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Eran los cisnes las aves más hermosas. Por ello, considerados por los griegos dioses del día, criaturas de Apolo, dioses también de la música y de la poesía al decir de Virgilio. Con tal cantidad de títulos, crecieron como los niños mimados, es decir, un poco creídos, bastante presuntuosos. No en vano tampoco hay que olvidar que muchos cisnes fueron un día patitos feos insultados por sus hermanos que se burlaban, descarados los patos comunes, de ese bichito poco agraciado que nadaba aún más patoso que ellos. Cuenta hoy en El Mundo una periodista leonesa, Ángela Dominguez, que la asesinada Isabel Carrasco fue un clásico patito feo. Relata que, en una antigua entrevista, ella le confesó de qué manera se sintió una niña herida: Me trataron mal. Los niños eran crueles y yo era demasiado pequeña, por eso me hice demasiado listaY les gané a todos. Convertida en cisne, al decir de algunos, se comportaba como cisne. Altiva y hermosa en sus cargos, déspota en sus relaciones, sólida y brutal. Porque los cisnes son raros en sus relaciones y miran de reojo a sus congéneres, en especial a aquellos que osan mostrar plumajes más bellos o mejores lugares en el lago. Su comportamiento cainita se parece mucho al de los humanos. Amantes de la venganza, esperan a veces que alguien de su propio partido o de su barrio que alcanzó mayores glorias, atraviese el puente que le lleva a su casa para descerrajar uno, dos, tres o cuatro disparos que consigan hundirle al fondo del agua, muerto. Le tocó a ella una tarde cualquiera cuando abrillantaba sus plumas camino de un vuelo más en sus victorias. Los cisnes son así.

Los poetas de la antigüedad y después los del renacimiento y los modernistas consideraban que el cisne tenía la genial costumbre de entonar el mejor de sus cantos en realidad el único- justo antes de morir. Avistaban la propia muerte y entonaban entonces una melodía mágica que llenaba de asombro al mundo entero. Aves sin voz, dueñas por un día de la música y de la belleza, son capaces de lanzar su último lamento convertido en sinfonía alegre. Luego, la nada, claro.

Ahora, ya sin poetas ni lírica que nos socorra, hay quien aún se atreve a elevar su particular canto del cisne enorme, alto y públicamente. Lo hará esta tarde Guillermo Fernández Vara, señor de los cisnes, en la Asamblea. El fue, igualmente, pato común, no sé si tanto como feo, más tarde convertido una mañana en cisne hermoso. Primero adulado y seguramente más tarde presionado y empujado por sus congéneres, cainitas como todos los de su especie, es decir, humanos. Ser un buen hombre sirve de poco entre los cisnes altivos. Digo yo que lo habrá aprendido, porque los cisnes tampoco son estúpidos. Y hará, sabiendo lo cercano del desenlace final, lo más hermoso que sabe hacer un cisne: cantar su melodía única, la que anuncia el cambio de horizonte, la despedida. Buena suerte y salud en tus destinos, cisne.

(Dicen que hay otro ave, El Ave Fénix, que suele resurgir de sus cenizas. Pero creo que tiene plumas rojas de fuego y nunca antes fue patito común simpático y desgarbado)

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