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Antonio J. Armero
Viernes, 29 de junio 2018, 12:49
E n Campillo de Deleitosa no hay bar ni estanco ni hogar del pensionista, los únicos teléfonos móviles con cobertura son los de Movistar, la iglesia solo abre los domingos para la misa de las diez, y la hierba crece a sus anchas entre los columpios del parque infantil porque en el pueblo no hay niños. Ni chicos ni grandes. Ninguno. Cero. La última pareja con críos -tenían tres hijos- hace tiempo que se fue a vivir a Piornal, según le cuenta Rosendo Sánchez Sánchez a Antonio Vargas Vargas, que recorre el pueblo en su furgoneta anunciando por el megáfono que además de peras, plátanos, lechugas, cebollas y zanahorias, hoy también lleva tomates.
El vendedor ambulante rompe el silencio de un miércoles al mediodía en el más pequeño de los 383 pueblos extremeños. Son 52 vecinos. También es el más avejentado. La edad media es de 73 años, frente a los 42 de ratio regional. El resumen de la situación lo hace un vecino al despedirse de los forasteros con una broma que tiene un fondo muy serio. Es un anciano que echa la mañana sentado a la puerta de casa, el sol reflejado en sus botines negros impolutos y cuatro gatos gordos haciéndole compañía a sus pies. «Si ven gente por ahí -dice-, tráiganla para acá».
Gente. Vecinos. Es lo que necesitan casi todos los pueblos pequeños de la comunidad autónoma. Que Extremadura es rural lo deja claro un dato: el noventa por ciento (327 de 387) de sus municipios no llega a los cinco mil habitantes. Y subiendo, porque en el análisis de lo que ha ocurrido con la demografía rural en la última década, los resultados son un puñetazo en la frente. De los 208 pueblos que hay en la región con menos de mil habitantes, 174 -es decir, el 84 por ciento- tienen ahora menos vecinos que hace diez años.
El panorama es especialmente preocupante en la provincia de Cáceres, que reúne al 73 por ciento de esas localidades que no llegan al millar de empadronados y donde están seis de los siete municipios con menos de cien residentes, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística. Aunque en Cáceres está también la mejor noticia de la década en este ámbito: Romangordo. Está en el área de influencia del Parque Nacional de Monfragüe, a 22,1 kilómetros de Campillo de Deleitosa por una carretera desollada, que a ratos devuelve a la memoria las fotografías en blanco y negro de la Extremadura de hace medio siglo. Son dos pueblos de la misma provincia, cercanos el uno al otro, ambos en la ruta hortofrutícola de Antonio Vargas Vargas, pero parecen pertenecer a mundos distintos.
El mejor de los cuatro
El vendedor ambulante empieza su viaje de cada miércoles en Romangordo, sigue en Higuera de Albalat (114 habitantes) y Valdecañas de Tajo (137), y acaba en Campillo de Deleitosa. «Romangordo -apunta- es un pueblo que está muy bien cuidado, está todo nuevo, tienen una residencia de ancianos y una buena alcaldesa, la señora Charo». Cordero de primer apellido, que en las últimas elecciones municipales sumó 178 votos frente a 14 del PP. Además de alcaldesa por abrumadora unanimidad, es presidenta de la Diputación. «La despoblación es uno de los temas que más me preocupan», admite. «En todos estos años -reflexiona-, Extremadura ha invertido mucho dinero en mantener y renovar infraestructuras y servicios en el ámbito rural, y ahora mismo tenemos pueblos bonitos y bien dotados, pero nos falta la tercera pata de este banco, que es el empleo».
Lo dice, además, desde la experiencia de su pueblo, que tenía 154 habitantes en el año 2005 y ahora suma 263. Es decir, ha ganado 109 vecinos en la última década, según las cifras oficiales. A ningún otro en la región le ha ido tan bien en este tiempo. De entrada, Cordero reconoce que un factor clave es el dinero que el Ayuntamiento recibe como compensación por estar cerca de la central nuclear de Almaraz. Y admite también que el INE se equivoca, porque hace una década no eran 154 «sino unos 190». Pero es que aún partiendo de esta última cifra, sigue siendo el que ha pegado el mayor estirón.
