El reportaje de Juan López Lago sobre los cursos de las ITV que publicamos hoy es de los de chuparse los dedos. La sustancia del asunto es la siguiente. Se decide privatizar la gestión de algunas ITV en Extremadura y para ello se publica un decreto que ampare legalmente la cosa. Hasta ahí, nada que objetar. En absoluto. Pero resulta que el decreto, muy parecido a los de otras comunidades, introduce un pequeño e importante detalle. Ya se sabe que el diablo se esconde detrás de los detalles. Cuando esta norma define los perfiles profesionales de los puestos que deben cubrir las ITV en régimen de concesión, concreta para tres de ellos un requisito mínimo de experiencia acreditada que -ve ahí- puede convalidarse con «un curso de formación teórico práctico impartido por personas especializadas en el campo de la inspección técnica de vehículos, expresamente reconocido por la Dirección General competente».
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El decreto es de julio de 2013 y ese año y en 2014 se organizaron -era previsible- cursos para candidatos que no dispongan de esa experiencia mínima (2 años, 1 año y 6 meses, dependiendo de la categoría). Los impartió la UEx con la colaboración de la Consejería de Fomento, cuya Dirección General de Transportes, Ordenación del Territorio y Urbanismo debía darles el visto bueno. Los cursos, con una altísima empleabilidad -lógicamente-, salieron por 800 y 1.200 euros, según su formato, y a ellos se apuntó mucha gente. Llama poderosamente la atención que un plan formativo de 350 horas pueda sustituir a dos años de experiencia en un puesto de trabajo efectivo. Porque lo habitual es que un curso convalide títulos, no así experiencias laborales con fuego real, o proporcione los propios títulos. Es como si a un arquitecto, habilitado para firmar proyectos de construcción, se le exigiesen para dirigir una inmobiliaria municipal dos años de experiencia o, en su defecto, haber completado un cursillo de tres meses sobre compraventa de viviendas. De locos. Tanto es así que para conseguir un puesto en las ITV públicas, la de Badajoz, Cáceres o Mérida, por ejemplo, nunca fue necesaria tal experiencia...
Lo inaudito es que esas clases programadas por dos entidades públicas fuesen de pago incluso en el caso de los parados, lo que cerraba la puerta a quienes no tuviesen el dinero disponible y creaba un agravio brutal del que, paradójicamente, ni los sindicatos se asombraron. La historia no acaba aquí. Cuatro empleados del Servicio de ITV de la Junta, entre ellos el jefe del servicio y su segundo, junto al director del curso, un profesor de la UEX, se embolsaron más de 60.000 euros por clases y dietas. La empresa concesionaria, Itevebasa, es la que rebaña el caldo del cocido, pues ha recibido para cubrir sus necesidades de personal en las nuevas instalaciones los currículos de candidatos de la región ya formados y sin invertir un euro en ello. Ni siquiera por el uso de las instalaciones de las ITV públicas para las clases prácticas de esos cursos, que Fomento ha cedido a la UEx de mil amores.
Ignoro qué harán el consejero de Fomento y el rector de la UEx con esta información. Sí sé que por muchísimas menos casualidades en una empresa privada, sea por conocimiento o negligencia, se preparan auténticas escabechinas. Pero hablamos de lo público, señoras y señores, un mundo que todavía se mantiene para algunas cosas muy lejos de las penurias que sufre el vulgo pedestre que asa y saca sus propias castañas del fuego sin ayuda de boletines oficiales, decretos ni fondos comunes escasamente fiscalizados.
Tampoco sé qué pensarán los alumnos que han gastado ese dinero en unos cursos que deberían haberles salido gratis, especialmente aquellos que no han logrado todavía un trabajo. Sí soy capaz de ponerme en la piel de todos los que, cuando conocieron de su existencia, no pudieron apuntarse por falta de plazas o porque no tenían el dinero con el que matricularse. O lo tenían, pero las aulas les pillaban lejos y cuando sumaron los desplazamientos la cuenta se les fue de madre. Antes está la familia, la casa, los libros del niño. Al hacerlo, al ponerme en esa piel, se me achicharra. ¿Lo peor? Que este tipo de cosas son, me temo, muy habituales. Se hacen por costumbre. Y quienes las hacen, ni pestañean.
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