Borrar
Urgente Ascienden a más de mil los fallecidos por el terremoto de magnitud 7,7 en Myanmar y Tailandia
Marina Sánchez, Concepción García, Rafaela Corchado, Aniceto Méndez y Consuelo Rosado, en la residencia Puente Real II de Badajoz. Casimiro Moreno
«El día que acabó la guerra civil empezó el hambre»

«El día que acabó la guerra civil empezó el hambre»

Varias extremeños hacen memoria para recordar el fin de la contienda, del que hoy se cumplen 80 años

Lunes, 1 de abril 2019, 08:19

Hasta la cultura popular de nuestro país llevó Joaquín Sabina la expresión 'cautivo y desarmado' al incluirla en su canción 'De purísima y oro'. Los mismos adjetivos aparecen unidos en el último parte de la Guerra Civil española y sirven para certificar el estado de las tropas republicanas y el triunfo del ejército franquista.

Ocho décadas se cumplen hoy, 1 de abril, de ese documento firmado en Burgos que puso fin a casi tres años de conflicto armado. «El mismo día que acabó la guerra empezó el hambre en Badajoz», dice Ramón Díaz, que nació en 1929 y está a pocos días de cumplir 90 años. Se mueve en una silla de ruedas pero su memoria no le falla. «Recuerdo las banderas y los vivas a Franco por las calles aquel 1 de abril», apunta este pacense que tenía nueve años en aquel momento y vivía junto a sus padres en la calle Menacho.

Consuelo Rosado y Concepción García, con 91 y 90 años, respectivamente, iban al colegio de las Adoratrices de Badajoz. En el convento de este centro se metían cuando sonaban las sirenas al aproximarse los aviones. «Nos avisaron tocando las campanas cuando acabó la guerra», rememora García, que como su compañera siguió yendo al colegio durante la guerra. Las clases no se interrumpieron, porque la idea era mantener la mayor normalidad posible y que los niños tuvieran un quehacer diario.

«Con once años iba a Portugal cruzando el Caya y traía café en el interior de los pantalones»

Ramón Díaz | 89 años

«Estuve tres años en el frente con la república y luego dos años de servicio militar en Marruecos»

Salvador Toledo | 99 años

En las proximidades de Badajoz estaba Rosado al finalizar el conflicto. «Mis padres nos llevaban a la pesquera», expone. Allí acudían cuando había bombardeos, porque consideraban que estaban más seguros.

Más lejos de su casa le pilló el fin de la contienda a Salvador Toledo, que cumplirá 100 años el próximo 12 de abril. Fue miembro de la guardia de asalto de la república y se encontraba en el frente. A la guerra acudió como voluntario. Ferroviario de profesión, estaba en el poblado de Almorchón cuando se produjo el golpe militar contra el Gobierno del Frente Popular. De allí lo llevaron en un camión hasta Puebla de Alcocer y entró en combate en la provincia de Cáceres.

Para él la guerra no acabó en 1939. Todavía tuvo que cumplir el servicio militar durante la dictadura. Como a muchos otros republicanos, le destinaron a Marruecos, donde estuvo dos años antes de volver a la casa de su familia en Benquerencia. «Pasamos hambre y penalidades que es mejor no recordar; varios días en los que solo bebíamos agua y no teníamos nada que comer», indica Toledo, natural de Cabeza del Buey. En esta misma localidad fue fusilado uno de sus hermanos después de finalizar la guerra y nunca han podido encontrar sus restos.

Salvador se casó con Josefa García, que hoy tiene 95 años, en 1949. Ella no tiene en la memoria el 1 de abril de hace 80 años, pero sí recuerda que el frente estaba próximo y rápidamente tuvieron conocimiento del fin del conflicto. Residía en Cabeza del Buey, donde sus padres tenían una panadería que siguió en activo durante la guerra. «Luego la llevamos los hermanos y hoy un sobrino tiene una tienda en ese local», detalla.

El final de la contienda está más borroso en la memoria de Rafaela Corchado, de 91 años, y solo recuerda que la gente estaba muy contenta. Por el contrario, tiene muy presente el inicio de los combates. Siempre ha residido en San Vicente de Alcántara, donde sus padres se dedicaban al sector agrario. «Estábamos en un cortijo y vimos perfectamente llegar a las tropas desde la parte de Cáceres y los disparos», comenta.