¿Cómo lo han conseguido? No hay un truco milagroso, pero sí una explicación. «Nosotros no tenemos ni plaza de toros ni pabellón, pero en el año 1999 -explica la alcaldesa- abrimos la residencia de ancianos con 23 plazas y en 2004 la ampliamos a 50, y esta es una infraestructura que ha generado empleos, ha fijado a la población que había y ha atraído a nuevos vecinos, algunos llegados desde Madrid». En esa relación cronológica hay más episodios a destacar, unos consecuencia de los otros. En el año 2007, tras 22 años cerrada, volvió a abrir la escuela, una novedad de importancia mayúscula para un pueblo de este tamaño. A ella van cada día 17 niños de tres a once años, la mayoría de ellos del municipio pero también algunos de Higuera de Albalat (a 3,7 kilómetros). Más explicaciones a la excepción de Romangordo: entre los años 2010 y 2012 abrieron el Centro de Interpretación de la Ruta de los Ingleses, el Ecomuseo Casa del Tío Cóscoles y la Casa de los Aromas.
En este último recinto, algo así como un museo de los olores del campo, media docena de personas con chalecos reflectantes aprende cómo realizar tareas forestales, en un taller de empleo de Aprendizext, una iniciativa de la administración. A cuatro metros de ellos, varios albañiles se afanan en la obra de ampliación de las cocinas de la granja escuela. Y a medio minuto a pie, en el centro social, que fundamentalmente es un bar, un día laborable a las once y media de la mañana hay trece clientes y solo una mesa libre.
En la calle, una trabajadora municipal pasa la escoba de cerdas duras por el suelo, limpiando no se sabe muy bien qué, porque el pueblo está reluciente. En la plaza, dos señoras remueven la ropa en un tenderete de mercadillo. Dos calles más allá, una joven corta con una tijera las ramas incipientes que brotan junto a una acera. Y a cien metros, un operario poda la hierba del mirador techado que hay junto a la carretera. Romangordo es Manhattan comparado con el municipio menos poblado de la región (hay otros con un padrón aún más corto, pero no tienen la categoría administrativa de municipio). «Yo vivo en Campillo porque tengo a la mujer en una residencia aquí al lado, en Casatejada, que está enferma, si no viviría en Madrid», explica Rosendo Sánchez.
Inversiones pendientes
A su espalda está lo que debería ser el hogar del pensionista, que luce en la fachada dos carteles de obras de la Diputación de Cáceres: 25.954 euros para 'Urbanizaciones en Campillo de Deleitosa' en el año 2014 y 86.878 para dependencias municipales en 2015. Pero el edificio está cerrado.
«No es tanto que los vecinos se vayan, es más bien que se van muriendo y no vienen otros nuevos», apunta Rosendo Sánchez, que matiza un detalle: «En verano nos juntamos aquí quinientas personas, porque vienen los que emigraron, muchos de ellos a Francia». O sea, el denominado 'turismo paisano', una de las fuentes de ingresos más importantes para muchos pueblos que luchan contra el éxodo rural, a veces con iniciativas que no siempre funcionan.
El pasado 6 de febrero, sábado, a las 17.29 horas, los buzones de correo electrónico de muchos periodistas extremeños recibieron un mensaje que empezaba así: «Buenas tardes, soy Pedro Santos, alcalde de Villalba de los Barros (1.574 residentes), mi pueblo pierde población y hemos lanzado un SOS en forma de subvenciones». En concreto, el ayuntamiento ofrece a las empresas pagarles a fondo perdido el quince por ciento de la inversión inicial -hasta un máximo de seis mil euros- para construir un local o una nave industrial, además de bonificaciones de hasta el 95 por ciento en el IBI durante los cinco primeros años de actividad. También regala de mil a cuatro mil euros para levantar la vivienda o hacer reformas.
«En este caso concreto, puede que la medida vaya bien», anticipa Antonio Pérez, profesor de Geografía de la Universidad de Extremadura y autor de varias publicaciones que analizan la cuestión demográfica desde diferentes perspectivas. «En Villalba de los Barros -añade- hay mimbres para hacer el cesto, porque está en uno de los territorios más prósperos de la región».
