sino que también fue el artífice de incontables bodas, cada una única y especial, dejando su toque personal en los momentos más importantes de muchas personas. Conocido por su trato cercano, su dedicación y sus maneras resolutivas, se ha ganado el cariño y el respeto de todos aquellos que tuvieron la fortuna de cruzarse en su camino.

Pero los inicios no fueron fáciles. Nacido en una finca de San Jorge de Alor en la que trabajaban sus abuelos, a los seis días de vida se trasladó a Badajoz, aunque le gusta enfatizar que llegó al mundo a pocos kilómetros de Olivenza. Al ser el mayor de ocho hermanos, con tan solo once años le tocó dejar el colegio y ponerse a trabajar. Vendía caramelos en el López de Ayala y a veces se metía detrás de la barra.

Después comenzó de botones en el hotel Madrid, ubicado en la plaza de la Soledad y más tarde ascendió a aprendiz en el comedor, donde recuerda cómo veía cantar a menudo al Porrina mientras que atendió a condes, marqueses, toreros y otras personalidades importantes de la época.

Cuando contaba 16 primaveras, en 1968, lo llamaron para la inauguración de Los Montitos, momento en el que comenzó a aprender el complejo mundo de las bodas, pero no fue hasta un par de años después cuando empezó codo con codo con Juan Polanco en el hotel Río, su «gran maestro en la profesión». También trabajaron juntos en el Tiro de Pichón, aunque ya en 1975 se hizo cargo el joven Manuel, quien ese año hizo el servicio militar y abrió su primer negocio propio junto a dos amigos, la venta El Parral, en la carretera de Olivenza.

Manolo Campañón con una foto de sus inicios, hace ahora 60 años. J. V. ARNELAS

Con el tiempo, Campañón fue consolidando su carrera y su nombre se convirtió en sinónimo de excelencia en la hostelería pacense. Regentó la cafetería de Nuasa, El Casino, llevó todos los clubes sociales de la ciudad, montó la cafetería Europa, el Mesón del Jamón y hasta una freiduría marisquería. «A veces llevar tantas cosas a la vez era porque los números no salían, era una huida hacia adelante. En aquella época pagaba más de tres millones de pesetas en producto. Es más, me compré un camión isotermo para ir directamente a Mercamadrid a adquirir la mercancía. Salía de Badajoz a las once de la noche y llegaba allí a las cuatro de la mañana. Las primeras veces, recuerdo que preguntaba cómo funcionaba aquello y nadie me hacía caso. Así que compraba lo que me parecía, sacaba el taco de billetes y pagaba mis compras. El segundo viaje, igual. Sin embargo, al tercero, ya me llamaban de los puestos para ofrecerme cosas y decirme que si quería algo...».

Anécdotas como esta, tras casi 60 años de trabajo, tiene a montones. Desde un día que se encontró a un general del Ejército caído en su tienda con un ataque al corazón, al que salvó la vida llevándolo inmediatamente a un hospital, hasta una boda que estaba ofreciendo de muchísimas personas en la que empezó a diluviar y se le ocurrió que cada comensal cogiera su silla, los camareros la mesa, y los trasladó en un periquete a un salón interior. Allí se encontraban dos críticos gastronómicos que comentaron que, de ser en Madrid, se hubiera suspendido seguro. Pasando porque ha dado de comer al rey emérito, a artistas, ministros... Y ha llegado a dar un evento para 3.000 personas, motivo por el que fue envidiado por otros empresarios con mayor infraestructura.

Imagen de archivo del año 1999. HOY

En 1982 abrió el restaurante El Fogón en la avenida de Elvas. La mezcla de su atención al detalle, su habilidad para anticipar los deseos de sus clientes y su pasión por el buen producto hizo que rápidamente se convirtiese en un referente gastronómico en Badajoz.

Especialista en grandes eventos

Su popularidad no dejaba de aumentar, tanto es así que fue presidente del sector de la restauración a nivel provincial. Eso le llevó a representar a Badajoz y a Extremadura entera en Fitur, Feval y hasta en la Expo del 92, entre otras importantes ferias gastronómicas. «La primera vez que JuanCampomanes y yo fuimos a la feria de turismo no teníamos ni idea de cómo era aquello, pero veíamos que todas las regiones contrataban a cáterin de Madrid para mostrar su comida y nosotros llevábamos hasta el agua en un camión desde Badajoz», rememora.

Así mismo, fue el último empresario que salió del parque de la Cartuja, y es que estuvo durante varios años ofreciendo comida tradicional en el pabellón de Extremadura después de la Expo. Vendía la tapa de migas a 175 pesetas y se hicieron tan famosas que hasta la Duquesa de Alba acudió a probarlas.

Cuando es preguntado por los momentos más bonitos de su trayectoria profesional menciona las bodas. «Se trabajaba mucho, pero también disfrutaba cuando por fin acababan y venían los novios a darme la enhorabuena», indica. Ha casado a miles de parejas extremeñas, algunas muy reconocidas, pero Manolo es elegante y se cuidar de dar nombres, igual que tampoco exhibe los números reconocimientos que le han otorgado.

En cuanto a las bodas, fue un visionario, no solo porque tenía capacidad para muchísimos cubiertos, sino porque, a base de escuchar a los clientes, inventaba ideas para contentarlos. De esta forma, asegura que fue el primero en Badajoz en ofrecer la recena, en poner un cortador de jamón de cara al público o un cubano haciendo mojitos que, además de novedoso en aquel momento, descongestionaba la barra.

No obstante, su camino no ha estado exento de desafíos. Manolo sufrió una grave crisis financiera en los años 90 a consecuencia de los intereses de la banca. «Prefería quedar bien con los clientes antes que ganar dinero. Nunca le di mucha importancia al dinero y eso me llevó a la ruina. Siempre me ha gustado pagar muy bien a mis trabajadores y, además, pedía créditos al banco para comprar los mejores productos y me lo daban sin rechistar». Los ojos claros se le empañan levemente al recordar tan duros momentos. Manolo cuenta que estuvo catorce años trabajando solo para pagar, pues en aquel momento los intereses estaban al 19%, pero con determinación y jornadas interminables de trabajo, logró levantarse y seguir adelante. «Había veces que me acostaba y no podía dormir porque no tenía para comprar el jamón o para pagar la luz. Pero gracias a Dios he salido dando la cara y siendo honesto con mis proveedores».

Otro de los inconvenientes que tuvo fue el pleito con Cepsa por una filtración en El Fogón. Tras varios años cerrado, lo ganó y reconvirtió este local en la cervecería Campañón, donde se retiró a la edad de 67 años el pasado 14 de marzo de 2020, el mismo día que empezó el confinamiento a causa de la pandemia. Reconoce que fue un frenazo en seco y lo pasó mal los dos primeros años, pero hoy Manolo disfruta de su merecida jubilación, aunque sigue siendo una presencia inspiradora para su familia y para la comunidad hostelera.

Su historia es una verdadera oda a la pasión, el esfuerzo y la perseverancia. Con su legado, ha demostrado que, con determinación y amor por lo que se hace, es posible alcanzar la excelencia y dejar una huella imborrable en el corazón de una ciudad entera.

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