Mamen Ramos, la segunda por la izquierda, con pelo rizado, antes del terremoto y durante el viaje. HOY
Extremeños en Marruecos

«Nos abrazamos y dijimos: Es un terremoto, es un terremoto»

Una de las extremeñas de viaje en Marrakech cuenta cómo vivió el seísmo, durante el que solo pensaba en su hijo de tres años, al cuidado de su familia en Puebla de la Calzada, y en el bebé que espera

Rocío Romero

Badajoz

Domingo, 10 de septiembre 2023, 21:11

«Estábamos en el hotel, ya para entrar en la cama porque habíamos pasado todo el día andando, cuando empezó un ruido. Mi marido y yo nos miramos, todo temblaba muchísimo, nos abrazamos y dijimos: es un terremoto, es un terremoto. Le decía a ... mi marido que nos metiéramos bajo una mesa, pero era pequeña».

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Así recuerda Mamen Ramos (de 33 años y vecina de Puebla de la Calzada) cómo vivió el seísmo que ha dejado más de 2.000 muertos y más de 2.400 heridos en Marrakech y sus alrededores. Ella estaba con su esposo, Juan Antonio Nogales (36 años) en la habitación del riad Ain Marrakech cuando la tierra tembló.

En el hotel de planta baja y dos alturas estructuradas en torno a un patio, ellos estaban en la intermedia. La estructura no se vio afectada, pero sí cayeron objetos, como la lámpara del baño.

Cuando el movimiento paró, subieron a la planta superior a ver a las dos amigas con las que viajaban. Imane y Nane son también extremeñas, vecinas de Valdelacalzada.

En la planta segunda advirtieron que había mucho polvo en el ambiente. «Mis amigas me decían que el suelo era como un chicle, que subía y bajaba, pero en nuestra planta no fue así. El suelo tembló, pero no había esa sensación».

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Una vez juntos, decidieron que había que salir. «Lo único que hice fue quitarme el pijama, coger los pasaportes y salir a la calle». Es difícil que Mamen olvide el panorama: «La casa de enfrente tenía el tejado hundido, la casa de al lado también. Nuestro afán era salir a una avenida amplia para que no nos cayera nada encima», explica.

No olvida los sonidos. «Todo era desolador. Oíamos voces, gritos, llantos, sirenas. La gente quería salir de la ciudad como fuera: unos en coche, otros en moto y otros andando. Los que estaban parados estaban llorando o tenían cara de no saber lo que estaba pasando».

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El dueño del hotel, de nacionalidad francesa, reunió a los huéspedes y les ofreció pasar el resto de la noche en un chalé de su propiedad a las afueras. Llegaron a pie, pero pensaron que estarían más seguros en un descampado cercano.

«Los vecinos marroquíes nos dieron mantas. Fue una pasada, ellos se quedaron sin arroparse para dárnoslos antes de que el hotel nos diera nórdicos para que pasáramos allí la noche».

Sobre las seis de la mañana Mamen Ramos volvió el dueño al solar, para explicarles que había hablado con las autoridades, habían revisado el hotel y que podían volver. Acudieron y vieron que todo estaba en su sitio, pero que estaba rodeado de escombros.

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«Yo solo quería salir de allí, así que hicimos las maletas y tras comer algo empezamos a agotar recursos». Se dirigieron al aeropuerto, donde no encontraron opciones. «Apenas tenían previsiones de vuelos, y los que había tenían un precio desorbitado que, además, nos obligaba a hacer escaladas de 16 o 20 horas» en distintos puntos antes de llegar a España.

Entonces pensaron en el tren y vieron que podían llegar a Tánger tras hacer un transbordo en Casablanca. Lograron subirse a uno sobre las 13.30 horas del sábado y llegar hasta Tánger, donde pudieron coger un ferry que les llevó a Tarifa. Allí decidieron ir a Chipiona, donde un familiar tiene un apartamento. «Podíamos haber alquilado un coche nosotros, pero estábamos destrozados, llevábamos un día sin dormir y no era prudente», reconoce. Así que cogieron un taxi hasta la otra localidad gaditana.

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Allí pasaron la noche, hasta que por la mañana de este domingo se montaron en un 'blablacar' (coche compartido contratado por una app) que les llevó hasta Sevilla. Allí acudieron al aeropuerto, donde habían dejado su coche, y sobre las 19 horas han llegado a su casa, en Puebla de la Calzada.

A Mamen Ramos le cuesta controlar las lágrimas recordando la experiencia. Por atrás se oye la voz de su hijo, de tres años. «Cuando estaba temblando pensaba en él, pero lo hacía muy aliviada y tranquila, sabiendo que él estaba a salvo en Puebla de la Calzada. Me tocaba la barriga porque quería poner a salvo a lo que viene en camino. Era una sensación muy rara».

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No tiene claro que vaya a volver a Marrakech en algún momento de su vida. Ha tenido la suerte de ver pueblos que han desaparecido. Y no se le quita de la cabeza la suerte de los marroquíes. «Es muy curioso ver los pueblos de la montaña, los de los bereberes. Estuve en una fábrica donde niñas muy jóvenes trabajan el argán. Te enseñan cómo hacen el aceite y las aplicaciones que tiene para la cosmética y la alimentación. Allí trabajan niñas muy jóvenes, muy agradables, que eran muy agradecidas a cómo vivían. Se me encoge el corazón pensando en esas niñas, que eran fabulosas, que se han quedado sin nada, que sus pueblos han desaparecido».

Se trae la sensación de que los marroquíes son una «maravilla», pero también recuerda que antes del terremoto habían comentado la pobreza en la que viven. «Es bonito conocer su cultura, pero me ha dado mucha pena la pobreza, respetan mucho al turista... pero su estilo de vida no es para mí». Se ha quedado impresionada con el zoco, con la plaza central, pero aún así esperaba más de la gran ciudad turística de Marruecos.

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Mamen Ramos, Juan Antonio Nogales y sus amigas se han sentido arropados por el dueño del hotel y por los marroquíes, pero no por la embajada española. Han llamado insistentemente a todos los teléfonos que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ofreció. No han logrado que nadie lo descolgara. «O no existían o nadie contestaba».

Allí han dejado a una pareja de Madrid con una niña de dos años, que no ha seguido el mismo camino que ellos para salir del país por miedo a encontrarse desamparados con el bebé. Estos sí han logrado hablar con la embajada, donde les han indicado que el aeropuerto está abierto y que España no habilitará una evacuación. Mamen Robles reconoce que para ella ha sido una odisea el trayecto de vuelta a España, pero cree que han podido hacerlo porque fueron rápidos en decidirse. «Todo mi afán era salir de allí», dice pisando suelo extremeño.

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