Además, la llamada de auxilio del alcalde pone el foco en las empresas, o sea, en la generación de empleo, la tercera pata del banco de la que hablaba Charo Cordero. «En la Diputación no sé si habrá o no dinero para un plan de obras, pero para un plan de desarrollo para los pueblos lo habrá seguro», afirma la presidenta, una convencida de que el pulso al éxodo rural pasa por «apoyar a las pymes, a iniciativas relacionadas con el turismo, la dependencia, agricultura, ganadería...».
La otra forma de abordar el naufragio son las ayudas a la natalidad, una vía explorada por un buen ramillete de pueblos en los últimos tiempos. Este año, en Torrequemada dan cien euros por cada hijo nacido o adoptado, 250 euros dan en Riolobos, en La Morera quinientos, en Mata de Alcántara ofrecen mil, y en Jerte premian con quinientos euros el primer hijo, con setecientos el segundo y mil por el tercero y siguientes. Eso sí, en casi todos los casos hay condiciones, habitualmente el compromiso de permanecer empadronado en el municipio durante un número determinado de años.
Los 'cheques bebe'
«Este tipo de medidas -valora Antonio Pérez- tiene un problema: el potencial de madres es escaso, por el envejecimiento». «Es más efectivo -opina-, dedicar el dinero a intentar generar empleo, tratar de atraer proyectos empresariales, que a la larga ayudarán a retener a su población y ganar habitantes». O sea, lo que han hecho en Romangordo, que no necesitó ningún 'cheque bebé' para atraer a un matrimonio con cinco hijos. «Mi marido y yo -explica Isabel González en el centro social del pueblo- vivíamos en Coria y estábamos los dos en el paro y sin cobrar ayudas. A él le salió el trabajo de auxiliar de geriatría en la residencia de ancianos y se vino para acá, y a los pocos meses me ofrecieron a mí ese mismo trabajo y ya me vine yo también con los cinco hijos». El sexto ha nacido en el pueblo, en el que en tres meses se empezará a construir un centro de atención a personas dependientes. Tendrá 64 plazas y generará treinta empleos, lo que supone toda una garantía para el padrón municipal.
En él hay menos de dos mil nombres, lo que en teoría sitúa a Romangordo en el grupo de riesgo. Pero el pueblo ha ganado población, y los nuevos proyectos despejan el horizonte aún más. Todo lo contrario que en Campillo de Deleitosa, que de repetir el ritmo de pérdida de habitantes de la última década, dentro de nueve años no tendrá vecinos. «En Extremadura -comenta Antonio Pérez- no han cerrado pueblos en los últimos años, algo que sí ha ocurrido en otras comunidades autónomas, pero puede que estemos cerca de empezar a ver que alguno se queda sin población».
Para intentar evitarlo, las distintas administraciones han impulsado decenas de estudios en los últimos años. En la legislatura pasada se creó, a iniciativa del PSOE, la comisión no permanente de estudio sobre la despoblación en Extremadura. Trabajó durante un año y medio, se reunió 16 veces, y pasaron por ella 22 expertos en la materia. Su actividad la resumió en el Parlamento regional, en una intervención de 5 minutos y 58 segundos, la diputada Ana Belén Fernández González, en el pleno del 19 de marzo del año pasado. Entre otras cosas, la Comisión propuso crear un grupo de trabajo que elaborara una estrategia regional con un horizonte de trabajo a veinte años. También el Senado debatió este asunto, y el entonces consejero de Hacienda y Administración Pública compareció ante la Cámara Alta el 24 de noviembre de 2014. El Boletín Oficial de las Cortes Generales del 17 de abril resumió en dos puntos lo que Checa propuso allí: apoyar la natalidad y desgravaciones fiscales.
En opinión de Charo Cordero, alcaldesa del pueblo extremeño que más ha población ha ganado en la última década y presidenta de una de las provincias españolas más castigada por la despoblación, estamos ante la hora de actuar y no tanto de estudiar. «La sensación es que en los distintos parlamentos se abren estudios que luego se quedan en las estanterías», opina Cordero, que sigue viviendo en Romangordo, la cara feliz del fenómeno de la despoblación, el ejemplo al que agarrarse para pensar que no todo está perdido.
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