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José M. Martín
Domingo, 23 de abril 2017, 10:23
Un simple recorrido en coche por las carreteras extremeñas es suficiente para descubrir que la región dispone de un amplio patrimonio arquitectónico realizado mediante la técnica denominada piedra seca. No es necesario detener el vehículo para observar que junto a muchas de las vías que transcurren por la comunidad se levantan muros de poco más de un metro de altura que separan las fincas. Estos elementos, más visibles en la provincia de Cáceres por motivos que se arrastran desde la repoblación del territorio en la Edad Media que en la de Badajoz, son solo un ejemplo de este método constructivo que se basa en la superposición de piedras y en el que el término seca refleja que no utiliza argamasa para la unión de las rocas.
En Extremadura existen cinco conjuntos arquitectónicos construidos con piedra seca que están declarados como Bien de Interés Cultural o con el expediente ya incoado y a la espera de su aprobación. «La técnica se reduce a que ninguna piedra es mala y cualquiera puede encajarse en un conjunto formando una especie de puzzle. Solo requiere de algunos golpes de martillo y normalmente utiliza las losas planas, aunque con piedras irregulares que proceden de los cauces de los ríos se intenta dar estabilidad», explica Javier Cano, responsable del centro de conservación y rehabilitación de bienes culturales de Extremadura.
Son estos cinco espacios con los que la región participa en la candidatura de la técnica constructiva piedra seca que espera ser catalogada como patrimonio mundial inmaterial de la Unesco y que se presentará a comienzos del próximo año.
La solicitud está liderada por Chipre y Grecia, países a los que se han unido diferentes territorios, como Croacia, Francia, Italia y Suiza. En España, además de Extremadura, hay otras seis regiones Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia que también apoyan el expediente. «Al ser patrimonio inmaterial, la declaración está restringida a la técnica constructiva», informa Cano.
Uno de los ejemplos más destacados del patrimonio que la región tiene en este sentido se encuentra en la finca Las Mil y Quinientas, ubicada en la localidad de Llera y de propiedad municipal. En este terreno, de unas 500 hectáreas, hay más de un centenar de construcciones de diferentes tipologías que fueron declaradas Bien de Interés Cultural (BIC) en el año 2013. «Datan de épocas distintas, algunos proceden del siglo XIX, pero también los hay del XVIII», expone Ana Torres, alcaldesa de Llera, que reconoce que es muy difícil conocer la fecha exacta porque eran los pastores los que levantaban los inmuebles y que a lo largo de los años los propios dueños los han ido adaptando a sus necesidades. Por ello, muchos de los que están mejor conservados han sido retocados a lo largo del siglo XX. «Es un patrimonio olvidado, que nunca ha sido considerado como tal», lamenta el responsable de bienes culturales.
Diseminados por la finca se pueden encontrar chozos, zahúrdas y corrales, pero también hay varias fuentes y un muro que delimita el terreno. Los chozos eran el espacio en el que hacían su vida los pastores y tienen una planta circular. En su interior entra la luz por un pequeño ventanuco en la pared y por un orificio en la parte superior. En algunos, todavía se conserva una pequeña alacena en el muro y los techos, además de piedra, cuentan con otros materiales.
El resto de las construcciones estaban destinadas al ganado, principalmente al porcino, y una de las particularidades de mayor valor etnográfico son las cámaras de cría para lechones, que están techadas. «En el año 2010 el Ayuntamiento recuperó bastantes chozos respetando la técnica tradicional», expone Torres, añadiendo que uno de sus objetivos es dar un impulso turístico al enclave mediante unos alojamientos rurales.
A Las Mil y Quinientas se llega por un camino de tierra en buen estado y a la finca se accede por una portera de metal que está cerrada, pero que se abre sin necesidad de llave. En el trayecto entre Llera y el espacio protegido hay numerosas señales que avisan a los conductores de la presencia de linces en la zona y en un pequeño barranco anidan diferentes especies de aves. «La observación de la fauna y las actividades acuáticas, ya que limita con el embalse de Los Molinos, son otros de los atractivos que tiene el terreno», detalla la alcaldesa.
En la actualidad, las zonas que no están declaradas como de interés cultural tienen un aprovechamiento agroganadero. «Hay varios pastores que tienen permiso para traer a sus rebaños y tenemos olivos y almendros», señala Torres, que considera que una declaración afirmativa por parte de la Unesco sería muy positiva para incidir en la promoción turística. «Supondría un sello de calidad y los territorios en los que se asientan estas construcciones gozarían de un bien con un valor excepcional catalogado, por lo que habría un aliciente más para visitar estos parajes», entiende el responsable regional.
