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El abogado de los Izquierdo

APENAS TINTA ·

Martes, 15 de septiembre 2020, 08:12

Me refrescó la memoria Tomás Martín Tamayo con su artículo del pasado sábado, en el que contaba su experiencia con los hermanos Izquierdo, los autores de la matanza de Puerto Hurraco, cuando estaban internos en la cárcel de Badajoz y él era maestro en ella. A diferencia de Tamayo, no tuve ningún contacto con ellos y solo estuve físicamente cerca de Emilio y Antonio cuando, en 1994, casi cuatro años después de la masacre, hice la información del juicio en la Audiencia de Badajoz: allí estaban los acusados de nueve asesinatos y seis asesinatos frustrados, a tres metros de mí, esposados, con trajes de disanto y con calcetines blancos como una estrambótica pincelada de color en aquel paisaje de luto.

De los dos días que duró el juicio recuerdo la densa atmósfera de la sala, donde se masticaba el aire y no cabía un alfiler; el dolor todavía crudo, con olor a pólvora, en el rostro de muchos de los familiares de las víctimas y que se expresaba en murmullos ahogados y exclamaciones sueltas cuando Emilio Izquierdo declaraba ante el tribunal que había disparado, sí, pero no a personas, no a niñas, sino no más que a cosas que se movían («como ramas de árboles», decía); o cuando Antonio aseguraba que sí, que había disparado, pero al aire, para prevenir a los vecinos de la aldea de los tiros de su hermano. Me acuerdo también de las víctimas del tiroteo (alguna en silla de ruedas porque los hermanos Izquierdo la habían dejado parapléjica); de la sabia autoridad con que llevó la vista el presidente de la Audiencia y presidente del tribunal, Ramiro Baliña; del enjambre de cámaras de televisión, dentro y fuera de la sala (decenas. Nunca se habían visto tantas en la Audiencia)... Y también me acuerdo del abogado defensor de los Izquierdo. Un abogado llegado de Madrid para la ocasión cuyo papel en el juicio resultó ser de una hiriente despreocupación. Barruntamos lo que podía pasar el fotógrafo Alfonso y yo la tarde antes de empezar el juicio, cuando fuimos a verlo al hotel Zurbarán en que se hospedaba y pidió a Alfonso que lo fotografiara delante del 'mercedes' en que había viajado a Badajoz. Aquel letrado, compartiendo el estrado con profesionales solventes y dedicados al caso como fueron los acusadores particulares Recalde Díez y Jimeno Ferrera, o el fiscal Sánchez Galante, parecía un adolescente con la cabeza a pájaros a quien el juicio, la inmensa tragedia que había detrás de él, le importaba un comino. Pudo haber mostrado alguna humanidad; pudo haber hecho que los Izquierdo, aunque hubiera sido fugazmente, hubieran revelado si no un momento de arrepentimiento al menos haber dejado entrever un indicio de conciencia sobre lo que habían hecho, algo, por muy remoto que fuera, que pusiera de manifiesto que tal vez en un lugar recóndito del pecho pudieran tener un corazón y no un peñasco. Ni siquiera lo intentó, de manera que el papel de aquel abogado, para el que el juicio fue sobre todo una ocasión de salir en los telediarios, lo tuve siempre, y así lo recuerdo ahora, como un daño gratuito y cruel que añadir a las víctimas de Puerto Hurraco.

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