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En 1995, Alfonso Gallardo expulsó a un fotógrafo que estaba tomando imágenes en Siderúrgica Balboa. Pero el profesional no trabajaba para ningún medio de comunicación, lo había enviado la Sociedad de Fomento extremeña para ilustrar un folleto sobre las empresas en las que participaba. La anécdota sirve para ilustrar cómo es el empresario jerezano. Visceral, muy tozudo, fervoroso cofrade de La Borriquita y con una alergia legendaria a la exposición pública son algunas de las cualidades que le definen.
Por no conocer, ni siquiera se sabe su edad, aunque se estima que debe rondar los 87 años. Comenzó a trabajar a los quince años para ayudar al mantenimiento de su familia. Pronto se convirtió en chatarrero, aprendió cómo funcionaba el negocio y montó su propia empresa en los sesenta. Creció en los setenta y ochenta, fabricando tubos laminados y comprando empresas en Madrid y Asturias. En la década de los noventa construyó Siderúrgica Balboa, que amplió en la década siguiente, época en la que adquirió otra acería en Alemania. Muy a su pesar, la popularidad a nivel nacional le llegó por aquella época. Primero, con su fallido proyecto de construir una refinería de petróleo junto a la comarca de Tierra de Barros y que levantó una considerable polvareda ciudadana y mediática. Además estuvo a punto de comprar el grupo de comunicación Zeta, dueño entre otros de El Periódico de Cataluña o la revista Interviú.
Pero la crisis llegó, y afectó a un sector tan dependiente de la construcción como el siderúrgico. De manera paulatina se empezó de desprender de sus activos.
Los que le conocen destacan siempre de él su austeridad. Ejemplo de ello es la historia, nunca confirmada, de que recorría Jerez y sus negocios con un utilitario que conoció tiempos mejores. También se suele mencionar su capacidad de trabajo, que le hacía estar a primera hora en Balboa cuando él no llevaba las riendas de la empresa.
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