Cultura agraria
Los cinco espacios declarados como BIC que hay en la región tienen en común varios aspectos. El más evidente es que pertenecen a la cultura agraria y pastoril. Todos ellos estaban destinados a un mejor aprovechamiento de los espacios naturales por parte del ser humano. El más evolucionado tecnológicamente es el Cocedero de altramuces, que está en la finca La Cabra del término municipal de Monesterio y que se construyó a principios del siglo XX.
Como su propio nombre indica, la construcción estaba destinada a la preparación de los altramuces para su consumo y consta de seis elementos: la noria, la huerta, las albercas, el cocedero, el canalpor el que se transportaba el agua y la casa del hortelano. La técnica de la piedra seca se puede observar con facilidad en la noria, ya que los sillares no están unidos por ningún tipo de argamasa, y en los muros que delimitan la huerta. El conjunto es BIC desde el año 2012. «Su uso se abandonó, como el de la mayoría de los conjuntos de los que estamos hablando, en los años sesenta, debido a la emigración», relata el responsable de bienes culturales.
El éxodo rural supuso el deterioro de las construcciones a causa de la inactividad, motivo por el cual los elementos arquitectónicos del Cocedero de altramuces han tenido que ser rehabilitados.
Una de las aportaciones más importantes de la región a la candidatura de la piedra seca es la variedad de ecosistemas en los que se pueden encontrar elementos levantados mediante esta técnica. «Lo que hemos presentado es una especie de transición entre los llanos del sur de Extremadura y la zona alta del norte, en la que se reflejan las diferencias en los usos agrarios», remarca Cano.
Precisamente, un aspecto particular presenta el conjunto de Los Molinos, ubicado en la localidad cacereña de Arroyomolinos. La datación que se hace de estas construcciones es más antigua, ya que algunas se remontan al siglo XVI, aunque se realizaron hasta el siglo XVIII. «Son una serie de molinos encadenados consecutivamente en la pendiente de la montaña que permiten dar mayor fuerza al agua, un bien escaso en esa zona y que aparece de manera irregular», comenta Cano, que hace hincapié en que la adaptación ecológica de las construcciones «es perfecta y un ejemplo de lo que era el trabajo en el campo a mediados del siglo pasado».
En el caso de Los Molinos se muestra otra de las características que posee la piedra seca y que aporta valor a la candidatura: la integración en el paisaje. «El valor ecológico que tienen es que no alteran el paisaje, lo que también es una explicación a que este patrimonio haya pasado desapercibido durante tanto tiempo», apostilla este experto.
Los Pajares, en Santibáñez el Alto, son Bien de Interés Cultural desde 2010 y están ubicados en un terreno con la orografía más irregular. El conjunto está formado por aproximadamente cien construcciones de granito. Su uso principal se destinaba a establos, cuartos de aperos de materiales y pajares. «Están dentro de una superficie de 27 hectáreas y son el reflejo del uso de la dehesa y de los prados, sobre todo de la cría de ganado vacuno y equino», manifiestan desde el centro de conservación y rehabilitación.
Todavía sin la catalogación de BIC, pero con el expediente incoado desde el año pasado, Las Corralás de Torrequemada son el quinto espacio con el que Extremadura contribuyó a la candidatura de la piedra seca. Estos inmuebles están en la dehesa boyal del municipio y se construyeron para usos ganaderos relacionados con el cerdo. «Es el ejemplo más significativo de lo que tenemos en Extremadura en cuanto a lo que significa el aprovechamiento y el uso de la dehesa», aporta Cano.
Turismo
La decisión que tome la Unesco, y que previsiblemente se conocerá entre junio y julio del próximo año, puede suponer un importante impulso para este tipo de patrimonio, que ya está empezando a desarrollar un turismo a su alrededor. «Hace cinco o seis años nadie hablaba de los paisajes culturales y ahora sí. Pues en los paisajes, se deben incluir estos bienes», en palabras de Cano, que cree en poco tiempo estos parajes estarán muy valorados. Es un proceso que ya se está observando en algunos países europeos.La evolución del sector del turismo hacia lo rural y lo ecológico apoya esa opinión y en ambos casos Extremadura tiene mucho que ofrecer.
De momento, en la región se continúan dando pasos en favor de la protección del patrimonio. «En la actualidad se está haciendo un estudio de las construcciones con piedra seca que existen entre El Torno y Cabezabellosa», refiere el responsable regional. Estas edificaciones del Valle del Jerte tendrían un valor diferencial, ya que, previsiblemente, su uso estaría centrado en el cultivo de la cereza. «Hay muchas y posiblemente se haga la incoación del expediente en un futuro», concluye Cano.
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Álvaro Rubio | Cáceres y María Díaz | Badajoz
María Díaz | Badajoz
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