Antonio J. Armero
Domingo, 3 de agosto 2014, 08:53
La ermita más alta de Extremadura está en un collado al que solo se puede llegar andando o a caballo -o en helicóptero, claro-, tras un paseo que conviene hacer con agua en la mochila, un bastón en la mano y los ojos despiertos. Esa capilla única está en uno de los contados lugares del mapa regional en los que nieva cada invierno, y quizás eso, el frío y el paisaje blanco, fueron lo que llamó la atención de Ascensio Gorostidi Altuna, un cura vasco que llegó con 27 años a Guijo de Santa Bárbara, donde murió cuando le quedaban cuatro días para cumplir los 43 y donde volverán a hablar de él pasado mañana.
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El martes es el cumpleaños de la ermita refugio de Nuestra Señora de las Nieves, que probablemente, no existiría si el padre Ascensio no hubiera ido a parar a este pueblo cacereño lleno de hijos y nietos de cabreros. Guijo, al que se llega tras una subida llena de curvas, es la puerta de entrada a la reserva regional de caza La Sierra, 13.010 hectáreas para unos 2.500 ejemplares de cabra montés, o sea, un paraíso cinegético controlado que atrae a ricos de medio mundo. En un punto clave de la reserva está la ermita que se empeñó en construir quien ejerció como párroco del pueblo entre enero de 1951 y noviembre de 1966.
Tímido pero alegre
Un vasco de Amézqueta (Guipúzcoa) devoto de la naturaleza y el deporte que «dejó muy buen recuerdo en el pueblo», cuenta Julián Pérez Pérez, vecino de Guijo de Santa Bárbara que lleva años recopilando material sobre el sacerdote que le bautizó a él y a todos los de su generación. Pérez guarda los ejemplares de la revista 'Refugio' en los que el sacerdote iba dando cuenta de cómo marchaban las obras de esa capilla en mitad de la sierra que ha sacado del apuro a más de un excursionista.
La capilla que pasado mañana cumplirá cincuenta años es un espacio sobrio, austero, sencillo. En su interior, en pleno invierno, hace un poco menos de frío que en la calle. En el altar no suelen faltar las flores, ni tampoco el libro de firmas, repleto de recuerdos, agradecimientos -alguno escrito en inglés-, deseos y también alguna historia inquietante. El 24 de marzo del año pasado, a las seis de la tarde, Robe, Lidia y César, excursionistas chinatos (de Malpartida de Plasencia) dejaron su mensaje. «Nos ha pillado una fuerte nevada y no tenemos provisiones. Esperamos llegar a mañana». Justo encima de esas letras, otras de dos días antes que resultan mucho más amables. «Domingo de Ramos, viento, nieve y buenos amigos. Tortilla y empanada, saludos a todos».
A unos pocos pasos de esos cuadernos para viajeros están las fotos de Ascensio Gorostidi Altuna. Cuatro imágenes que decoran la placa dedicada a él, que incluye una biografía resumida en ocho líneas repletas de fechas, firmadas por Julián Pérez Pérez. «Nació en Amézqueta (Guipúzcoa) el 1 de diciembre de 1923. Es ordenado sacerdote en el Seminario Conciliar de Madrid el 23 de diciembre de 1950. Llega a su primera y única parroquia del Guijo de Santa Bárbara el 26 de enero de 1951. Crea la cofradía de la Virgen de las Angustias el 5 de agosto de 1951. Fundó una danza típica vasca que llamó 'del paloteo', el 4 de diciembre de 1959. Construyó una capilla refugio, Nuestra Señora de las Nieves, que se inauguró el 5 de agosto de 1964. Muere y es enterrado en el Guijo de Santa Bárbara el 27 de noviembre de 1966. Fue condecorado a título póstumo con la medalla al mérito turístico el 4 de diciembre de 1967. En reconocimiento a su memoria se le dedicó una calle en Guijo, el 9 de noviembre de 1979».
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Esa medalla se le concedió después de que le propusiera para tal distinción Valentín Soria, escritor, sacerdote -durante un año se encargó de la ermita refugio- y cronista oficial de Jarandilla de La Vera, donde ha ejercido como párroco los últimos años. En una extensa entrevista que le hizo Juan Domingo Fernández (ver HOY del 20 de noviembre de 2010), Soria recordaba que propuso la medalla para el padre Ascensio «por haber levantado la ermita a Nuestra Señora de las Nieves». «Por cierto -añadía-, como él había fallecido, me tocó recibirla y después se la entregué a la familia».
Dos sobrinos del recordado sacerdote vasco estarán pasado mañana en Guijo de Santa Bárbara, según le han confirmado a Prado Rodríguez, vicepresidenta de la Cofradía de Nuestra Señora de las Nieves. «Hizo muchas cosas por el pueblo», resume Prado, que lleva varios días preparando los actos con motivo del cincuenta aniversario de la capilla. Mañana por la tarde, cofrades -son 170- y vecinos se reunirán para empezar a preparar las migas que servirán al día siguiente, tras la misa que se celebrará en la ermita refugio a partir de las once de la mañana. Tras la eucaristía, sacarán en procesión a la Virgen por los alrededores y se pujará para ver quién tiene el honor de portar la talla en el momento de devolverla a la capilla.
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A la plaza a ver el vídeo
Por la tarde, a las siete, habrá misa en el pueblo para quienes no pueden hacer la caminata hasta la ermita refugio, y a las diez, en la plaza de los corredores, se proyectará un vídeo con las fotos que los vecinos han aportado sobre la capilla y sobre el padre Ascensio, ese veinteañero vasco, hijo de Lázaro y Josefa Antonia, labradores, que estudió en los Padres Sacramentinos de Tolosa y Pamplona y luego en los de Madrid, según queda detallado en guijosantabarbara.blogspot.com a partir de los datos facilitados por Marco Antonio Santos García, el párroco.
«Don Ascensio -recoge la misma fuente- ya tenía amistad desde Pamplona con el que era obispo placentino, el navarro don Juan Pedro Zarranz y Puello, y por eso llega a Plasencia a principios de 1951, queriendo ejercer su ministerio en algún pueblo de ese obispado, y este obispo le ofrece una parroquia acorde a él en la sierra de Gredos-Tormantos que lleva varios meses vacantes, Guijo de Santa Bárbara». «Según sus paisanos -se detalla en el mismo blog-, el fundador de la capilla refugio de Guijo tiene su primera inspiración en la ermita de la Virgen de Igaratza, donde acuden ellos todos los años en romería a la sierra de Aralar, y que fue construida para que los pastores pudieran acudir a misa».
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En sus años en el pueblo cacereño, eran muchos los cabreros que pasaban largas temporadas en la sierra, viviendo en chozos. La pequeña capilla en Collado Alto suponía acercarles un lugar para rezar. Para esas oraciones de frío y nieve que le gustaban al padre Ascensio.
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