Arriba, Ramón Díaz, Concha Muñoz y Bernardo Ruiz, en la residencia Domus VI, de Badajoz. Abajo, Salvador Toledo tiene 99 años, fue guardia en la república y estaba en el frente cuando acabo el conflicto y a la derecha, Josefa García, que pasó la guerra en Cabeza del Buey, donde sus padres tenían una panadería Casimiro Moreno
Imagen principal - Arriba, Ramón Díaz, Concha Muñoz y Bernardo Ruiz, en la residencia Domus VI, de Badajoz. Abajo, Salvador Toledo tiene 99 años, fue guardia en la república y estaba en el frente cuando acabo el conflicto y a la derecha, Josefa García, que pasó la guerra en Cabeza del Buey, donde sus padres tenían una panadería
Imagen secundaria 1 - Arriba, Ramón Díaz, Concha Muñoz y Bernardo Ruiz, en la residencia Domus VI, de Badajoz. Abajo, Salvador Toledo tiene 99 años, fue guardia en la república y estaba en el frente cuando acabo el conflicto y a la derecha, Josefa García, que pasó la guerra en Cabeza del Buey, donde sus padres tenían una panadería
Imagen secundaria 2 - Arriba, Ramón Díaz, Concha Muñoz y Bernardo Ruiz, en la residencia Domus VI, de Badajoz. Abajo, Salvador Toledo tiene 99 años, fue guardia en la república y estaba en el frente cuando acabo el conflicto y a la derecha, Josefa García, que pasó la guerra en Cabeza del Buey, donde sus padres tenían una panadería

Cartillas de racionamiento

Reconoce que la vida de su familia no cambió en exceso con el último parte de guerra. En el medio rural la incidencia de todo lo relacionado con el conflicto fue menor. «Seguimos trabajando igual y no notamos mucho la diferencia, solo que llegaron las cartillas de racionamiento, pero antes ya había que ajustar mucho la economía para no pasar hambre», apostilla.

Aquellos que vivieron la posguerra relacionan la falta de alimentos con las cartillas de racionamiento que llegaron cuando cesaron los bombardeos y los combates. Los cupones que había que entregar para recibir diferentes productos o las largas colas para llenar el cubo de carbón son referencias que hacen asentir a todos los que vivieron los primeros años de la dictadura. «Las raciones eran escasas y había que buscar más comida por otros medios», en palabras de María Isabel Antequera, de 91 años.

«El convento de las Adoratrices de Badajoz tocó las campanas para avisar del final de la guerra»

Concepción García | 90 años

«Estábamos en un sótano y los soldados abrieron la puerta para dejarnos salir sin hacernos nada»

Marina Sánchez | 95 años

Así, en los lugares más próximos a la Raya se extendió el fenómeno del estraperlo. Mucha gente pasaba al país vecino para conseguir allí lo que no había en España. «Con once años iba con una vecina a Portugal, atravesábamos el Caya con el agua por las rodillas para traer de todo; recuerdo que me metía el café en las perneras del pantalón y luego se vendía aquí», ejemplifica Ramón Díaz sobre esos viajes.

Mucho menos glamour que el café tenía la romaza - «son hierbas silvestres parecidas a las espinacas», explica María Amaya, que tiene 84 años y perdió a su padre en la guerra- que se cogía para comer y para vender. Lo mismo sucedía con los cardillos.

Más allá de los alimentos, había otras muchas necesidades, como la ropa, el calzado o los utensilios de cocina, que debían ser reparados. «¿Quién remienda ahora? Antes había que arreglar todo para seguir usándolo», manifiesta Concha Muñoz, que nació en Minas de Río Tinto, pero pasó por muchos lugares de España antes de recalar en Badajoz. Su padre era guardia civil y eso hizo que comprobara que las necesidades eran comunes en casi todas las provincias. La obligación de darle más usos a sus pertenencias la cuenta entre risas Bernardo Ruiz. «Cuando yo me fui a trabajar al País Vasco nos decían 'pantalón de pana y remiendo en el culo, extremeño seguro'», comenta este natural de Alburquerque de 92 años que pasó en su pueblo la etapa de la guerra.

La inmensa mayoría de las familias se vio afectada por el conflicto. La de Marina Sánchez, de 95 años, es un ejemplo. Uno de sus hermanos murió en el frente y otro fue fusilado en la plaza de toros de Badajoz, al igual que su padre. «Yo tuve que ir a un colegio para niños pobres y al acabar la guerra estábamos muchas personas ocultas en un sótano. Los soldados abrieron la puerta y nos dejaron salir sin hacernos nada», puntualiza esta mujer, a la que con posterioridad enviaron a Canarias a otro centro.

También hubo quien, con más fortuna, pasó menos penurias en este convulso periodo. «Con lo que traía mi padre, que era conductor de La Estellesa, pasamos poca necesidad», dice Antequera sobre su progenitor, que hacía largos recorridos por el país.

De esta forma, el ingenio y el esfuerzo permitió a muchos extremeños seguir adelante tras ese 1 de abril de 1939, que ellos sí vivieron hace 80 años.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy «El día que acabó la guerra civil empezó el hambre»