Como adivino soy una nulidad, pero aun así me lo temía. Encaraba este decimoquinto aniversario de la peor matanza terrorista que ha sufrido España y Europa -el 11 de marzo de 2004, 191 muertos y más de 1.600 heridos- con la mosca tras la oreja ante la posibilidad de que volvieran a surgir voces utilizando el triste cumpleaños para alentar la división entre los españoles. No hacía falta ser adivino para temerlo porque hay mucho oportunismo en el ambiente, mucho afán de cavar zanjas. Además, las elecciones del 28 de abril, tan inciertas, son una tentación demasiado poderosa para que candidatos como Pablo Casado -al que no le llega la camisa al cuerpo al sentir arenas movedizas bajo su suelo electoral-, desempolven la teoría de la conspiración para tratar de rascar alguna propinilla en las urnas.

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Casado se despachó ayer pidiendo -doce años después de que la Audiencia Nacional dictara sentencia y desterrara para siempre las estrambóticas teorías de que tras los atentados de Madrid hubo una mano negra de sinuoso origen-, «que se desclasifique cualquier información», y añadiendo que «si hay algo que no conozcamos los españoles sería bueno que ya se supiera, pero simplemente por resarcimiento a las víctimas del terrorismo, que lo siguen pasando muy mal». Son palabras que dicen mucho del candidato del PP. Dicen, por ejemplo, que no parecen importarle las víctimas y su dolor salvo para usarlas de figurantes en el fantasmagórico escenario que insinúa; tampoco parece importarle que esa teoría fuera arrumbada por sentido común hace ya muchos años por el anterior presidente de su partido, Mariano Rajoy, quien durante su etapa de gobierno tuvo suficiente tiempo y medios para sacar a la luz, si los hubiera habido, los datos que demostraran la deseada conspiración. Y tampoco parece importarle mucho a Casado que el precio de sus manifestaciones sea tratar de introducir de nuevo el tóxico de la duda en instituciones como la policía y el poder judicial. Su autoproclamada capacidad para dar certificados de constitucionalismo no se compadece con la irresponsabilidad con que trata instancias que son parte del corazón constitucional, a las que desacredita al acusarlas implícitamente de no buscar con suficiente ahínco la verdad o, peor aún, de plegarse a poderes inconfesables para ocultarla.

Qué ocasión ha perdido el presidente del PP, ya que por voluntad propia se ha remontado a los orígenes del atentado del 11-M y ha renovado su solidaridad con las víctimas, de mencionar cómo el gobierno de su partido, encabezado por su enaltecido José María Aznar, puso en circulación -y se sirvió para ello de todos los resortes del Estado- una de las noticias falsas más dañinas que ha sufrido nuestro país en la historia de la democracia con el único fin de que la onda expansiva del atentado no enturbiara sus intereses electorales. Qué pena que a Casado, tan anhelante de la añorada conspiración, se le olvidara ayer, precisamente en el Bosque del Recuerdo, esta conspiración cierta y de cruel memoria y perdiera la ocasión de pedir perdón a las víctimas. Con lo cerca que las tenía.

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