En la URSS de Stalin, cuando un político caía en desgracia lo borraban de las fotos oficiales y acababa en Siberia o en un frenopático. Era la manera brutal de combatir la disidencia. En las democracias los modos son otros, a nadie lo mandan a galeras porque ya no forme parte del círculo elegido del líder. Aquí a los políticos desubicados, incómodos o simplemente amortizados, los mandan al Senado. Ser senador suena muy glamuroso ante la familia y los amigos, pero los políticos como Ramón Ropero saben que el poder real es el que se ejerce desde los despachos. No consiste en hacerse fotos con ministros (ese es el síndrome de patanes presuntuosos como el pequeño Nicolás), sino en decidir quién llega a ser ministro.
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En el Senado hay ujieres, hermosos salones donde se reúnen comisiones para estudiar cómo combatir el fracaso escolar, la siniestralidad en la carretera o el aborto juvenil. Y por allí comparece de vez en cuando el presidente del Gobierno y se deja hacer preguntas. Sus resoluciones, cuando las toman, no sirven para nada.
Es en el Congreso donde se afilan las navajas políticas, donde un portavoz puede quedar herido de muerte política o coronado por una intervención. Sin embargo, a los senadores esta farsa política les sirve para ir desenganchándose de la droga más adictiva que existe: el poder. La adrenalina que produce el poder cien por cien puro ya no corre por sus venas, ya no deciden nada importante, pero si cierran los ojos y se dejan tratar de excelentísimo se pueden imaginar que todavía forman parte de los elegidos.
Conspirar contra el aparato
La cámara alta es la metadona del poder. Igual que el yonki adormece su mono acudiendo a la farmacia que le surte del sucedáneo de la droga, el político apeado del poder tiene el Senado como sustitutivo. La utilidad del Senado para los partidos es obvia: del mismo modo que la metadona evita que los adictos en proceso de desintoxicación tengan la tentación de robarle las joyas a la abuela o de atracar a los repartidores de pizzas para conseguir 50 euros para la próxima dosis, el escaño del Senado sirve para desactivar a políticos antaño poderosos que si hubieran sido desterrados a su casa, podrían dedicarse a conspirar contra el aparato del partido y a ventilar en la prensa algún que otro secreto incómodo. ¿Y qué partido no los tiene?
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