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¿Qué ha pasado hoy, 8 de febrero, en Extremadura?
Plato de langostinos navideños.
«Tú lo que estás es tonto»

«Tú lo que estás es tonto»

Para las madres, si no hay langostinos, no hay Navidad

Sábado, 24 de diciembre 2016, 10:40

Mi madre y mi suegra coinciden en un punto: cuando les propongo que retiren los langostinos del menú navideño, me dicen: «Tú lo que estás es tonto». Yo razono que un marisco que ponen de pincho en los bares del extrarradio no puede presidir la mesa navideña, pero ellas son incapaces de razonar e innovar. «El langostino es como el turrón de Alicante, si no está en la mesa, entonces no es Navidad», comparan y argumentan.

Reconozco que hubo un tiempo en el que el langostino era sinónimo de lujo. De hecho, mi banquete nupcial empezó con langostinos porque en aquella época, principios de los 80, la categoría de las bodas se medía por la cantidad de langostinos que le tocaba a cada comensal.

Porque antes, no hace nada, los langostinos se contaban: en Nochebuena, cada hermano tenía seis y si sobraba uno, se sorteaba o se intercambiaba: tú te quedas con el langostino que sobra y yo me quedo con el muslo del pavo, la pechuga para ti (si te tocaba la pechuga era como si fueras al combate armado de mandíbula y perecieras derrotado por un concepto terrible: lo estoposo).

Esta noche, estoy seguro de que los langostinos no se van a contar en casi ninguna casa. Estarán en una bandeja en medio de la mesa y cada uno cogerá los que le apetezcan, que no serán muchos porque han sido derrotados por el foie, el salmón y el jamón ibérico de cebo campo, que es la categoría 'ibérica' de moda porque no es el caro de bellota, pero tampoco el barato de cebo, sino una cosa aseadita y a un precio razonable.

Tanto que Sito, mi charcutero de confianza, no para estos días de preparar bandejas para la mañana del 24. Su mostrador parece una peluquería con las clientas dándose la vez y poniendo hora para recoger ese día las bandejas de cebo campo garantizado.

Lo que pasa es que el jamón, aunque esta noche sea de categoría, es un producto tan corriente en Extremadura como los langostinos en el Puerto de Santa María. Por eso, a nuestras madres, la moda esta del jamón selecto y caro y de las tortas les parece poco sofisticada. Conceden que el salmón y el foie ponen una nota diferenciada, pero si no hay langostinos, como que no.

Además, nuestras madres entienden de jamón y saben enseguida si es un engaño o es cebo campo verdadero. En ese punto no admiten medianías y cuesta mucho complacerlas.

Pero en cuestión de langostinos, podemos estar tranquilos porque no van a distinguir si es fresco, salvaje y rallado de Vinaroz (63.99 euros el kilo comprándolo 'online') o tigre y congelado (12.54 el kilo 'online'). Con una buena mayonesa o una alegre vinagreta, se lo zamparán tan a gusto y no pondrán las pegas que le ponen al jamón.

Parece ser que el langostino, aunque ya era manjar para los romanos, no empezó a ponerse de moda en España hasta mediados de los 70. Resulta curioso que el lugar donde más langostino se mueve en la Península sea Burgos, desde donde se comercializan cada año 10 millones de kilos.

Aquí comemos 20 variedades de langostinos de las 300 que se consumen en el mundo, aunque hay más de 3.000 especies. Los gastrónomos aseguran que el fresco de Vinaroz es el mejor al natural y el fresco de Sanlúcar de Barrameda el mejor para comerlo guisado.

Pero aunque con el jamón nos la juguemos y con el langostino las madres sonrían complacidas, hay algo que hace antipático al langostino: tenemos que pelarlo y eso lo convierte en un engorro por tres razones: requiere cierta maña, mancha las manos y el hociquillo y, sobre todo, mientras tú pelas un langostino, tu cuñado se come cuatro lonchas de cebo campo y dos rebanadas de pan con torta.

La solución es comerlos como los americanos, los escandinavos y los centroeuropeos: sin pelar. Se lo he propuesto a mi madre y a mi suegra con el fin de ser más operativos y han vuelto a coincidir: «Tú lo que estás es tonto».

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