Trece jóvenes inmigrantes marroquíes, llegados en patera, a nado o en los bajos de un camión, aplauden el encendido de un viejo tractor averiado. Lo han arreglado ellos. Estamos en una nave y hacen un curso de agroecología en la Asociación Educativa de Carcaboso, que ... les facilitará un trabajo digno y legal tras titularse. Participando de la satisfacción colectiva, Alberto Cañedo (Valladolid, 1976), uno de los impulsores de la asociación. Fue alcalde de Carcaboso, pero tuvo que dimitir tras ser juzgado, condenado y encarcelado. El Consejo de Ministros le negó el indulto.
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–¿Su prisión?
–El calvario empezó en 2007. En 2014 dimití. Cumplí cárcel con 'terapia criminal' en Salamanca. Íbamos cinco delincuentes con una psicóloga e hice trabajo social con la Comuna de Presos Represaliados del Franquismo. La psicóloga nos trataba para que no volviéramos a delinquir y yo le decía que era complicado porque para eso tendría que volver a ser alcalde. Conocí las realidades de mis compañeros condenados por violencia de género, fraude, narcotráfico y velocidad con alcohol, aunque solo me confesé yo.
–¿Qué confesó?
–Que había sido condenado por un delito de prevaricación administrativa al no contestar en plazo a 700 solicitudes de la oposición municipal, por otro de prevaricación urbanística al conceder licencia de primera ocupación a un vecino para que escrituraran a su nombre una vivienda porque el constructor estaba embargado e iba a perderla y por desobedecer a la autoridad porque no me llegaba la sentencia y nadie me decía que tenía que dimitir. Me condenaron a 17 años de inhabilitación y 21 meses de cárcel con trabajos a la comunidad.
–¿Los represaliados?
–Estaba Horacio Sáez, Pablo Mayoral, condenado a muerte en el proceso de Burgos. Estaba Paco, un señor de Cáceres, que vive por San Francisco: había Estado en el colegio con el policía Billy el Niño y luego lo torturó. Íbamos a los pueblos a dar charlas. Una vez pasamos por Aldea del Cano, el pueblo de Billy el Niño, que los había torturado, y paramos a verlo.
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–¿Su situación actual?
–En suspensión de condena, que acaba ahora, una especie de libertad condicional. Si me ponen una simple multa de tráfico, me iría 21 meses a la cárcel. El embargo económico sigue: más de 100.000 euros. En 2016, nació mi hijo, a Gloria, mi mujer, le diagnosticaron esclerosis múltiple y tuvimos que irnos a vivir con mis padres. No tengo nada, pero no me preocupa el dinero que debo al estado, sino no tener crédito. Apostar por mí es apostar por un condenado.
–¿Se desespera?
–Hace dos años, me daba igual morirme. Tenía la sensación de no poder más. Ahora estoy bien porque estos cursos a los inmigrantes me reconfortan e ilusionan. Sigo trabajando en la Confederación Hidrográfica, pero económicamente sigo fatal. Lo peor es no tener crédito como persona ni económicamente. Proyectos que no nos encargan, sitios a los que me dicen que no vaya... Apostar por mí es apostar por un condenado.
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–Siendo alcalde, no se usaba el 'Rondí', había una ecoempresa, una plantación municipal de arándanos, lechugas en los jardines, recibían premios de medio ambiente...
–No queda nada, se emplean herbicidas y en los jardines hay césped artificial.
–¿Algún consuelo?
–El trabajo con los inmigrantes y el libro sobre mi experiencia: 'Del ecomunicipalismo a las puertas de la cárcel', escrito por el periodista pacense Eduardo Muriel. Recorrimos España presentándolo justo antes de ingresar en prisión. Jorge Riechman hizo la presentación en Madrid y dijo: «Hay gente que dice las cosas y luego hay gente como Alberto que las hace».
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