Fernando, Paloma y Miguel con su padre, que acude diariamente al restaurante a ver qué se cuece por allí. P. G.

Cómo Nandos se ha convertido en uno de los mejores restaurantes de Almendralejo

Fernando Pozo, su fundador cuenta sus corredurías por España en busca de algo mejor para él y su familia. Ese afán de superación le hizo traer a esta localidad las corrientes más modernas de la hostelería en los años 70

Viernes, 24 de noviembre 2023, 20:43

Esta es la historia de un hombre feliz. Así se define Fernando Pozo, un almendralejense de 77 años que, a pesar de haber tenido una vida con altibajos –como casi todas las vidas–, no pierde la ilusión ni las ganas de comer bien. Y tiene la suerte de hacerlo casi a diario en el restaurante Nandos, recién reconocido por el jurado técnico de los premios En Salsa como el mejor conservador del recetario tradicional extremeño. ¿La razón? Lo fundó en 1984 y aunque ahora lo pilotan sus hijos, continúan transitando el camino trazado por él tantos años antes.

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Para contemplar la calidad de este restaurante de Almendralejo en la actualidad hay que escarbar en su historia, que no es otra que la vida de un niño que dejó la escuela con ocho años para dedicarse a hacer recados «para los señoritos del Casino». Fernando era el mayor de siete hermanos y tenía inquietud por trabajar, así que empezó a ir a comprar el periódico, el tabaco... o todo aquello que le encargasen. Gracias a su buen hacer, enseguida encontró trabajo de ayudante de cafetería en el Danubio, donde también llevaba los cafés al ayuntamiento, a la Casa de Socorro e incluso a las casas particulares.

Con 16 años decidió aspirar a algo más, así que migró a Madrid, solo y con 500 pesetas en el bolsillo. «Tenía otros sueños y ganas de ganar dinero, de ser alguien en la vida», rememora. En la capital empezó también echando una mano en cafeterías hasta que un amigo le consiguió un trabajo de extra. «Trabajando los sábados o los domingos, en inauguraciones de hoteles, etcétera. Nos pagaban los días sueltos. Si un día no trabajaba, me tomaba un bocadillo de calamares, daba vueltas por Gran Vía por si me encontraba a alguien del pueblo y me iba a la pensión».

Algunos de los momentos más importantes están inmortalizados en el local. P. G.

Fernando recuerda perfectamente las comidas de aquella época. «De primero me pedía un plato de frijones, de segundo lo mismo y de tercero, un bollito de pan para rebañar», cuenta entre risas. Y ahí, en esa comanda, ya iba dejando clara su inclinación por los guisos y el cuchareo. «Cuando era chico no había basura porque no sobraba nada. Ponía mi madre una cacerola en el centro de la mesa, cogíamos una cucharada y dábamos un paso atrás. La olla quedaba limpia», indica.

Tras unos cuantos años en Madrid, decidió seguir escalando. Pasó por establecimientos en Tenerife, Álava, Palma de Mallorca, Torremolinos... Era camarero, pero cuando entraba en las cocinas a por los platos, no perdía detalle de lo que se estaba haciendo. Hasta que llegó su momento.

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En una de sus visitas a Almendralejo, conoció a Ángela Colchón. «Me gustó y pensé que era para mí». Tras hacer la mili se casaron y él, ya convertido en cabeza de familia y hecho a sí mismo tras numerosos años fuera de casa, empezó a regentar la sociedad del Círculo Mercantil, justo donde había hecho los recados cuando era pequeño. Más tarde cogió el Carolina Coronado y también pasó por el Club San Marcos. Sus hijos aseguran que por aquel entonces «se lo rifaban, ya que era de los primeros camareros que había estado aprendiendo en Madrid y sabía lo que se cocía por allí, las nuevas tendencias». Sin embargo, el mismo afán que lo llevó a subirse a un autobús dirección a la capital unos años antes, le hizo esta vez abrir su propio negocio, Nandos.

Su paso a la cocina

«Me compré un traje de cocinero, excepto el gorro, y me puse mano a mano con mi mujer a cocinar. Primero en un bar en el que elaboraban las raciones clásicas y bocadillos de calamares que aún recuerdan muchos almendralejenses que vivieron aquella época, unos años en los que los teatros eran ambulantes y montaban la carpa justo enfrente de su local. Cuenta que por allí pasaron artistas de la talla de María Jiménez, Lola Flores o Sancho Gracia y que este incluso dio de comer a sus hijos en sus propias rodillas.

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Historias que, por muchos años que pasen, seguirán intactas. En 1984 Fernando cambió de ubicación, pasando a la calle Ricardo Romero, y aprovechando este salto para mejorar y enriquecer su cocina con carta, menú del día y, por supuesto, una oferta con varios guisos diarios. «Yo no puedo estar más de dos o tres días sin comer una cucharadita de cocido con una poquita de morcilla», cuenta Fernando. Así que aplicó su experiencia y sus gustos y el resultado fue este restaurante de platos tradicionales reconocido y muy valorado regionalmente. «Siempre he querido diferenciarme del resto de restaurantes de Almendralejo porque mi objetivo era ser el número uno». De hecho, fue aquí donde empezaron a verse por primera vez algunos pescados frescos que nunca antes se habían degustado en la localidad.

Comedor actual de Nandos tras una reforma acometida por sus hijos en 2011. P. G.

A pesar de haber abandonado la escuela a edad temprana, Fernando fue ampliando el negocio y llevó hasta bodas y grandes eventos en un terreno que compró después. «El hambre despierta la mitad de los sentidos», sentencia.

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En el año 2011 se jubiló, pasando el testigo a sus hijos Fernando, José, Miguel y Paloma, aunque esta ya no trabaja en el restaurante. «Mi hijo Nando ha seguido mi trayectoria sin yo decirle nada. Hace las cosas más modernas, con más adornos y detalles, pero es la misma senda que yo marqué». Será por eso que cada día se pasa por el local para ver si algo le interesa. «Vivo justo al lado y voy todos los días. Un día me como siete ostras, otros, un solomillo y otros, una fabada», relata mientras resume su historia en «soy feliz, cómo no voy a serlo, si me ha ido bien en la vida».

Una vida de superación, de décadas de trabajo ininterrumpido y de mucho sacrificio, que este lunes se verá reconocida cuando Fernando Pozo y sus hijos suban al escenario a recoger su galardón al mejor restaurante conservador del recetario tradicional extremeño. Y por qué no, también a uno de los negocios más importantes en la historia gastronómica de Almendralejo, ya que no se entiende el uno sin el otro.

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