En San Vicente de Alcántara está a punto de estallar una revolución. El pueblo está soliviantado y todo San Vicente, en fin, parece al borde de una revuelta de final incierto y origen evidente: el precio del café en los bares. En San Vicente de Alcántara, el café de puchero ha subido un 25%, ni más ni menos. ¿Se imaginan ustedes que los pisos, los coches y las matrículas universitarias subieran un 25%? El país no resistiría tal inflación, cerrarían las fábricas, las inmobiliarias y las universidades y España se vería abocada a la tragedia. Pues eso justamente ha sucedido en San Vicente de Alcántara: una subida del 25%.
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El café, que hasta ahora costaba 40 céntimos, cuesta desde ya 50. Es decir medio euro. En realidad, todas las bebidas de los bares han subido 10 céntimos, pero lo del café de puchero matinal se nota más porque no es lo mismo subir 10 céntimos una 'fantalimón' que un café, aunque sea de puchero (el de máquina tiene precio normal: 1.10 antes y 1.20 ahora).
En el pueblo, no se habla de otra cosa y en el resto de Extremadura, tampoco. En San Vicente, están enfadados por la subida y en Extremadura estamos alucinados por ese precio: ¡un café, 50 céntimos! ¿Pero dónde se ha visto tal cosa? Y un detalle importante: suele ser café con wifi gratis.
El otro día, estuvo mi cuñado de visita en San Vicente y se puso como una moto por dos euros, lo que le costaron cuatro cafés de puchero. Pero sus amigos sanvicenteños no entendían su satisfacción: «¡Caramba!, es que hace una semana, por el mismo precio, te hubieras tomado cinco».
En Extremadura, hay precios que asombran. Es lo bueno de ser los últimos de la fila: tenemos los sueldos más bajos, el paro más alto y los trenes más lentos, pero a cambio, podemos tomar un café por medio euro y un chato de vino por 30 céntimos. Eso, menos de un tercio de euro, cobraban hace nada por el chato de vino de pitarra en el Aguja, el bar de Loli, en Torrejoncillo, que servía cada mes 60 arrobas, casi mil litros de pitarra de Madroñera en su bar con 200 años de historia.
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30 céntimos parece poco, pero cuando conté lo del bar de Loli y su pitarra barato, me llamaron de Villagarcía de la Torre para contarme que allí había un bar donde aún era más barato beber un chato de vino. En concreto, 20 céntimos, que es una cantidad tan irrisoria que da hasta vergüenza pagar.
Pero en esto de los precios, no vale comparar. El café a 40 céntimos puede parecernos baratísimo fuera de San Vicente, pero allí era el precio normal y si se sube el 25%, se sube el 25% y punto. Los vecinos se indignan y aunque desde la distancia pueda darnos la risa que alguien se mosquee por pagar el café a 50 céntimos, yo no me fiaría.
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Fíjense, si no, en lo que sucedió en una ciudad tan tranquila y conformista como Cáceres el 3 de noviembre de 1892. Corrió el rumor de que el pan iba a subir de 40 céntimos el kilo a 50 y al grito indignado de: «¡El pan, a real!», el pueblo llano se amotinó. Las turbas entraron en una tienda de tejidos de la calle Pintores, uno de cuyos dueños tenía una panadería, y rajaron con una navaja al dependiente; en la panadería de Hermenegildo García causaron destrozos, rompiendo cristales y ventanas, y en la tienda-asilo, que estaba donde hoy abre el parking de Obispo Galarza, entraron y lo destrozaron todo.
El gobernador civil tuvo que tomar medidas y solo consiguió apaciguar a las masas revolucionadas cuando anunció que no solo no subiría el pan de 40 a 50 céntimos, sino que bajaría a 30 céntimos. Así que ya saben las autoridades cómo tranquilizar a los sanvicenteños: el café, a 30 céntimos.
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