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Cenicienta es un cuento con final feliz. Blancanieves, también. Pero en la vida real, ganan las madrastras y las hermanastras. No basta con ser el más guapo ni el más eficiente, ni tan siquiera la mejor. Lo que importa de verdad es estar invitado a la fiesta y saber venderse en ella.
El año 1900, se celebró una magna exposición universal en París y el aceite de Sierra de Gata fue premiada como la mejor de esa Expo, a pesar de que, dicen las crónicas, estaba muy mal presentada. Aquel premio sirvió para poco más que reconocer que somos de lo mejor. A la hora de la verdad, el aceite de Gata siguió vendiéndose a granel, a ese maldito granel que ha sido la maldición de nuestra economía primaria sin valor añadido.
En 1912 se celebró otra magna exposición, esta vez en Barcelona. Y también aquí un producto extremeño, el vino, recibió el primer premio en lucha cerrada con tintos y blancos de toda Europa. Esa medalla de oro la recibió un vino de Ceclavín. Estaba humildemente presentado, pero, sobre todo, no había producción suficiente para abastecer a los mayoristas europeos. Y hubo que seguir vendiendo vino a granel o elaborándolo para casa, para los amigos y conocidos y para un par de bares del pueblo y de la capital.
Ese es nuestro sino de Cenicienta y de Blancanieves: somos los más guapos y tenemos lo mejor, pero o bien lo ofrecemos a granel, o bien ofertamos poca cantidad o bien lo presentamos malamente, sin gracia ni sugerencia, en garrafas grandotas que comunican siempre miseria y mediocridad, nunca lujo y exquisitez. Y resulta que los príncipes de la economía prefieren lo que se presenta bien y en cantidad suficiente, no lo mejor.
Este fin de semana, probé en casa de mi madre un dulce espectacular que debería convertirse en emblema de Extremadura como el mazapán lo es de Toledo, los nicanores, de Boñar, las mantecadas, de Astorga y los polvorones, de Estepa. Es un dulce único, de un sabor adictivo y ligero, un dulce finísimo que, además, guarda una estética singular.
Estoy hablando de los mazapanes de Ceclavín. Se trata de una filigrana de crujiente mazapán pegada a una oblea consistente. El hilo de mazapán está elaborado a base de clara de huevo, azúcar y abundante almendra. Se mastica y cruje mientras se deshace en el paladar dejando un regusto suave y delicado a almendra dulce y aromática.
Estos mazapanes extremeños tienen la ventaja de ser un dulce ancestral, que proviene de antiguas tradiciones orientales, también guarda el encanto de una forma original y no falla a la hora de comérselo. Pero tiene un problema: es un producto absolutamente desconocido que solo se puede comprar en Ceclavín y en un par de multitiendas de Cáceres.
Lo elaboran únicamente en tres hornos ceclavineros: la panadería de Antonio, en la calle Eljas, la dulcería de María, detrás del ambulatorio, y la panadería de Paca, en San Antón. Se hornean cada día pequeñas cantidades y su precio es irrisorio: 2.50 euros la docena.
Sé que las nuevas generaciones están cambiando y de ahí mi esperanza de que algún grupo de emprendedores descubra este mazapán único y espectacular, que lo tiene todo para convertirse en dulce identitario, singular e irrepetible, en compra inevitable de los turistas y 'delicatessen' de categoría en las fechas señaladas. Incluso en producto exportable al mundo árabe, de donde proviene y está olvidado.
Pero para eso hay que dejar de pensar en el corto plazo y en vender lo suficiente para sobrevivir. Hay que arriesgar e imaginar para triunfar. El cuento de la cigarra y la hormiga contiene una enseñanza ejemplar, pero su moraleja ya no es dogma. Hoy hay que ser hormigas, pero también hay que ser cigarras y dedicar tiempo a cantar nuestras excelencias y a seducir a nuestros clientes. Para avanzar en el mercado, no basta con ser guapo, bueno y trabajador, también hay que ser madrastra y hermanastra.
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David S. Olabarri y Lidia Carvajal
Iker Elduayen y Amaia Oficialdegui
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