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¿Qué ha pasado hoy, 11 de febrero, en Extremadura?
Plaza de Torre Miguel Sesmero; al fondo, su molino; a la derecha, su torre emblemática. :: E.R.
Torre de Miguel Sesmero

Torre de Miguel Sesmero

En este pueblo pacense, los encantos se disimulan con modestia

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 2 de marzo 2016, 07:30

Cerca de Feria hay un lugar llamado Domblasco porque el sexmero que repartió las tierras a los colonos llegados desde Castilla se llamaba Don Velasco y el pago fue bautizado con su nombre corrompido. Sin salir del antiguo señorío de Feria, otro sexmero, Miguel Pico, fue el encargado, en época medieval, de repartir tierras a los colonos que llegaron con la Reconquista, fundando en 1392 otro lugar llamado Torre, por un torreón que presidía la fortaleza del lugar y protegía de los ataques portugueses, y «de Miguel Sesmero» por su sexmero.

Atraídos por historia tan singular, acabamos de llegar a Torre de Miguel Sesmero y nos encontramos con una de esas villas (el título de villa, que ostenta desde 1635, le costó 11.000 ducados) extremeñas austeras y discretas que esconden más que muestran. Porque paseas por sus calles de aceras estrechas, tan limpias y arregladas, y te fijas en que las casas tienen fachadas sencillas que nada ostentan, pero si te asomas a las puertas, descubres patios amplios, estancias numerosas y una calidad de vida de la que los torreños no presumen, pero la disfrutan.

En la plaza, hay wifi gratis y en los alrededores, equipamientos deportivos y culturales modernos y un buen polígono industrial, pero también el encanto tradicional y humilde de una ermita en desuso llamada de la Langosta por haberse obrado aquí el milagro de acabar con una plaga de este insecto. La ermita está en la carretera de Entrín, es de ladrillo cocido y mampostería y tiene un aire de chozo, original en el universo eremitario extremeño.

Torre de Miguel Sesmero está en la ruta pacense de las Cruces y las Ermitas porque a esta de la Langosta se unen la de San Isidro, más moderna, y la mudéjar del Cristo de la Misericordia. El paseo por la villa te va dejando imágenes de encantadora sencillez: las fuentes del Ejido, del Paseo y Vieja, el remozado lavadero, el torreón, que da nombre al pueblo y cuesta encontrar de tan a la vista: está entre casas, en plena plaza mayor.

Contrasta la humildad de este torreón medieval con la magnificencia de su molino de aceite del XVIII, que todos los visitantes confunden con un convento, y de la iglesia de la Candelaria, del XVI, que disimula su pasado templario. A estas alturas de la visita, uno ha llegado ya a la conclusión de estar recorriendo un pueblo que juega contigo a mostrarse sencillo mientras esconde sus tesoros. Es decir, un trasunto de Extremadura: austera y áspera a primera vista, pero imprevista y emocionante cuando la descubres.

¿Quién imaginaría, por ejemplo, que en este pueblo de 1.261 habitantes se celebró el 27 de abril de 1902 el primer Congreso Obrero de Extremadura? Aunque lo que me tiene intrigado es que en estas casas, tan recatadas por fuera, tan prósperas por dentro, nacieran personajes tan avanzados y modernos como el pintor Juan Barjola (1919-2004), capaz de retratar, desde el expresionismo más vanguardista, la catadura moral del mundo real y la profundidad onírica del mundo soñado.

Aunque mi torreño favorito es el dramaturgo Bartolomé Torres Naharro (1485-h. 1530), pero no tanto por sus nueve comedias, cuanto por su 'Propalladia', publicada en 1517 y prohibida en 1559, primer tratado teórico europeo del teatro renacentista y primer heterodoxo que matiza la 'Poética' de Aristóteles al introducir en la comedia personajes tan notables como los que aparecían en las tragedias, al defender por primera vez las subtramas y al proponer la mezcla en la comedia de lo histórico y el enredo. Naharro era como su pueblo natal: modesto y desconocido a primera vista, pero sugerente y rompedor si profundizas.

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